Tetralogía de Ocaña (I)

 

Toledo es un destino turístico importante de esa España que no se circunscribe al tópico del sol y playa, siendo cierto que suele recibir bastante del astro rey... aun cuando, en mi visita, decidió hacer mutis por el foro y dejó el sitio a esos nubarrones densos que tan bien plasmó El Greco y que me supusieron exponerme tres jornadas a una inmisericorde cortina de agua. Digo jornadas, en plural, porque no me refiero sólo a la ciudad, sin duda un sitio que de por sí demanda varios días de visita, sino a casi toda la provincia, que está tachonada de pueblos a cual más pintoresco y bonito: desde el de resonancias literarias como El Toboso, a los de nombre divertido como Tembleque o Buenasbodas, pasando por otros de fa,miliar reverberación como Illescas, Talavera de la Reina, Yepes... 

Y uno que descubrí recientemente fue Ocaña, del que sabía poco más que tres o cuatro datos: que alberga una prisión decimonónica, que en la localidad situó Lope de Vega un drama teatral (Peribáñez y el comendador de Ocaña) y que en 1809 fue escenario de la batalla homónima entre el ejército francés del mariscal Soult y el español del general Aréizaga (con victoria francesa).

La batalla de Ocaña vista por el artista François Pigeot (Wikimedia Commons)
 

Ocaña, cuyo origen es incierto y no entra en la Historia -es decir, en los documentos- hasta el siglo XII, es una localidad pequeña que apenas pasa de doce mil habitantes, por lo que se puede ver aproximadamente en una jornada. Si encima está todo cerrado, incluso en esos puentes estratégicos que son los que tiene que aprovechar el viajero, la experiencia se zanja prácticamente en una simple mañana; algo que dejará a cualquiera con la miel en los labios, avocándolo a un segundo intento en otra ocasión, tal como nos decimos siempre con más esperanza que realidad. En mi caso, cumplí con lo que buenamente pude, sobreponiéndome tanto a ese absurdo atrancamiento de puertas como a la lluvia pertinaz que me acompañó inmarcesible allá donde fui, convirtiendo el paraguas  en herramienta básica de superviviencia; incómoda, pero indispensable, tal cual me hubiera quedado en mi Asturias natal.

Aprovechando dos segundos de tregua pluvial para retratarse en la Plaza Mayor

La mañana empezó, pues, pasada por agua, en ese punto neurálgico que son siempre las plazas mayores. La de Ocaña, dieciochesca, barroca, rodeada de soportales al estilo de las de Madrid y Salamanca, y rematada por un chapitel que aloja una campana del siglo XVII (datación que deja en mera leyenda, por tanto, la tradición de que la donó Isabel la Católica cuando aún era princesa), se hizo reinando Carlos III. De superficie bastante sobredimensionada respecto al resto del municipio -me encanta ese gracejo popular que alumbra la expresión "¿Dónde está la ciudad de esta plaza?"-, allí se celebraban torneos pero también festejos taurinos y por eso es donde Lope sitúa el comienzo de su obra, cuando el comendador resulta corneado por un toro y debe convalecer en casa de Peribáñez, al cuidado de la esposa de éste, pasando a ser él quien la cornea a ella y convierte al marido en un cornúpeta.

Antiguo Colegio de los Jesuitas, actual sede del Teatro Lope de Vega

El célebre Fénix de los Ingenios tiene en Ocaña, cómo no, un teatro bautizado con su nombre. Aprovecha un edificio renacentista (1558), antaño colegio de los jesuitas hasta que la expulsión de éstos lo reconvirtió en cuartel de caballería primero y escuela pública después. La fachada es sobria, con una puerta de medio punto flanqueada por columnas dóricas y con un pequeño escudo labrado encima. A un lado se eleva una torre mudéjar coronada por un templete con reloj traído de otra iglesia demolida en 1906 (originalmente, también estaba allí la campana que comentaba antes). Enfrente se asienta la picota (trasladada desde su emplazamiento primigenio en la Plaza Mayor); es gótica, formada por ocho pilares unidos mediante un collarino perlado y rematados por un templete con una cruz de hierro. Como suele pasarme, su entorno estaba en obras y afeaba las fotos.

La picota de Ocaña

La arquitectura civil se completa -bueno, no del todo, como veremos- con el palacio de Cárdenas, erigido en el siglo XV por Gutierre de Cárdenas, que fue comendador de la Orden de Santiago, contador mayor de Castilla y alcalde mayor de Toledo, además de cuñado de Gonzalo Chacón, maestresala y mayordomo mayor de la reina Isabel; quien haya visto la serie homónima, recordará que ambos personajes fueron interpretados por Pere Ponce y Ramón Madaula respectivamente. 

