Un viaje a Medellín (y V)

Última entrega sobre el viaje a Medellín (Colombia) que realicé a finales del pasado mes de octubre-principios de noviembre, invitado por el Convention & Visitors Bureau para participar en un blogtrip como representante del blog La Brújula Verde.
El último día en Medellín nos desplazamos un buen puñado de kilómetros por el montañoso suroeste de Antioquia hacia Valparaíso, territorio cafetero, en una experiencia denominada Agricultores por un día. La idea era aprender cómo se recoge y trata el café in situ, visitando una de las fincas del llamado El Laboratorio de Café.

El Laboratorio de Café es una de las marcas de cafés especiales de mayor calidad del país. Recolecta y selecciona los mejores granos por cooperativas y fincas de la zona, cultivados con una mezcla de arte y tecnología, o amor y precisión científica,  que controla todas las variables de la producción para obtener resultados óptimos "en taza".

No es fácil llegar, puesto que la difícil red de carreteras de Colombia, saturada de tráfico pesado y no en muy buena condiciones por las lluvias, convierte en varias horas de viaje lo que no debería llevar más de ochenta minutos. Además, la abrupta orografía hace que el trayecto sea una sucesión continua de curvas capaces de marear al más pintado. Luego, ya en las inmediaciones de la finca, se acaba el asfalto y hay que recurrir a la tracción especial del 4 x 4, monte arriba.

La espléndida panorámica de Valparaíso desde la finca de La España.

Pero una vez en destino, la hacienda -donde me sentí como en casa, entre otras cosas porque ha sido bautizada La España- es una belleza y las panorámicas de la sierra circundante, de foto. Antes de nada, nos invitaron a comer en un espléndido porche con esas vistas: de primero, sopa de avena y calabaza con sésamo (allí lo llaman ajonjolí) y ajidulce; de segundo, Filet Mignon con puré de papas; de postre, helado de frutas. Entonces empezamos la visita.

Secando el café.

Consistió en un recorrido durante el que vimos cómo se cómo se lavan los granos de café remojándolos en una tolva, tras lo cual se desechan los malos (se sabe porque flotan); también cómo se secan al calor que proporcionan los rayos del sol al calentar la marquesina bajo la que se extienden. Más tarde subimos a pie hasta la plantación, que tapizaba una ladera de verde frondosidad, salpicada con el rojo intenso de los frutos; en ese estado se conocen como cereza roja y se pueden comer, pues su sabor es dulce. Cuando maduran se amarronan y pasan a llamarse pintones.

El café en estado silvestre es como fruta y sabe dulce.

Hasta ahí puedo contar sobre el proceso cafetero porque en ese momento trabé amistad con Maximiliano y nos fuimos a dar una vuelta, solos. Maximiliano es natural de Colombia pero de progenitores portugueses, si no recuerdo mal. Es un caballo pinto, un apaloosa que pertenece a la dueña de La España, quien me dejó montarlo en lo que quizá fuera mi mejor experiencia esos días.

Un paseo con Maximiliano.

Más tarde nos sirvieron una curiosa merienda (empanadillas de queso con mermelada de sésamo y piña) y rematamos la jornada aprendiendo la correcta técnica de preparar y servir el café (tardan cuatro minutos, cronómetro en mano, en colarlo por el filtro y luego hay que esperar a que forme una costra en la superficie de la taza, antes de retirarla con la cucharilla), catando distintas variedades.

Cata de cafés diversos: Valparaíso, Anzá, Támesis...

El regreso a Medellín estuvo marcado por la festividad de Halloween, que en Colombia celebran masivamente niños y adultos. Lo pudimos comprobar en varios pueblos del camino, engalanados ad hoc, y también en la propia Medellín, cuyas calles estaban abarrotadas de gente disfrazada y ruidosas cabalgatas. Pero, de forma muy especial en la televisión local.

Y es que nos invitaron a participar en un programa sobre nuevas tecnologías en el que los propios presentadores vestían disfraz, una de gata y otro del Guy Fawkes de V de Vendetta, que, por cierto, nos dejó sin habla cuando se quitó primero la máscara y luego el grotesco pelucón exhibiendo una cabeza que contrastaba llamativamente en densidad capilar. Sus compañeros no podían aguantar la risa en pleno plató.


En el plató de Tele Medellín con la directora del programa, mis compañeros blogueros y los presentadores.

Fue el canto del cisne del viaje, ya a altas horas de la madrugada. Al día siguiente nos trasladamos al aeropuerto para el regreso. Volvimos a vivir el caos organizativo de Avianca en los mostradores, ya en Bogotá me despedí de mis compañeros argentinos y embarqué para lo que esperaba iba a ser una doble tortura: volar once horas y hacerlo de noche, con el agravante de que yo no puedo dormir en los medios de transporte. 

Pero, por una vez, el Diablo se puso de mi lado: a mi compañera de asiento no le funcionaba la pantalla y le permitieron cambiarse a otro sitio, con lo cual me quedaron las dos plazas para poder echarme y, por primera vez en mi vida, conciliar el sueño en un avión. Por más que lo intentó el bebé que iba un par de metros delante, no fue capaz de chafarme la experiencia y cuando me dí cuenta amanecí sobrevolando las Azores. Luego sólo quedó tomar el tren a Asturias, en esa ocasión sin otra bomba virológica que me amargara el trayecto salvo, acaso, la proyección de una película de la saga Crepúsculo.

Fotos: JAF

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