Kuakman viaja a Egipto (II): un torero en El Cairo


En el post anterior, Toni Kuakman, un viajero tan pertinaz como inclasificable, retomó el relato de sus viajes para contarnos la vez que decidió huir del rigor invernal marchando a Egipto. Allí, su primer contacto fue un guía que muy bien pudo decirle la legendaria frase de Rick Blaine; "Creo que éste es el comienzo de una hermosa amistad". Con permiso, eso sí, de una versión fecal de The Blob.
Al día siguiente me levanté dispuesto a afrontar mi primera visita egipcia, empezando por lo más alto; en todos los sentidos, además, puesto que en la agenda estaban marcadas las pirámides de Giza. No hace falta que explique lo imponente de su masa, lo abrumador de su edad y lo emocionante, en suma, de poder tocar aquellos enormes bloques, fotografiándose junto a ellos como todo turista que se precie. Hasta me permití el lujo de hacer el típico truco del efecto visual por el que simulaba tener una de esas construcciones en la palma de la mano, darle un beso a la Esfinge y chorradas por el estilo. 

Giza y el extrarradio de El Cairo (imagen: Pinterest)
Pero sí quisiera destacar la impresión que producen esas moles ya antes de llegar, cuando se ve dibujarse sus siluetas a lo lejos, azuladas por la distancia y distorsionados sus perfiles entre los modernos edificios cairotas a causa del calor que irradia la urbe. Un calor, por cierto, que yo no sentía a esas horas de la mañana y por eso puedo presumir de ser probablemente la única persona que visitó las pirámides de Giza llevando puesto un jersey de lana. A ver quién da más.

La excursión duró hasta la hora de comer y para la tarde acepté la invitación de mi guía: salir a dar una vuelta por ahí y conocer la vida cotidiana egipcia, rompiendo un poco el estereotipo del turista. Sorprendentemente, Habibi -llamémosle así- se presentó acompañado de dos chicas españolas que me quería presentar. No me quedó muy clara la situación, si eran también visitantes, si residían allí, si formaban parte de su harén... Tampoco pregunté, no fuera que me dijeran la verdad. El caso es que pasamos un rato agradable tomando un té, al término del cual nuestro anfitrión se excusó porque tenía trabajo y se fue dejándonos solos. 

Fue ahí cuando descubrí que también ellas estaban de viaje y habían aceptado la propuesta de Habibi de aquella atípica confraternización. Pero ahora había que regresar al hotel y no era cosa fácil en una ciudad tan caótica. Al otro lado de la calle, en realidad una gran avenida de cuatro carriles por sentido, vimos varios taxis estacionados, esperando clientela quizá, y resolvimos compartir uno. Pero antes había que llegar hasta ellos y ello requería cruzar la calzada, algo que cualquiera que haya estado en El Cairo sabe que es comparable a lo que hacen las cebras y ñúes en el Serengueti durante la Gran Migración, al pasar el río Mara con decenas de cocodrilos esperando a ver qué les cae en el menú.

Transposición del tráfico egipcio a la vida salvaje (imagen: Discover Africa)

Dado que los semáforos egipcios son sólo de adorno y que los guardias de tráfico han optado por no hacer nada porue sus intentos de regulación son totalmente ignorados por los conductores, no quedaba otra que echarle valor e intentar aprovechar los pocos segundos en que la avenida parecía despejada de tránsito automovilístico. Se trataba de una ficción, en realidad, pues en El Cairo, en cuanto se baja el pie de la acera aparecen de pronto varios bólidos en ambas direcciones rompiendo la barrera del sonido sin hacer el más mínimo amago de alterar unos centímetros su ruta, haya o no un obstáculo delante. Recuerdo un episodio de La Pantera Rosa en la que pasaba eso exactamente: levantaba la pata para cruzar una calle, pisaba el asfalto y el tráfico salvaje se activaba; lo retiraba y volvía la calma; lo intentaba de nuevo y otra vez llegaba una catarata de coches...

La vorágine del tráfico cairota (imagen: Pinterest)
Así que allí pasamos minutos y minutos imitando los dibujos animados, como si quisiéramos cruzar la pista de un circuito de Fórmula 1 en plena carrera, un pasito p'alante, un pasito p'atrás, que diría la canción, sin movernos del sitio. Fue necesaria la colaboración de un peatón egipcio que, sin abrir la boca, nos dio indicaciones gestuales para que nos cogiéramos de la mano y luego saltó al Serengueti, digo a la calzada, esquivando temerariamente a los primeros coches para obligar a los siguientes a detenerse con sus ademanes, permitiéndonos cruzar. El tipo era gigantesco y quizá por eso le veían. O le temían. En fin, por suerte estaba en el lugar adecuado a la hora precisa y como su presencia imponía, verlo moverse entre aquella demencial corriente sobre ruedas recordaba a un torero dando capotazos a un miura; muy apropiado para ayudar a tres españoles.

Subimos entonces a un taxi y no les voy a contar lo que vino a continuación. Si quieren saberlo, les dejo el enlace a otro artículo donde se cuenta sucintamente la experiencia.

CONTINUARÁ...

Imagen de cabecera: Las pirámides de Giza, vistas desde una calle de El Cairo (imagen: Pinterest)

Comentarios

Entradas populares de este blog

El saqueo de Mahón por Barbarroja y el fuerte de San Felipe

Santander y las naves de Vital Alsar

La Capilla Sixtina: el Juicio Final