Las Cuevas de Hércules en Toledo

 
De la misma forma que resulta casi inevitable mencionar a Drácula cuando se escribe sobre Rumanía, algo parecido ocurre con las leyendas si el tema es Toledo. Prácticamente todos los rincones de la ciudad castellana tejen su relato en un tapiz que mezcla historia y mitología, siendo ambas de origen musulmán, judío o cristiano al haber sido un punto de confluencia de las tres culturas del Libro. 

Pero, por sorprendente que parezca, también hay una tradición clásica que tiene su plasmación más conocida en las Cuevas de Hércules, una gruta subterránea que habría sido excavada por Túbal, nieto de Noé, y donde el semidiós griego instalaría un palacio en el que practicaba la magia, colocando allí unas figuras que representaban el futuro de España.

Para evitar que alguien entrara y dejase libres las desgracias que habrían de asolar aquella tierra, cerró la puerta con una verja ordenando que cada rey añadiera un candado al asumir la corona. El último monarca visigodo, don Rodrigo, más seducido por la leyenda de un fabuloso tesoro oculto allí que por la trascendental advertencia, cayó en la tentación y, haciendo caso omiso, decidió entrar. 

Dos colosales estatuas de bronce custodiaban la mítica Mesa de Salomón, objeto llegado a esa tierra tras la Diáspora judía y posterior caída del Imperio Romano, y que, a similitud el Santo Grial, proporcionaba el conocimiento absoluto porque el sabio bíblico había grabado en el tablero el Shem Shemaforash, es decir, el verdadero nombre de Dios. Las figuras golpeaban con sus tremendas mazas a cualquiera que se acercara, pero, en cambio, no impidieron al rey abrir un arca que había cerca y que prometía guardar grandes riquezas.

No era así, claro. Don Rodrigo sólo encontró un tapiz con dibujos de unos guerreros árabes y la profecía de que, por su irresponsabilidad, ellos le arrebatarían el reino. Aterrado, salió corriendo y mandó cegar la entrada de la cueva, aunque eso no evitó que, efectivamente, los visigodos fueran derrotados en el 711 en Guadalete e Hispania, invadida, pasara a ser Al Ándalus durante casi ocho siglos.

Lo gracioso es que las Cuevas de Hércules existen. Hay crónicas que cuentan cómo en el siglo XVI fueron descubiertas en el sótano de la iglesia de San Ginés,  derribada en 1841; hoy es el callejón de San Ginés. Por supuesto, tienen su explicación histórica, pues se cree que eran depósitos de agua romanos, si bien constituirían sólo la entrada y comunicarían con un auténtico sistema de grutas naturales que está en las afueras de Toledo, en Mocejón. Incluso de dice que mucha gente utilizó esa red subterránea para huir de la ciudad durante la Guerra Civil. 

De hecho, el subsuelo urbano está lleno de sótanos, pasadizos y túneles (Casa del Greco, convento de San Clemente, palacio de Fuensalida, Casa Navarro Ledesma, edificio de Hacienda, el Zocodover, etc). Toledo -no sólo la ciudad sino toda la provincia- no sería la misma sin ellos, y las leyendas al respecto se multiplican y ramifican en múltiples versiones, de manera que haría falta un libro entero para recopilarlas.

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