Toni Kuakman y sus inauditos viajes: Kuakman cruza el charco (II)


Segunda parte de la última aventura cuyo relato inicié en el post anterior y que me ha facilitado el ínclito Toni Kuakman. En realidad no es la última sino la primera: su viaje primigenio, cuando era un atribulado adolescente, a la ciudad de Middletown, en Estados Unidos, para aprender el idioma En el capítulo anterior le dejamos en manos de una estrambótica anfitriona, solicitando deseperadamente que le cambiaran de casa ante sus extravagancias.

Tras enterarnos Alberto y yo de que la chiflada de la señora Bunders tenía la surrealista intención de que nos pasáramos la mañana encerrados en el piso superior de su casa para evitar que el perro subiera, decidimos huir de allí lo más pronto posible. Pero aunque el cabrón de Gürtels prometió buscarnos otra casa, no se lo tomó con mucho interés. Sólo a costa de darle la paliza insistentemente y amenazar con medidas desesperadas (como pedir ayuda por la ventana proyectando la sombra de un murciélago, saltar desde la azotea usando las sábanas de paracaídas o abrirnos el abdomen con un cuchillo y sacarnos nuestras propias entrañas para descolgarnos por ellas al estilo Machete, entre otras barajadas), conseguimos que se pusiera a ello.

Algunas ideas

El resultado fue que nos colocaría temporalmente con la familia de la mujer de su enlace en Middletown. Dicho y hecho, al día siguiente tenía el honor de conocer a mis nuevos anfitriones estadounidenses, si es que se les podía llamar así. Digo esto porque era una pareja de ancianos emigrados desde Italia hacía ya cuarenta años, sí, pero que en todo ese tiempo habían sido incapaces de aprender una palabra de inglés. Se planteaba así una curiosa situación puesto que una de las razones de esas estancias de españoles en EEUU era aprender el idioma y  allí sólo iba a poder comprobar aquello de que el italiano é molto fácile e divertente; y cuidado, que  encima su hija, que venía a verles cada mañana, estaba casada con un argentino, por lo que hablaba español bastante bien.




Así que aquellos dos vejetes no iban a enseñarme gran cosa pero yo a ellos tampoco porque encima estaban sordos como una tapia. Me preguntaba si Alberto habría tenido mejor suerte o también habría acabado como protagonista de una novela de Kafka, por lo que pocos días después decidí hacerle una visita. Resultó que estaba alojado en casa de una familia judía, rica y culta, que viajaba por medio mundo en Business (de hecho, no le habían podido recibir el día que llegó al hallarse de vacaciones en los Andes). Atención al dato porque hasta sabían que España no es un país sudamericano sino europeo y que no todos sus habitantes son toreros. Es más, estaban más o menos al día de la situación política y tenían amplios conocimientos de nuestra cultura, supongo que no gracias al maldito Mundial de Fútbol. No pude evitar desarrollar una sana envidia hacia mi compañero, deseando que se estrellase a la primera ocasión -sin muerte, sólo algo de escayola y, si acaso, leve hospitalización y repatriación con honores-, a ver si podía ser yo su sustituto en aquel hogar. Pero, claro, como diría Obi Wan Kenobi, nuestros destinos corrían por senderos diferentes. Él, con sus judíos ilustrados; yo, con mis ancianos sordos, perdón, discapacitados auditivos.

dancing jews


Una vez, al retornar de una excursión por Middletown, me topé con el viejo sentado en el jardín. Como yo no tenía llave, le pedí que me abriera la portilla de la cerca pero no me oyó, como tampoco a la segunda, cuando se lo dije más alto, ni a la tercera, cuando dí un aullido que hizo volverse a todos los peatones que circulaban por la calle. Era inútil insistir, ya que no suelo andar por ahí con megáfono, así que opté por saltar la valla, entré en la casa... y casi mato de un susto a su esposa, a quien tuve que explicar la situación. Entonces me dejó casi con la palabra en la boca y salió corriendo mientras gritaba "¡Luigi, Luigi!" Resultó que al anciano le había dado un ictus y en cuestión de minutos aquello se convirtió en un show a la americana, con medio vecindario formando corro alrededor, coches de policía aparcando sobre el césped y una UVI móvil haciendo acto de aparición con la sirena a toda potencia. El vejete sobrevivió al incidente pero, evidentemente, aquella familia no estaba en condiciones de tener huéspedes, así que, una vez más, tuve que liar el petate para cambiar de hogar.

Kuakman no me facilitó fotos del anciano pero siempre lo imaginé igual que Corrado Soprano

Me albergó uno de sus hijos, que se ofreció a hacerlo de forma temporal. Iba a añadir que amablemente pero lo cierto es que le venían bien unos brazos para ayudarle, ya que estaba haciendo obras de ampliación en su casa. Así fue cómo, sin comerlo ni beberlo, me convertí en un trabajador ilegal en EEUU. Peor incluso, porque, como ya habrán supuesto, no hubo paga más allá de la manutención. Gürtels no se dio por enterado cuando se lo conté y seguía sin encontrar a alguien que me acogiera; habló con una familia de prestigiosos médicos que vivía en una mansión estilo Falcon Crest y con otra de criadores de caballos que hasta tenían cuadras en su finca, pero en ambos casos mis optimistas esperanzas se quedaron en frustrados y asquerosos babeos.

[CONTINUARÁ]

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