La Capilla Sixtina: el Juicio Final
Lo vimos en el post anterior: pese a sus reticencias iniciales, y quizá motivado especialmente por las dudas burlonas que sus colegas de profesión manifestaban sobre la capacidad de un escultor para pintar la bóveda de la capilla, Miguel Ángel deslumbró al Papa y a todo el mundo cuando mostró su obra terminada en 1512. Parecía imposible mejorar aquello pero, veinte años más tarde, el artista regresó volvió a iluminar la Santa Sede con su visión del Juicio Final. Artística, se entiende.
Miguel Ángel no era muy agraciado |
Se acababa el Renacimiento y Miguel Ángel era bastante mayor: con
cincuenta y un años -una edad considerable para la época, aunque llegó a cumplir ochenta y nueve-, ya tenía un prestigio más que probado y parecía que
había hecho todas sus obras maestras. Pero no, faltaba la más emblemática. La terminó en 1541, consciente de que acababa de crear algo excepcional: "A cuántos hará enloquecer esta obra mía" dijo sin falsa modestia con otra de esa frases para la Historia que acostumbraba a proclamar al terminar una pieza (años atrás había incitado a hablar a su estatua de Moisés, considerando que sólo le faltaba la vida).
En cierta forma, su Juicio Final anticipa la llegada del Barroco al presentar una escena caótica, un torbellino donde todas las figuras se mezclan en un solo fondo, un totum revolutum sin lunetos ni particiones arquitectónicas. Para ello, Miguel Ángel no sólo eliminó unas pinturas previas de Perugino e incluso otras propias, sino que cegó dos ventanas y dotó de inclinación hacia afuera a la pared en su parte alta para evitar la acumulación de polvo y crear sensación de envolvimiento.
Ángeles trompeteros |
Hablaba antes de cierto historicismo. Y es que el tema, el Apocalipsis según San Juan, se representa con los rostros de personajes reales: el rey Minos es Biaggio da Cesana (camarero del Papa que había criticado los desnudos representados), el Cristo hace su segunda venida con los rasgos de Cavallieri (uno de los modelos de Miguel Ángel), Caronte se identifica con el condestable de Borbón, San Bartolomé lleva una piel en la mano que es un autorretrato del propio artista...
San Esteban con la piel de Miguel Ángel |
Toda esa magnificiencia plasmada sobre ese característico fondo azul, logrado con lapislázuli afgano, no impidió que algunos sólo se fijaran en lo que consideraban obsceno al mostrar tantos desnudos. Por esa razón, ocho años después, Pablo IV cedía a las presiones y encargaba a Volterra que los cubriese púdicamente pintando ropajes sobre ellos. Ello le valió pasar a la posteridad con el denigrante mote de il Braghettone. Y encima para nada, porque, aparte de morir sin haber llegado a concluir la tarea, la restauración de los frescos realizada en 1980 eliminó lo que había hecho, devolviendo al Juicio Final su aspecto original. Puede presumir, eso sí, de que se haya decidido conservar el paño sobre Cristo.
En fin, un consejo: hagan zoom sobre la foto de cabecera, o mejor en alguna más grande donde se vea bien todo el Juicio Final, y entreténganse en cada uno de los detalles. Verán qué cantidad de sorpresas y escenas curiosas, terribles y/o divertidas irán descubriendo: qué expresividad en los rostros, qué desesperación de ĺos condenados en su intento de evitar ser arrastrados al Infierno por los demonios, cómo algunos justos les ofrecen su ayuda desde arriba, la estruendosa sentencia dictada por las trompetas de los ángeles (atención al que pone los ojos en blanco al tocar frenéticamente), la escalera para ascender que ha sido retirada, los santos que rodean a Cristo (aparentemente más preocupados por los desgraciados de abajo que por el juicio), un beato que asciende a los cielos llevando a dos negros, un Cristo que no gustó a muchos por ser demasiado hercúleo, Caronte (repartiendo estacazos con su remo y mil cosas más.
En fin, un consejo: hagan zoom sobre la foto de cabecera, o mejor en alguna más grande donde se vea bien todo el Juicio Final, y entreténganse en cada uno de los detalles. Verán qué cantidad de sorpresas y escenas curiosas, terribles y/o divertidas irán descubriendo: qué expresividad en los rostros, qué desesperación de ĺos condenados en su intento de evitar ser arrastrados al Infierno por los demonios, cómo algunos justos les ofrecen su ayuda desde arriba, la estruendosa sentencia dictada por las trompetas de los ángeles (atención al que pone los ojos en blanco al tocar frenéticamente), la escalera para ascender que ha sido retirada, los santos que rodean a Cristo (aparentemente más preocupados por los desgraciados de abajo que por el juicio), un beato que asciende a los cielos llevando a dos negros, un Cristo que no gustó a muchos por ser demasiado hercúleo, Caronte (repartiendo estacazos con su remo y mil cosas más.
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