El palacio, rectangular y muy grande, tiene una portada plateresca, adornada con una S heráldica, que da paso a un atrio con galerías balconadas superpuestas y sostenidas por pilares mudéjares de forma octogonal, en cuyos capitales están labradas conchas marinas en referencia a la citada orden de caballería. La rejería de las ventanas, las yeserías y un zócalo de madera con la inscripción en árabe "No hay más dios que Alá y Mahomet es su mensajero" completan el conjunto, que hoy está dedicado, maldición, a juzgados. Enfrente, por cierto, un monumento en honor a los caídos por Dios y por España parece empeñarse en resistir inmarcesible a la lluvia, al paso del tiempo y a la piqueta memorizante.

El palacio de Cárdenas
 
Su portada gótica

El monumento a los caídos

Pasamos entonces a la arquitectura religiosa, abundante, como mandan los cánones. El primer ejemplo es la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción, del siglo XII, primer templo cristiano construido en Ocaña tras expulsar a los musulmanes; sobre una mezquita, siguiendo la mutua costumbre de ambos credos de usurparse sus respectivos lugares de oración. Inicialmente era de estilo mudéjar, pero de aquella etapa primigenia únicamente queda la torre, que además fue remodelada luego al gusto renacentista... hasta que en 1785 un hundimiento obligó a rehacer el conjunto ya siguiendo las normas neoclásicas imperantes. Dentro se guardan varias tallas de Cristo empleadas en pasos de Semana Santa -una estatua metálica de cofrades encapuchados decora la plaza que hay enfrente-, pero, insisto, casi todo estaba cerrado aquel día y me tuve que conformar con la vista exterior, mientras la lluvia arreciaba como si quisiera fastidiármela también.

La iglesia parroquial de Santa María de la Asunción con las estatuas de los cofrades delante

Otro templo al que no pude acceder fue el de San Juan Bautista, al parecer cimentado sobre una antigua sinagoga. Conserva bóvedas góticas y restos del primitivo estilo mudéjar en sus arcos de herradura, pero a esos elementos del siglo XIII se impusieron otros en el XV, dándole un aspecto un tanto confuso. Por fuera resaltan su grandes ventanas enrejadas y las cadenas enmarcando una de las puertas mudéjares. Gonzalo Chacón, el mayordomo de la reina Isabel que comentaba antes, está enterrado en una de sus capilla junto a su esposa.

La iglesia de San Juan Bautista

Asimismo, tampoco tuve opción de entrar a la iglesia de San Martín, aunque en este caso porque sólo quedan el campanario, de sobrio estilo herreriano, y la portada plateresca. El primero, cuadrangular y ya exento, parece más un torreón defensivo, con sus tres recios tramos en altura; el segundo, al quedar igualmente solitario, asemeja un modesto pero elegante arco triunfal que me sirvió para entretener a mi hijo de cinco años, cansado de deambular bajo el diluvio, retándole a encontrar figuras concretas entre sus relieves. Torre y portada han sido restaurados y lucen perfectos para servir de decorado en las pertinentes fotos.


Torre y portada de la iglesia de San Martín

Si Ocaña, hasta el siglo XIX, llegó a albergar cuatro parroquias, también tuvo otros tantos conventos. Y, como habrán adivinado, no pude entrar en ninguno. El más llamativo, el de Santo Domingo de Guzmán, debía estar abierto según la Oficina de Turismo y tal como indicaba un cartel, pero la dura realidad fue que tuve que contemplar su maravilloso interior en guías impresas: sus tres naves pintadas con murales decimonónicos; el coro renacentista de madera de nogal; el jardincillo que lo rodea; y el claustro de dos plantas ,que tiene sus vanos cerrados mediante carpintería metálica porque, junto con el anterior, alberga las dependencias del Museo Arqueológico.

Santo Domingo de Guzmán
 

El cenobio dominico evitó la Desamortización de Mendizábal, pero el que no se libró fue el de San José, fundado en 1595 por María de Bazán, esposa del poeta Alonso de Ercilla (cuyos restos mortales descansan en el interior), y que albergó una comunidad de monjas carmelitas descalzas liderada por la sobrina de Santa Teresa de Jesús. Tras servir de cárcel durante la Guerra Civil, terminó recibiendo protección estatal y yo, con los dientes largos por rendir honores al autor de esa maravillosa épica literaria que es La Araucana -fue enterrado allí-, me tuve que conformar con leer la placa de la entrada en su recuerdo y ver otra iglesia -por fuera, claro- fundada por doña María: la de San Alberto, que se construyó entre 1599 y 1613, y se alza justo enfrente de la Prisión de Ocaña, que es una de las más antiguas de España (1883). Eso sí, las nubes debieron entender que me debían una y, al menos, cerraron el grifo por un rato.

