El rocambolesco viaje a Brasil de Toni Kuakman (I)


En un lugar de Asturias, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que vivía un viajero de los de maleta en astillero, cámara antigua, billetero flaco y pies no muy corredores...
Por una vez y sin que sirva de precedente (o por primera e inaugurando una tradición, dependerá de sus aplausos), voy a contarles una historia viajera vivida por otra persona. Son las rocambolescas peripecias de Toni Kuakman, que hay que leer para creer: a veces las vacaciones pueden complicarse hasta convertirse en una pesadilla. Lo cual las vuelve perfectas para este blog, claro. Pónganle como fondo la banda sonora de Nino Rota para el 8 y 1/2 de Fellini, el Maná Maná de Barrio Sésamo o la sintonía de Benny Hill (si se lo imaginan todo a cámara rápida ya ni les cuento) y ustedes mismos aportarán las carcajadas, como me pasó a mí. Esta es la primera entrega, contada de su puño y letra:

¿Qué tiene de bueno que un amigo se vaya a trabajar a Río de Janeiro? Que puedes ir a visitarle sin demasiado gasto. Ése era el simple plan que me había propuesto Wences, con una única dificultad: no saber exactamente en qué fecha ir porque debía hacer coincidir su traslado con mis vacaciones. Lo hice a ojo sabiendo que por fin ya estaba en la ciudad brasileña, así que solicité al jefe un par de semanas y saqué un billete de avión por 700 euros; un precio chollo.

Pero no me sirvió. Mi amigo me llamó para decirme que no encontraba apartamento y que además seguramente no lo necesitaría porque su empresa puso demasiadas expectativas y ahora no iba a tener trabajo para todo el año, como esperaba. Lo cual significó ponerme a buscar alojamiento febrilmente. Por Internet, claro. Lo más barato que encuentré fue a 120 euros por noche que, multiplicados por siete noches, más el vuelo, más excursiones y comidas.... Demasiado para el presupuesto planeado.

Varios días después, habiendo alterado al alza el límite de gasto varias veces, intentado -en vano- anular el billete de la aerolínea y movilizado a todos mis compañeros para que consultaran hasta el último buscador, incluido alguno de Uzbekistán, encontramos una gran oferta de 80 euros la noche en pleno centro de Río... que mi amigo, alarmado, me ordenó olvidar con palabras no muy tranquilizadoras sobre el lugar: "Ni se te ocurra meterte ahí". Igual no era tan céntrico.


Un domingo por la noche, ya desesperado, hice una última búsqueda y voilá, apareció una "habitación económica": 75 euros en un hotel de una zona segura de Río, si es que eso no es un oxímoron. Me lancé a reservarlo como un halcón sobre su presa, satisfecho y orgulloso de haber superado el primer obstáculo del viaje. Lo que no sabía era que me esperaba una carrera campo a través.

Dos días antes de marchar me llega un mensaje del buscador de vuelos, recordándome que el mío está previsto para el miércoles día 2. Un sudor frío me recorrió la espina dorsal ¿Cómo que el miércoles si salgo el jueves? pensé. Pues porque, emulando a Philleas Fogg al final de La vuelta al mundo en ochenta días, no había tenido en cuenta las veleidades del tiempo: viajaba a las 23:50 y mi mente había corrido diez minutos más hasta el día siguiente... pero también a las doce de la noche. 

Vuelta al frenesí on line intentando cambiar la fecha del billete que debía llevarme a Barcelona para allí tomar la conexión a Brasil. Pero aunque el ordenador llegó a echar humo, casi tanto como mi cabeza, el cambio salía por un ojo de la cara hasta el punto de que resultaba más barato dar la cosa por perdida y comprar un nuevo pasaje.

Así lo hice, mas, ello me obligaba a pasar una noche extra en Río, y mi fabulosa "habitación económica" ya no tenía fechas libres. Así que terminé reservando otra que también se anunciaba como tal al módico precio de 150 euros y que contraté por un error al calcular el cambio de moneda, pensando que eran "sólo" 90.

Semejantes contratiempos antes de empezar el viaje equivalían a que los sacerdotes de la Antigüedad encontaran el hígado de la oveja sacrificada absolutamente podrido, augurando días nefastos venideros y, por tanto, recomendando quedarse en casa. Pero yo lo interpreté exactamente al revés: ya pasó lo peor; imposible que haya más complicaciones. No oí las risas procedentes del Olimpo.

(continuará)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
jajajaj cada vez que lo leo me río más

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