De pintxos por Bilbao (redux)


Tras la visita al Guggenheim del último post, permítanme que insista con Bilbao y el arte contemporáneo. Eso sí, esta vez no se trata de pintura, escultura, grabado, videoinstalaciones ni ninguna de las mil variedades plásticas posibles que puede ofrecer ese museo, sino de otra de textura muy diferente. Blanda. Comestible. Perecedera. Visualmente impactante.


Me refiero a una de los símbolos gastronómicos que mayor fortuna han hecho en la ciudad de un tiempo a esta parte: los pintxos, esos bocados pequeños, generalmente asociados a un palillo que les da estabilidad (y nombre) y que hoy constituyen el atractivo principal de los bares a determinadas horas.


Sinfonías cromáticas, estallido en la boca de sabores diversos perfectamente armonizados, alardes de presentación, virtuosismo compositivo... los pinchos bilbaínos ya constituyen un atractivo turístico más de la ciudad, abandonando incluso la hora del vermut para adentrarse directa y plenamente en la de la comida, haciendo que el casco viejo no viva sólo de noche.




No crean que les escribe un entusiasta de las artes culinarias o que soy fan de alguno de los cinco mil programas televisivos de cocina. Al contrario, estoy hasta el gorro de esa moda que, como todas, termina por resultar cargante y hace que hasta el mayor patán del reino presuma de tener una receta magistral, con un nombre que enuncia todos sus ingredientes que, además, deben sonar lo más raros posible.





Pero reconozco que los pinchos son otra cosa, más modestos dentro de su aparente magnificencia. Quizá sea por el tamaño, porque hay muchísima variedad reunida en un solo sitio o porque, en realidad, no hace falta saber demasiada cocina para hacer uno; sólo imaginación y atrevimiento. Eso sí, bien que se cobra luego al cliente.



En fin, no voy a reseñar una relación de locales donde sirven estas delicias culinarias porque ya lo hice en otra ocasión y por partida triple, en una serie de tres posts (lean I, II y III) Dejemos que esta vez sean los pinchos los que hablen por sí mismos y nos pongan los ojos como platos, nunca mejor dicho. 


Pero fíjense en las imágenes y descubrirán montones de ingredientes diferentes; un pequeño mundo en miniatura en cada uno que sorprende ora por sus colores inverosímiles, ora por su mestiza composición, ora por su estética elaboración. Por ejemplo, este kebab tamaño micra que me hizo una gracia especial.


Fotos: JAF y Marta BL.

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