La sierpe en Sevilla es una maravilla


Con la proverbial puntería que me caracteriza se me ocurrió visitar Sevilla en febrero de 2009, justo cuando los mapas de tiempo de todos los telediarios colocaban una enorme B de borrasca e isobaras de bajas presiones sobre Andalucía. Así que tengo el dudoso honor de haber conocido la ciudad hispalense sin siquiera ver atisbar el sol entre las nubes.

Por culpa de ello una noche tuve que recorrer la famosa calle Sierpes, habitualmente concurridísima, casi a solas, oyendo sólo el eco de mis pasos y, si acaso, las gotas cayendo sobre el pavimento. Pero vino bien -decididamente, la lluvia en Sevilla es una maravilla- para crear el necesario ambiente siniestro porque entonces recordé la leyenda sobre el origen del nombre de esa vía.

Hay que remontarse al siglo XV, durante los tiempos de la Reconquista. La ciudad estaba atemorizada por las misteriosas desapariciones de niños de los que nunca volvía a saberse. Corrían los consabidos rumores contra los judíos (era creencia común que los sacrificaban en ceremonias sacrílegas para burlarse de Cristo), los moros (se los llevarían como esclavos a Granada, que aún estaba en su poder), los turcos (lo mismo pero a Constantinopla) y otros, pero sin que nadie pudiera presentar pruebas ni demostrar nada.

Entonces el alcalde de la ciudad, Alfonso de Cárdenas, recibió la enigmática visita de un embozado que aseguraba tener la explicación y estaba dispuesto a darla a cambio de un indulto, pues se había fugado de la cárcel. El edil aceptó, hizo venir a un escribano (un notario de la época) y se redactó el documento de perdón. Entonces Melchor de Quintana, que tal era el nombre del individuo, se dispuso a cumplir su palabra y guió al alcalde y sus corchetes a la calle de Entrecárceles, donde se ubicaban las dos prisiones locales. En su antiguo calabozo les mostró el agujero que había practicado para escapar y por allí se metieron, dando a las cloacas, que eran de origen romano y se las conocía como el Laberinto de Sevilla. Recorrieron un trecho hasta llegar a la altura de la calle Espaderos. Entonces Melchor de Quintana alzó su antorcha y la luz iluminó a una gigantesca serpiente (nota para la generación LOGSE: eso es lo que significa sierpe) ya muerta de una cuchillada. La rodeaban pequeños cráneos y esqueletos, sin duda los niños desaparecidos.

El cadáver del bicho fue expuesto al público y se acabó nombrando así a la que hasta entonces era calle de Espaderos. Para los que quieren final con perdices, Melchor se casó con la hija de Alfonso de Cárdenas. Y para los que prefieran versiones más prosaicas, el nombre de Sierpes se debe probablemente al dibujo de un ofidio de alguna botica instalada en los alrdedores o a un vecino apellidado así.

Foto:
duiops.net

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