Rincones de La Paz: Plaza Mayor de San Francisco


Es frecuente que en el mundo hispánico una iglesia constituya el punto vertebrador de un espacio urbano, generalmente en forma de plaza. Esto se cumple al pie de la letra en La Paz, ciudad de orografía que podríamos tildar -no sin cierto toque eufemístico- de difícil, asentada en una hondonada pero extendiéndose hacia las alturas que la rodean tal cual una sombra al caer el sol. Y se cumple, digo, porque recorrer su callejero es como una continua etapa ciclista rompepiernas, con subidas y bajadas y vueltas a subir, con laderas precariamente urbanizadas que sirven de telón de fondo lumpen al final de las calles, y con plazas donde ha sido necesario escalonar el pavimento para salvar las diferencias de altura y crear un ámbito que sea acogedor para el ciudadano.



La Plaza Mayor de San Francisco es un buen ejemplo. Ha quedado articulada en tres niveles tras una remodelación realizada en 2011 para revitalizar el centro paceño, en la que se amplió su superficie al juntarla con la vecina De los Héroes mediante una gran escalinata. El resultado son seis mil ciento sesenta y tres metros cuadrados de ágora que alcanzan capacidad para unas cien mil personas. Y no sé si alguna vez se ha llenado ese aforo pero un paseo por allí a media mañana da la impresión de que, en efecto, la gente empieza a reunirse, hasta el punto de que es una plaza animada como pocas, colorida, pintoresca, viva.





No resulta extraño que suela utilizarse como foro para actos públicos, no sólo ahora sino a lo largo de toda su historia; de hecho, se suelen citar cuatro grandes acontecimientos políticos recientes en tal escenario, aunque ninguno de la trascendencia del acaecido en 1549: la construcción de la Basílica de San Francisco, que es su referencia monumental y artística, así como el origen de la plaza misma. El río Choqueyapu pasaba por allí y separaba el casco urbano del llamado barrio de indios. En realidad esa iglesia, presuntamente levantada sobre un santuario aimara previo, formaba parte de un complejo mucho más grande, un convento homónimo franciscano establecido dos años antes, y no estuvo concluida hasta 1581.



Su aspecto de entonces sería diferente al actual porque no duró mucho: a principios del siglo XVII una tremenda nevada hizo desplomarse el edificio, que era de simple adobe, por lo que entre 1743 y 1753 se erigió otro, el que aún perdura. La bonita decoración labrada de la fachada se hizo cuatro décadas después y la torre es más tardía aún, de 1855. El interior tiene tres naves, con una cúpula de media naranja y una cripta en la que están enterrados Juan Sagámaga, Pedro Domingo Murillo y Juan Basilio Catacora, paceños ejecutados por su participación en la revolución de 1809.



El cenobio, en cambio, no sobrevivió: lo demolieron en la segunda mitad del siglo XX para abrir la plaza y la avenida Mariscal Santa Cruz. Posteriormente se lo debieron pensar mejor y se aplicó un plan de recuperación de lo que quedaba, reaprovechándolo para ubicar el Centro Cultural Museo San Francisco, de arte sacro e indígena; un sitio muy interesante del que merecerá la pena hablar más detalladamente en otra ocasión. Ahora, el monasterio es Monumento Nacional, conservando dos preciosos claustros y el coro, además de la iglesia.



Yo llegué a la plaza bajando por la Avenida Murillo, en un plácido paseo con paradas continuas para atender al inevitable vendedor ambulante de fósiles o para curiosear los tenderetes de la miríada de tiendas de souvenirs y ropa de lana de alpaca. Aunque el escaparate más alucinante fue el dedicado a productos de magia y brujería indígena; a falta de tiempo para visitar el famoso Mercado de las Brujas paceño, me entretuve viendo aquella inaudita colección de paquetes de hojas de coca, fetos de llama, jabones esotéricos para atraer el dinero, cajas de hierbas medicinales diversas y productos de nombres estupefacientes para vigorizar el ardor sexual, entre otras muchas lindezas que hay que ver para creer y ahí están las fotos para demostrarlo; el Ven a mí, ven a mí podría ser todo un eslógan para La Paz.




Fotos: JAF

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