Pepsi-Cola y epilepsia; en camello por las pirámides



No se puede tener una experiencia completa de Roma si no se arroja una moneda a la Fontana de Trevi o se mete la mano en la Boca della Veritá, como tampoco en Pisa sin hacerse la consabida foto sosteniendo el campanile, en Venecia sin darse un paseo en góndola o en México sin subir a la cúspide de algún templo prehispano.

Cierto es que todo esto puede resultar tópico en los dos primeros casos, algo bobalicón en el tercero, ruinoso en el veneciano y extenuante en el último, pero así es la dura vida del turista, como dicen en Egipto. Y, por cierto, este país también tiene su obligación: darse un paseo en camello ante las pirámides. Algo que, además, puede llegar a reunir en uno todas las características de los casos anteriores.

Es probable que tras la Primavera árabe las cosas hayan cambiado algo y la menor afluencia de visitantes incida sobre las tarifas, aunque conociendo la idiosincrasia de los egipcios me permito dudarlo. De todas formas, cuando fui yo aún era un destino efervescente que nos exigió hacer la consabida cola para entrar a la pirámide de Kefrén y establecer un auténtico duelo al sol -literalmente- con un camellero para conseguir un buen precio por los cuatro amigos españoles que aspirábamos a cumplir la tradición.

La negociación fue todo lo dura que cabía esperar -nadie entenderá el alcance del concepto lasitud hasta que regatee con un egipcio-, pero al final llegamos a un acuerdo y pusieron a nuestra disposición un par de dromedarios enjaezados con mantas de dudoso color grana, sillas de remaches dorados y expresión de fastidio.


Una de las pocas capturas de imagen salvables del vídeo
 
Al parecer, el trato sólo daba para un ejemplar por pareja, así que Marta subió delante y yo detrás mientras el camellero azuzaba al animal para que se incorporase. Fue él también quien, para sorpresa nuestra, se ofreció a tomar mi cámara de vídeo y grabarnos, así que le tendí el aparato mientras le explicaba dónde estaba el visor y dónde el botón de REC; instrucciones de las que, como me temía, no entendió la más mínima palabra.

Pero justo es reconocer que se puso manos a la obra, con tanto afán y voluntad como absoluta inutilidad: cuando nos pusimos en marcha el tipo echó a correr al lado del camello intentando no quedar rezagado mientras grababa, sí, pero con el objetivo ora apuntando a las nubes, ora al arenoso suelo, ora al piramidión de Keops -si existiese aún, quiero decir-, mientras tropezaba una y otra vez con las piedras o se enredaba con su propia chilaba trastabillando y poniéndome los pelos de punta no sólo por su integridad física sino también -lo reconozco- por la de la cámara.

El espectáculo era casi surrealista: allí estábamos Marta y yo encaramados a la jiba del camello, tostándonos bajo el sol de Giza mientras dábamos una vuelta por las ardientes arenas con un espantajo galopando a nuestro lado que a la vez que grababa no se sabe qué gritaba enfáticamente "¡Hola, hola, Pepsi-Cola!", la frase que se aprenden todos los egipcios para tratar con los españoles junto a "Más barato que en Carrefour" y al insulto "¡Catalán!" cuando no quieres comprarles algo porque lo consideras demasiado caro.

 
Otra; no hay más
 
Eso sí, no voy a mentir: no debieron de pasar más de un par de minutos pero no sé quien estaba más agotado, si el pobre hombre, que no podía ya respirar y parecía ir a dedicarnos una monumental catarata vomitoria de un momento a otro, o yo, que no pude parar de reir ni un segundo ante tan inesperado show.
 
Podría objetar que en el fondo el tipo nos tomó el pelo, que apenas recorrió doscientos metros -por suerte para él- y que luego quería cobrarnos más de lo acordado, cosa bastante frecuente en Egipto, por cierto, pese a lo que digan las guías. Pero qué quieren, aquel rato de carcajadas frenéticas e incontenibles fue uno de los mejores momentos de mi paso por el país, después de un mal comienzo con una semana entera de gastroenteritis.

Es el día de hoy que pongo el vídeo, veo las imágenes que parecen grabadas por un epiléptico en pleno ataque -por supuesto no hay un solo plano nuestro decente a lomos del camello, salvo la foto que hizo un amigo- y vuelvo a partirme de risa hasta acabar con agujetas en el abdomen. Y las pirámides de fondo. En la imaginación.

Fotos: JAF

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