Todo el mundo va a Rick's


Atención, pregunta: ¿A dónde va todo el mundo en Casablanca? Hay varias posibles respuestas.

Muchos dirán que a la Gran Mezquita de Hassán II, el faraónico -por tamaño y dispendio- templo musulmán erigido frente al mar, dotado de calefacción, techo retráctil y no sé cuántas chorradas más que incluso en un país tan controlado por la monarquía alauita levantó críticas a causa de su prohibitivo coste.

Otros mencionarán el Bulevar Moulay Youssef, centro neurálgico, con sus filas de altas palmeras, o el Parque de la Liga Árabe, oasis verde en medio del cemento. Habrá quien prefiera la Plaza de Mohamed V, donde se sitúa la administración, o la de las Naciones Unidas, donde se agrupan los edificios más modernos y elegantes, en contraste con el barrio de los Habouss, casco antiguo de la ciudad. Incluso, eligiendo lo más práctico, no faltará el que opte por las tiendas de la Avenida de las Reales Fuerzas Armadas e, incluso, la playa.

Pero los cinéfilos ya saben cuál es la respuesta adecuada: en Casablanca todo el mundo va a Rick's. Éste era el título (Everybody comes to Rick's) de la obra de teatro original en la que se basó la película de Michael Curtiz y que, curiosamente, no se desarrollaba en esa ciudad sino en Tánger, el verdadero nido de espías de la primera mitad del siglo XX. Como los turistas americanos son como son, muchos de ellos viajaban a Marruecos en busca del Rick's Café Américain creyendo ingenuamente que existía de verdad, cuando en realidad todas las escenas se habían rodado íntegramente en un estudio de Hollywood.

Así que, para no defraudar a esa importante fuente de divisas, el Ayuntamiento construyó un bar con ese nombre. Pero, claro, no era eso lo que se quería. Así lo entendió Kathy Kiger, una agregada comercial de la embajada de EEUU que al finalizar su contrato decidió montar una réplica exacta del establecimiento que dirigía Rick/Humphrey Bogart.

Para ello adquirió un local junto a la medina, cerca del puerto, y encargó al diseñador Bill Willis que lo convirtiera en el café de la película, algo que se llevó a cabo siguiendo las imágenes de la película: arcos de herradura, paredes encaladas, suelo de azulejos, dos pisos, una mostrador de madera... hasta la salida trasera a un callejón cerrado.

Y, por supuesto, un auténtico piano Pegel de los años treinta, que en un guiño del destino ahora no es tocado por Sam sino por Issam. Suele interpretar canciones francesas y españolas de época pero As time goes by suena un par de veces cada noche para contentar a la clientela más mitómana.

El sitio se inauguró en 2004 y si alguien quiere visitarlo la dirección es 248 Bd Sour Jdid. Place du Jardin Public. También tiene una página web con fotos.

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