Subiendo al Monte Sinaí


Aquella noche estuvo a punto de quedarme en la cama e instar a Marta que subiera al Monte Sinaí (Egipto) sin mí. No por tener que levantarse a las 2:00 de la madrugada (la ascensión se suele hacer a esas horas para ver la aurora desde la cima y ahorrarse el tórrido calor diurno), sino porque la colosal gastroenteritis que arrastraba desde hacía días me estrujaba la barriga obligándome a doblarme sobre mí mismo como si tuviera una bisagra en la cintura.

Sin embargo decidí salir por 2 razones: en primer lugar, estar ocupado podía distraer un rato al alien que parecía llevar dentro; en segundo, habíamos ido al Sinaí precisamente para subirlo y si no lo intentaba después lo lamentaría. Así que, la hora convenida, cogimos un jersey, la linterna y las cámaras, uniéndonos al resto del grupo para empezar la marcha desde el Monasterio de Santa Catalina.

La cumbre está a 2.285 metros de altitud pero el cenobio ya se halla bastante alto, a 1.570, así que la subida no lleva más de 2 o 3 horas, según el ritmo de cada uno. Sólo hay que elegir cuál de los caminos usaremos. Uno es más corto pero con mucho mayor desnivel, que se salva mediante 3.750 escalones tallados en la roca y popularmente conocidos como Sikket Saiyidna Musa, es decir, Sendero de Nuestro Señor Moisés, o bien, con sarcasmo, Peldaños del arrepentimiento. Ignoro quién se entretuvo en contarlos; quizá los monjes que los hicieron en el siglo IV tras asegurar haber descubierto la zarza ardiente que viera Moisés. Nada menos. Con todas las que habría supieron que era ésa precisamente y construyeron el monasterio para custodiarla, ya ven. 

En fin, el otro camino es más largo pero más sencillo porque serpentea por la montaña. