Vanitas vanitatis


¿Puede traer algo bueno una epidemia que acaba con dos tercios de la población? ¿Puede tener algún efecto positivo que haya que improvisar cementerios (en plural) y se formen colas kilométricas a las puertas del hospital? ¿Que manzanas enteras de edificios queden vacías al ser fulminadas sus ocupantes en pocos meses? ¿Que la ciudad afectada vea derrumbarse su economía y nunca más recupere el nivel anterior?

Pues sí, siempre que no seas uno de los caídos lo veas en la distancia y el tiempo, claro. En 1649 un brote de peste bubónica arrasó Sevilla y mató a más de sesenta mil personas antes de remitir por sí solo. La ciudad perdió la pujanza que la situaba entre las primeras del mundo y dejó una terrible impresión en los supervivientes. Uno de ellos era Miguel de Mañara, un notable que ejerció diversos cargos públicos hasta llegar a la alcaldía. La leyenda, inexacta, pues parece ser que se originó en el contexto anticlerical decimonónico, dice que llevaba una vida disoluta hasta que un día tuvo una siniestra visión de su propio entierro por la calle, premonición de un intento de atentar contra su vida por parte de unos enemigos.



Experimentó entonces una súbita conversión religiosa -modelo para don Juan Tenorio- e ingresó en la Hermandad de la Santa Caridad que se ocupaba de dar sepultura a los cadáveres de ahogados y ajusticiados. Con el nombramiento de Mañara como Hermano Mayor se extendió el ámbito de actuación a los enfermos sin medios. Pese a que habían transcurrido unos cuantos años, probablemente muchos procedían de aquella epidemia que se cebó especialmente, como suele ser habitual aún hoy, en los barrios más pobres, caso de Triana. 

Miguel de Mañara

El caso es que así nació el Hospital de la Caridad, construido en lo que eran las atarazanas del barrio del Arenal y que se conserva bastante bien, incluida la Sala de Cabildos, donde los hermanos votaban las decisiones de la comunidad y que exhibe algunos objetos personales de Mañara como su espada, su máscara mortuoria....

La espada de Mañara

En la iglesia, además de la tumba del personaje (situada en la entrada según su última voluntad "para que todos me pisen y juellen" y con la inscripción "Aquí yacen los huesos y cenizas del peor hombre que ha habido en el mundo"), se hallan colgados, todavía en su emplazamiento original (las paredes del sotocoro) dos obras maestras del barroco español: se trata del conjunto conocido como Las postrimerías de la vida, cuya autoría corresponde a un miembro de la Hermandad, Juan de Valdés Leal

Al estar muy altas quedan algo a oscuras pero quizá sea deliberado para que el espectador no se horrorice demasiado al verlas con detalle. In ictu oculi representa a la Muerte bajo su tradicional forma de esqueleto portando la guadaña y un ataúd bajo el brazo y pisando los símbolos de aquellos poderosos a quienes iguala con la plebe cuando les llega la hora: tiara, mitra y capelo cardenalicio por un lado, cetro, corona y toisón reales por otro. En frente de este cuadro está el otro, Finis Gloriae Mundi (el mostrado al comienzo de este artículo), con los cadáveres putrefactos de un obispo y un caballero bajo una balanza con la inscripción Ni más ni menos.

In ictu oculi

Habrá estómagos sensibles que prefieran las seis pinturas sobre la Misericordia que Murillo aportó para las naves laterales -y de las que sólo quedan dos porque las otras se las llevó el mariscal Soult, de quien ya hemos hablado en otros posts-, pero las de Valdés Leal encajan mejor con el espíritu de ese recoleto lugar, reforzado por la decisión de Mañara de mandar colocar su tumba en la puerta del templo para que todos la pisen al entrar. 

Y, además, Valdés Leal y Murillo se detestaban mutuamente.

Fotos: JAF

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