En el exterior del convento de San José hay una placa en memoria de Alonso de Ercilla, su "huésped" más ilustre

 
La iglesia de San Alberto...

... está frente al Centro Penitenciario Ocaña I

Precisamente en una plaza que lleva el nombre de Ercilla se ubica el convento más antiguo de Ocaña, el franciscano de Santa Clara. Fundado en 1515, en una de sus capillas se guarda la imagen de Jesús de Medinaceli, destacada en las procesiones de Semana Santa. En realidad, hay un cenobio anterior, el de Nuestra Señora de la Esperanza, que es de 1420; pero se halla en ruinas. Y, por último, está el de Santa Catalina de Siena, renacentista (1571), construido en torno a la ermita de San Lázaro, la cual nació setenta y un años antes en agradecimiento por el final de una epidemia de peste, como puede deducirse del nombre; posteriormente también se libro de otra fiebre, la desamortizadora decimonónica.

El convento de Santa Catalina
 

Todavía falta reseñar un par de cosas que están entre lo más recomendable de Ocaña. Una de ellas es la antigua tenería (taller de tratamiento de pieles) del siglo XV, sefardí y hoy rehabilitada para un doble uso de museo y restaurante de comida tradicional. Allí tuvieron su centro dos afamadas industrias: la guantera, que suministraba a toda Europa hasta su decadencia en el paso del siglo XVI al XVII, y la jabonera, que se mantuvo una centuria más (a las que habría que añadir la alfarera, a la que se rinde homenaje en la Plaza del Botijo con un monumento). Aparte de la experiencia gastronómica y el recorrido museístico, se puede hacer una visita guiada -previa reserva- por la gruta subterránea, conservada más o menos intacta, y que ofrece alguna que otra sorpresa relacionada con aquel negocio. Hablaré de todo ello con más detalle en otra ocasión.

Los fascinantes subterráneos de la tenería sefardí

El botijo monumental de la plaza homónima; detrás, la prisión.
 

El otro punto restante es la Fuente Grande, también conocida en otros tiempos como Fuente Nueva porque -resulta fácil deducir- primero hubo una Fuente Vieja. Si ésta tenía su origen en la época romana y aparece documentada a partir de 1501, habiendo experimentado sucesivas reconstrucciones hasta quedar con el aspecto actual (un rectángulo empedrado de veinticinco metros de largo por dieciocho de ancho con un gran pilón de uno y medio de profundidad), la otra es aún mayor, de sesenta y dos por cincuenta y cinco metros. 

La Fuente Nueva cuenta con diez caños, de los que brota el agua de un manantial subterráneo cercano. Originalmente eran únicamente dos, pero suficientes para atender una población diez veces menor a la actual y suministrar agua a los dos centenares de molinos de aceite de la localidad. En ese sentido, añado que tiene anexos unos lavaderos públicos que en otros tiempos permitían lavar a trescientas mujeres simultáneamente. Este curioso complejo hídrico se hizo entre 1573 y 1578, según la voluntarista tradición siguiendo un diseño de Juan de Herrera, el autor del Escorial; nada lo indica documentalmente, si bien es cierto que estilísticamente cuadra con esa atribución.

La Fuente Nueva con los lavaderos en primer término

Aparte del arquitecto de Felipe II, la fuente también mantiene relación con otro personaje destacado de la historia de Ocaña, Lucrecia de León. Como hemos visto, la villa acredita una nómina de hijos ilustres más que considerable: unos, importantes políticos y guerreros, caso de los miembros de la familia Cárdenas o Gonzalo Chacón; otros, brillantes escritores como Alonso de Ercilla, Alonso de Frías y Zúñiga y Fray Gabriel Quiroga de San Antonio (más Rodrigo Enrique, que no fue literato, pero sí tuvo un hijo que le hizo protagonista de su obra más célebre: Jorge Manrique y las Coplas por la muerte de su padre); no faltan obispos y otras personalidades de la cultura en sus diversas facetas (medicina, teología).

Incluso hay algunos que, sin haber nacido allí, tuvieron una relación importante. De éstos, hay que citar a Lope, evidentemente, pero también a Juan José de Austria, que se educó en la villa y era aquel bastardo que Felipe IV tuvo con la actriz María Calderón, y que llegó a ser virrey de Aragón y gobernador de los Países Bajos durante el reinado de su hermanastro Carlos II. Pero, insisto, nadie de esa lista alcanza la singularidad insólita de Lucrecia de León; tanto, que merecerá su propio artículo más adelante.

Fotos: JAF y Marta BL

Comentarios

Mujerárbol ha dicho que…
O sea que ¿va a haber más entradas sobre mi casipueblo, Viajero Incidental? Espero que así sea.
Ahí están enterrados mi padre y sus padres. No voy desde que dejé de conducir, pero en cuanto acabe la pandemia...

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