"Emuelando" a Richard Burton

Después de que me hayan sacado una muela del juicio que estaba donde no tenía que estar, obligándome a que me dieran tres puntos de sutura en la mandíbula y pasando dos semanas a base de antinflamatorios, antibióticos y analgésicos, además de comer con el lado opuesto de la boca y tener la cara hinchada como el muñeco de Netol; después de todo esto, digo, debo decir que no me explico cómo se las arregló el explorador Richard Burton para haber recibido un lanzazo en la cara y aguantar sin atención médica hospitalaria inmediata, habida cuenta que estaba en África, alejado de la civilización.

Fue en Bérbera, en la costa de Somalia, en abril de 1855, durante la primera expedición que realizó acompañado de Speke y otros tres oficiales británicos como ensayo para lanzarse luego a buscar las fuentes del Nilo. Burton acababa de entrar disfrazado, pernoctar diez días y volver a salir de la ciudad prohibida de Harar y todo parecía un éxito hasta que, una noche, una tribu somalí asaltó el campamento. Speke resultó herido en las piernas, por lo que no pudo escapar y acabó prisionero; a Burton le entró una lanza por la mejilla izquierda y le salió por la derecha, aunque no del todo porque quedó enganchada aparatosamente.

Al igual que Speke, que a pesar de todo logró desatarse y huir aprovechando que los asaltantes dedicaban su atención a saquear el campamento, Burton, aún con la jabalina colgando de la cara, consiguió correr hasta la playa. Allí les recogieron los marinos nativos de la goleta en que habían llegado, la Mahi, que estaba anclada frente a la costa, y les llevaron a bordo. Mientras ponían rumbo a Adén, a Burton le extrajeron el arma de la herida. A resultas de ésta le quedaría el rostro marcado por enormes cicatrices, como pueden ver en la foto superior.

Ya en destino fueron atendidos por un cirujano militar cuyo informe dice que Burton perdió cuatro muelas y sufrió la rotura de los huesos del paladar (aparte de que, de paso, le detectaron sífilis). Prácticamente no pudo hablar en una temporada y me imagino que comer también debió de ser una actividad agónica. Sin embargo, parece ser que se recuperó en Londres con relativa facilidad. 

Seguro que fue peor la humillación de soportar las fuertes críticas que recibió por no haber puesto centinelas aquella noche; al fin y al cabo, uno de sus compañeros acabó despedazado y Speke, que apenas podía moverse con sus brazos y piernas "contraídos en posturas indescriptibles" (y encima sufriendo una ceguera temporal, algo típico en los exploradores que iban a África), tardó mucho más en reponerse y no pudo regresar a la capital británica hasta más tarde.

Así que no me voy a quejar demasiado de mi maldita muela. Por suerte, he podido emular (que no emuelar) los posteriores pasos de Burton y Speke en torno al lago Victoria, por las actuales Tanzania y Uganda, con mayores comodidades, sin experimentar sus mil y un penalidades .

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