Kuakman viaja a Egipto (I): The Blob



¿Recuerdan a Toni Kuakman, el inefable viajero que nos suele visitar cada verano para contarnos andanzas inauditas y tribulaciones tan extremas que parecen salidas de la fértil imaginación de un Dumas o un Poinson du Terrail? Pues hace unos días recibí un mensaje suyo con un nuevo relato de esas aventuras por mundos exóticos. Y yo, como siempre, se la dejo aquí para que se rían a mandíbula batiente pero recordando que las cosas que le pasan a este hombre son caso único en el planeta; viajar no suele resultar tan kafkiano y, además, Kuakman sólo hay uno


Era un frío mes de enero. Lluvia y temperatura gélida estaban instaladas tan cómodamente en Kuakilandia que inevitablemente me obligaban a adoptar el rol de ave migratoria y marchar en busca de climas más agradables, aunque sólo fuera por un breve tiempo. Así que no me compliqué la vida: el norte de África está ahí al lado, como quien dice, y es posible visitar Egipto, un país tan exótico como sugestivo, sin necesidad de pegarse uno de esos maratones transcontinentales que requieren media existencia constreñido en el asiento de un avión aderezado con una ración de jet lag. Así que elegí el país de los faraones sin pensármelo mucho y además, dado que fue una decisión repentina y no tuve tiempo para otra cosa, me autofacilité las cosas reservando un paquete vacacional


Egipto a vista de satélite

Haciendo oídos sordos a todos los agoreros que me advertían de lo me podría pasar en esas latitudes, entre salvajes infieles deseosos de subir al cielo en busca de huríes eternas, embarqué en un avión que despegó de Madrid sin que, sorpréndanse, me pasara nada; ni por culpa de esos taimados enturbantados ni mía, que es lo más habitual. De hecho, aterrizamos en El Cairo sin novedad y en la terminal me estaban esperando con un cartelito que llevaba mi nombre, como si fuera una estrella del rock o del cine. Algo, dicho sea de paso, que demuestra que Egipto no pasa por su mejor momento turístico, ya que lo normal debería ser que el cartel en cuestión fuera el rótulo del touroperador y el sufrido recién llegado tuviera que encargarse de ver cuál era el suyo entre la maraña de distintas empresas.

El caso es que empavonado -lo reconozco-, me acerqué al interfecto, me identifiqué y él me saludó con la efusividad tradicional egipcia, que suele ser tan intensa que puede llegar a agobiar hasta hacer estallar la cabeza al más puro estilo Scnanners, como sabrá cualquiera que haya regateado con algún vendedor de souvenirs. En este caso, se trataba de un chaval joven que hablaba bastante bien en cristiano. Eso sí, no paraba de repetir la palabra habibi, que inicialmente confundí con una errónea interpretación de mi nombre, así que le contestaba que no, que yo era Toni Kuakman. Y él no parecía escucharme y seguía habibi para arriba y habibi para abajo, y yo negándoselo hasta que él mismo decidió poner fin a aquel diálogo de besugos explicando que habibi es un término cariñoso que viene a significar algo así como amigo o querido. Aunque yo empezaba a ponerme de perfil, en realidad no hay que pensar raro porque tiene un sentido puramente coloquial, como cuando la vendedora de un comercio llama bonita a su clienta, por ejemplo, pese a que ésta sea más fea que la suela de un zapato.


Vista general de El Cairo
  
En fin que me consiguió un taxi y me llevó, con unos cuantos habibis más de por medio, hasta el hotel. Un taxi, no un autobús, lo que subrayaba otra vez que yo era el único turista español que había contratado el pack El Cairo+Crucero+Mar Rojo con aquella agencia. ¿Me la habrían colado? ¿Habría elegido una de tercera, de ésas que desaparecen de pronto dejando a sus clientes colgados y sin devolverles el dinero adelantado? ¿Acabaría desamparado en Egipto necesitando de la intervención de la embajada para poder volver? ¿O podría continuar mis vacaciones pero descubriendo que las cosas no eran como prometía el catálogo? 

De momento, el hotel presentaba cuatro lustrosas estrellas en su fachada pero me pregunto si en realidad no sería de una sola y las otras estaban con ella de fiesta. Lo digo porque, ya en la habitación, la preceptiva y urgente visita al cuarto de baño me llevó a una frustración tan grande como el sonido de las alarmas que empezaron a atronarme interiormente: dando un salto hacia atrás, tal cual me hubiera salido al paso una cobra real, en el retrete detecté un pedazo de materia fecal que el anterior inquilino había tenido a bien dejar de recuerdo al siguiente huésped, que era yo, sin que la señora de la limpieza lo viera, suponiendo que fuera más miope que un topo. O quizá les que fue ella la que lo sirvió, vaya usted a saber. En cualquier caso, en mi subconsciente -o eso espero-, el mojón empezó a crecer en mi mente por momentos, como una especie de asquerosa masa de bizcocho que seguía hinchándose e hinchándose hasta alcanzar dimensiones preocupantes


Salí corriendo de la habitación con la sensación de que una versión marrón y pestilente de The Blob se arrastraba tras de mí con la intención de envolverme y no tener a mano un Steve McQueen que apareciera en mio ayuda. Bajé a la recepción en busca de un retrete en condiciones donde pudiera dar satisfacción a mis necesidades fisiológicas sin acabar fagocitado por una mierda gigante. Lo encontré, por suerte, cuando el dique ya estaba a punto de reventar y, una vez recuperado de la urgencia y del susto, una conversación a gritos me señaló inequívocamente que allí había un grupo de españoles. No era el único, después de todo.

Estaban sentados en el salón, casualmente hablando de un tema muy a propósito: la suciedad que rezumaba por todas partes en El Cairo. No me detuve a participar pero según pasaba agudicé el oído y el testimonio de la voz cantante en ese momento, asentido y corroborado unánimemente por los demás, era que nunca había visto tanta porquería en ninguno de sus viajes, superando incluso lo que experimentó en la India, que ya tiene mala fama de por sí. No sabía si aquellos turistas exageraban o eran la confirmación fehaciente de que la experiencia que acababa de pasar constituía sólo el prometedor comienzo de una pesadilla higiénica. Conociéndome, temí que sería esto último.

CONTINUARÁ...

Comentarios

Entradas populares de este blog

El saqueo de Mahón por Barbarroja y el fuerte de San Felipe

Santander y las naves de Vital Alsar

La Capilla Sixtina: el Juicio Final