La tumba de Jim Morrison en París

Hace unos días se cumplió el 40º aniversario de la muerte de Jim Morrison, ya saben, el líder de The Doors. Fue un 3 de julio de 1971 en su refugio de París y en tan extrañas circunstancias (¿por qué los cantantes famosos siempre mueren en extrañas circunstancias?) que enseguida surgió la inevitable leyenda: Morrison habría fingido su fallecimiento para marchar a África, como antes hiciera unos de sus escritores favoritos, Rimbaud. A lo mejor se encontró por allí a Elvis e hicieron un dueto jocoso de Break on trough (to the other side).

Lo cierto es que se determinó oficialmente que había fallecido por un paro cardíaco, lo cual, en una persona que consume habitualmente LSD, peyote y cannabis mezclándolo con bourbon (hasta en su tumba suele haber una botella) es como decir que lo hizo de necrología. O como decían Mortadelo y Filemón, de muerte natural porque lo natural es que uno la palme con ese combinado.

Hace unos años estuve en la capital de Francia y pasé una tarde en uno de mis rincones favoritos de la ciudad, el cementerio de Pere-Lachaise, donde están enterrados centenas de personajes famosos. Y después de aburrir a Marta obligándola a ver todas las tumbas de los mariscales de Napoleón decidimos terminar la jornada viendo la de Morrison. Costó dar con ella porque está en un recodo, medio oculta tras un pequeño panteón, pero la encontramos gracias a las indicaciones de un fan argentino chiflado que estaba cantando Light my fire entre los cipreses.

Por entonces ya no tenía el busto de bronce, que se dejó de reponer cuando la frecuencia de su robo se hizo demasiado alta, ni losa, demasiado tentadora para los graffiteros. Sí estaba, en cambio, la lápida con el genial epitafio en griego Kata ton daimona eaytoy (A cada cual su propio demonio) envuelta en flores. Y mientras una campana anunciaba la hora de cierre del camposanto a mí me pareció oir la voz de Morrison desde el más allá (o sea, rompiendo las puertas de la percepción, je, je) declamando su escandalosa versión de Edipo rey al son de The end, como cuando empezaba en aquel bar californiano de tan oportuno nombre, Whisky a go go. Claro que igual era el argentino con su particular homenaje.

Foto: Fab1 en Wikipedia