Gatos mundi


Grandes, pequeños, gordos, famélicos, color negro azabache o atigrados, de pelo largo y corto, solitarios o en familia... Prácticamente cada extremo del mundo tiene su gato, como si fuera gallego. Ésta es una pequeña selección que debería empezar por Egipto, su paraíso histórico pero que no podrá ser porque una tarjeta de memoria comprada en el maldito Mediamarket, nueva, decidió fundirse a mitad de viaje y hacer desaparecer el millar de fotos que llevaba.

Así que empezaré por el amigo de arriba, que dormitaba tranquilamente bajo el tórrido sol de mediodía en Atenas, a la puerta de la iglesia de los Doce Apóstoles,  una pequeña construcción ortodoxa intrusa en el clasicismo antiguo del Ágora. Acostumbrado a los miles de turistas que bajan desde la vecina Acrópolis, no sólo no se inmutó sino que parecía posar para la cámara.


Sin salir de Grecia, este otro dormía la siesta sobre la silla de la cafetería de entrada al recinto de Delfos. Una turista que había intentado  -sin éxito- arrebatarle la silla tropezó poco después, cayendo al suelo y rompiéndose la nariz. La próxima vez, debió pensar el felino, que consulte al Oráculo antes de venir a molestar.


Saltando a Marruecos, en el país alauita no es difícil encontrar gatos callejeros a los que la gente alimenta. Estos, por ejemplo, estaban en plena comilona de mortadela en una calle de Fez. La lógica hace deducir que la vianda fue proporcionada por turistas, dado que mortadela y halal no pegan mucho. Eso sí, en la esquina inferior derecha también se vislumbra una ensalada.


En cambio esta elegante pareja pertenecía a un hotel de Manuel Antonio, en Costa Rica, campando a sus anchas por porches y tejados ,haciendo ostentación de sus collares y descansando con suficiencia, bien sobre los coches de los clientes, bien atravesados en medio del pasillo sin, por supuesto, tomarse la molestia de apartarse. Que lo hagamos los humanos, que para eso nos han domesticado.


En la isla de Lamu, Kenia, este pequeñajo no tenía tanta suerte, por mucho que un listo que se presentó como su dueño nos pidiera algo de dinero para darle de comer. Se lo dimos pero, evidentemente, el gato se quedaría igual que estaba. Nada que ver con su rollizo compatriota de Nairobi, mascota del famoso restaurante Carnivore, que pulula entre las mesas para hacerse con las sobras, de ahí el lustroso aspecto que se puede ver en la foto de un post anterior.


Por último, un representante de Uganda fotografiado en  el Santuario de Rinocerontes de Ziwa. Allí vive en libertad dando rienda suelta a su naturaleza primigenia e imperando sobre el resto de animales, convalecientes de heridas ocasionadas por accidentes de tráfico.

Fotos: Marta B.L.

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