Manolo; vuelve el héroe


Ya he hablado en alguna ocasión de Manolo, aquel compañero de la Universidad que tanto juego da a la hora de evocar anécdotas para blogs. Por eso voy a desgranar alguna más. La verdad es que se trataba de un tipo pintoresco, con su aspecto un tanto desmañado, sus gafas de culo de botella y una peculiar forma de ser que te llevaba a dudar si estaba de broma perenne, hablaba en serio o simplemente había perdido un tornillo.


Esa personalidad original le había llevado a ser elegido delegado de la clase, quizá por ello siempre se sentía obligado a tomar la iniciativa para solventar cualquier problema que se presentara o simplemente para divertirnos en el autobús, contando chistes memorables por el micrófono (el de la oreja nos provocó agujetas y lágrimas de tanto reir) de los que él mismo se descojonaba estentóreamente como si los oyera por primera vez. De hecho le costaba terminarlos porque le saltaban las carcajadas antes de terminar.

Aquel viaje a Italia dio mucho de sí y aunque la historia del aparcamiento en Pisa es inigualable puedo recordar alguna más. Una noche nos perdimos por las inmediaciones de un pueblo transalpino llamado Filgirne Valdarno, cerca de Florencia. Habíamos visitado una discoteca, que nos había indicado el conserje del hotel, que resultó estar en medio de la nada y con nada dentro salvo unos tipos de aspecto patibulario -traje blanco, camisa abierta hasta el ombligo, crucifijo de oro al cuello, melena engominada- a los que a poco más se les podía ver la metralleta bien oculta en su funda de guitarra. Y, lo que es peor, no se veía ni una sola persona de género femenino, lo que nos impulsó a regresar en busca de nuestras habitaciones.

Caminábamos un tanto despistados por la cuneta de una carretera comarcal cuando nos cruzamos con un habitante del pueblo (no me obliguen a decirlo: ¿filgirnevaldarnés?). Y como ninguno de nosotros hablaba una palabra de italiano, por mucho que sea molto fácile e divertente, allá fue Manolo. El estupor nos sobrecogió a todos cuando le vimos acercarse al labriego y decirle con corrección pero inusitada cara dura:

-Perdone usted, ilustre paleto, ¿podría decirnos cómo llegar al pueblo?

Como suena. Y encima totalmente serio. De hecho, nunca llegó a comprender por qué, al girarse, vio que los demás nos habíamos alejado una veintena de metros prudentemente.

Todo lo cual nos convenció de lo acertado de la decisión de marchar de la discoteca. Seguro que más de uno se imaginó a Manolo departiendo con alguno de aquellos gánsteres y lo que podría haber dado de sí la temeraria conversación si por casualidad entendían al vuelo alguna de las simpáticas expresiones de nuestro delegado.

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