Los cocodrilos de Kon Ombo


"Regalado mientras vive, a su muerte se le entierra, bien adobado, en sepultura sagrada" (Heródoto).
A estas alturas ya estará abierto y funcionando, desde finales de enero, el nuevo Museo del Cocodrilo que Egipto llevaba construyendo 3 años. Está en Asuán, delante del templo más cocodriliano que hay en el país, el de Kon Ombo. Permítanme explicarlo; al fin y al cabo, y no es la primera vez que lo digo, en este blog los cocodrilos son tema referente.

Estos reptiles se extinguieron en el tramo egipcio del Nilo hace bastante tiempo; cosas de la caza y la contaminación. Pero en tiempos de los faraones había miles escondidos en las marismas, esperando la ocasión de lanzarse al agua a por su comida -los ví en Uganda y su rapidez es espeluznante-, un menú del que los humanos formaban parte a menudo. Por eso eran el terror para los campesinos, junto con los hipopótamos y las serpientes.

No es de extrañar que identificaran a los cocodrilos con el caos y que su jeroglífico sea el ajem, que significa "agresión". Pero como estos animales suelen tomar el sol, también se identificaron con Sobek, dios de la fertilidad del río que los romanos asimilaron a a Helios. Durante el  período Ptolemaico se le rindió un culto especial, fundándose una ciudad llamada Cocodrilópolis (actual Medinet el-Fayum) y estableciéndose criaderos de cocodrilos en los templos de esa divinidad -la hora de la comida debía ser todo un espectáculo-. 



Como la religión egipcia se deshilachaba en múltiples versiones y variantes, una de ellas ligaba a Sobek con el mito de Osiris, dando explicación a un hecho natural: ¿Por qué los cocodrilos no tienen lengua como otros reptiles? Porque se la cortó Isis como castigo por haber devorado el falo de su esposo Osiris, después de que Set le asesinara y arrojara sus pedazos al Nilo.

Según la Oficina de Turismo egipcia, el nuevo museo exhibirá 40 ejemplares momificados de varias especies y tamaños, desde los más pequeños de metro y medio a auténticos monstruos de 5 metros. También hay algún feto, huevos, reproducciones de nidos y estatuas de madera y granito.

Hasta ahora, esta colección se podía ver en el templo de Kon Ombo, un centro religioso dedicado a la dualidad Sobek-Horus (el recinto está dividido en dos mitades simétricas, una para cada uno) y construido en el siglo II a. C. por Ptolomeo Filómetor con aportaciones posteriores de sus sucesores. El problema estaba en que, para esa exposición, se usaba la capilla romana de Hathor, un lugar tan pequeño que no cabían más de una docena de personas a la vez, por lo que los visitantes debían hacer cola durante bastante tiempo.

Y claro, esperar bajo el implacable sol de Asuán puede ser suicida si no se toman precauciones, por eso no es de extrañar que de vez en cuando algún turista de aspecto nórdico o anglosajón cayera redondo: delante de mí, por ejemplo, una adolescente de piel blanca como la leche teñida de rojo se dio de narices en el suelo. No llevaba sombrero; para qué si sólo estábamos a 52 grados. Qué bocado se perdieron los cocodrilos.

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