Buscando al demonio Guayota en el Teide


Guayota el Destructor, el demonio maligno que habitaba en las profundidades del infierno, bajo la majestuosa masa montañosa de Tenerife, salía periódicamente de su infernal guarida subterránea acompañado de una cohorte de demonios, todos adoptando la forma de siniestros perros negros,  para exigir a los guanches las correspondientes ofrendas con las que debían obsequiarle para aplacar su ira y evitar que, con prodigiosos poderes, actuara sobre las fuerzas de la naturaleza causando todo tipo de estragos: ríos desviados, vientos huracanados, lluvias torrenciales... Tal era la capacidad del malvado, aunque nada comparado con los estallidos de fuego y lava que provocaba haciéndolos brotar de la cumbre de Echeyde, dejando a su paso la muerte y la desolación.

Guayota canificado

Como se puede deducir cacofónicamente, Echeyde es el antiguo nombre que los aborígenes tinerfeños daban al Teide, el emblemático volcán que con sus 3.718 metros de altitud no sólo es el techo de la isla sino de España entera y el tercero más alto del mundo de los que están activos, tras los hawaianos Mauna Kea y Mauna Loa. Pese a todo, se trata de un gigante dormido que de momento parece no ofrecer peligro, hasta el punto de que miles de turistas lo visitan a diario; para ello usan un teleférico que en 8 minutos lleva hasta 160 metros de la cima, punto a partir del cual quien desee seguir hasta ésta debe hacerlo a pie y previa reserva. No fue mi caso al ir cargado con bebé, razón por la cual tuve que conformarme con recorrer el agreste sendero de lava endurecida que circunvala el cono, azotado por un viento implacable, gélido pese a ser verano, que me dejó los oídos pitando una temporada. Sin duda Guayota estaba empeñado en impedir un cara a cara conmigo.

El teléferico se queda a poco de la cumbre

Senderos entre la lava solidificada

Uno como el que mantuvo con Achamán, el dios supremo de los guanches, creador de la Humanidad; el cielo encarnado para atender a los ruegos de la gente porque el demonio había secuestrado y encerrado a Magec, la divinidad solar artífice de las almas de los hombres, y el astro rey ya no brillaba en lo alto cada mañana, quedando la Tierra sumida en las tinieblas. Achamán derrotó a Guayota en un duelo, lo arrojó a su propio antro y tapó la salida -el cráter- con una gran roca conocida como Pan de Azúcar, devolviendo la luz al mundo al liberar a Magec. Guayota quedó preso para siempre y ocasionalmente dejaba desatar su cólera en forma de erupciones, que los guanches aplacaban encendiendo hogueras por si salía, bien para espantarle, bien para que pasara de largo al hacerle creer que seguía en el inframundo.

El último tramo hasta la cima sólo puede hacerse andando y previa reserva

Los arqueólogos han encontrado restos de ofrendas indígenas en diversos tubos volcánicos de la base del Teide y el sonido del viento golpeando contra las laderas quemadas de la montaña simula muy bien los quejidos guturales del demonio atrapado y sus acólitos (Jucancha, Yruene, Hirguán...), reunidos bajo el nombre genérico de los Tibicenas. Y aunque en realidad la forma estructurada de este mito es muy tardía, los personajes sí son de la época, fusionados quizá con elementos cristianos intrducidos tras la conquista castellana y en paralelo a leyendas similares que había en otras partes del planeta; el caso más conocido es el de la diosa hawaiana Pelé, la irascible hija de la diosa de la fertilidad Haumea y de Kane Milohai, que habita en el interior del volcán Kilauea.

Una recreación de Pelé

Lo interesante de todo esto está en el papel fundamental que juega el Teide como escenario. Del relato se infiere claramente que la montaña era considerada una especie de ónfalos o axis mundi, o sea, ese centro del mundo que aparece en tantas mitologías; al menos desde la perspectiva de los habitantes insulares. De hecho, fue en su cumbre donde Achamán, a cuya omnipotencia se debía todo, creó al Hombre y en Echeyde incidió especialmente un terremoto enviado por el dios para fragmentarlo y formar así las demás islas del archipiélago canario. Desde allá arriba se contemplan espléndidas panorámicas y no extraña que los guanches se sintieran más cerca de la divinidad, si es que alguno llegó a subir superando el esfuerzo y, en invierno, el frío (el Pan de Azúcar es una metáfora obvia de la nieve).

Buenas vistas

Pero casi resulta más fascinante, por candorosa, la identificación del volcán con el monte Atlas clásico, aquel que según una de las versiones de la mitología clásica resultó de la transformación del titán homónimo a causa de la visión de la cabeza de Medusa exhibida por Perseo y según otras estaba condenado a sostener el firmamento. El Atlas era el pico principal de la Atlántida para muchos autores de la Antigüedad como Heródoto o incluso modernos, como el mismísimo Bartolomé de las Casas, aunque la geología nos dice que fueron una serie de erupciones hace 150.000 años las que originaron un primer cono que colapsó dejando como muestra de su existencia las llamadas Cañadas del Teide: una yerma llanura de 45 kilómetros de diámetro rodeada por montañas erosionadas y una capa de lava negra sin apenas atisbos de vida vegetal que es lo que queda de aquella caldera.

Las Cañadas, lo que queda de la antigua caldera

El pico actual se formó a partir de erupciones posteriores; una de ellas la vio Colón en persona en 1492, cuando zarpaba hacia su primer viaje, en el vecino Boca Cangrejo; otra, especialmente virulenta, tuvo lugar en 1798. Y es que, de vez en cuando, Guayota farfulla desde el fondo de su guarida prisión y la tierra tiembla: por eso el Teide está considerado uno de los volcanes más potencialmente peligrosos del mundo.  Hablando de farfullar, cuando detuve el coche en la estación del teléferico se me vino encima un gorila de uniforme gruñendo porque allí no se podía parar; dio igual cualquier intento de explicación sobre las necesidades de un bebé porque el tipo tenía la misma capacidad empática de Lisbeth Salander y los tres cuartos de neurona de su cerebro sólo le daban para repetir la misma frase prohibitiva una y otra vez, pese a que mi momentánea parada no provocaba ningún problema de tráfico. ¿Una reencarnación de Guayota? Probablemente no pasaba de Tibicena.

Fotos: JAF

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