El skyline de San Gimignano

Si les digo que hay una localidad italiana que tiene un skyline que recuerda muchísimo al de Nueva York, Shanghai, Kuala Lumpur o cualquiera de esas megaciudades donde el hormigón, acero, cristal y neón se elevan perdiéndose entre las nubes, pensarán que estoy equivocado. O, como mucho, se les vendrá a la mente Roma, por decir algo. Pero en realidad se trata de un pequeño pueblo de poco más de 7.000 habitantes: San Gimignano.

Está en pleno corazón de la Toscana, en lo alto de un terreno elevado, desde que lo fundaran los etruscos o, si hacemos caso a la leyenda, dos romanos llamados Silvio y Mucio que huían tras la conspiración de Catilina. No obstante, su gran momento llegó en la Edad Media, en el siglo XI, cuando empezó a crecer en torno al castillo Monte alla Torre gracias su estratégica ubicación comercial, entre Roma y Francia.

Luego no pudo sustraerse a las luchas entre gibelinos y güelfos (por cierto, Dante fue embajador de éstos en San Gimignano) que regaron de sangre media Italia, como tampoco evitó ir quedándose atrás ante la pujanza de Florencia o Siena a causa de los estragos que hizo la Peste Negra. Y los terremotos, que azotan la región de vez en cuando, dieron la puntilla derribando la mayoría de las torres que formaban el mencionado skyline del que hablaba al principio.

Porque San Gimignano está erizado de torres cuadrangulares de piedra. Altísimas, descollando muy por encima de los tejados y otorgando al conjunto la apariencia de una colina con una enorme corona en la cima. Ahora hay quince pero llegaron a contarse setenta y dos, todas rivalizando por imponerse sobre las demás en un ejercicio de fatuo poder de las familias que las construían.

Una rivalidad que se plasmaba sólo en el tamaño, pues su apariencia es muy sobria y austera. Si acaso un campanario o una balconada con jadraques y muy pocos vanos, aunque éstos también tienen su leyenda: servían para pasar de una torre a otra, mediante pasarelas de madera, quedando así a salvo durante los combates callejeros.

Uno pasea por las calles peatonales y ve esos colosos arquitectónicos dominándolo todo, proyectando sus alargadas sombras sobre el suelo, y se pregunta cómo sería el panorama cuando estaban todos, antes de ser derribados por seísmos o rayos; qué fantástica imagen compondrían, como un Manhattan de mampostería y travertino, incipiente y primitivo. Literalmente: incluso hay dos Torri Gemelle; en eso San Gimignano le gana a Nueva York.

Y ya que estamos, qué nombres: Rocca (que es la más alta, con 258 metros), Grossa (dañada por las bombas en 1944), Rognosa (ésta tiene su coña si se pronuncia bien; además es de las más antiguas y era la cárcel), la Casa-Torre Nomi-Pesciolini (morada del rey longobardo Desiderio, según una falsa leyenda), Cugnanesi, la Torre del Diávolo, Cugnanesi...

El próximo día vemos el pueblo con calma, que también tiene miga (de tiramisú, para ser exactos).

Fotos: 
-Friviere en Wikimedia
-Marta BL

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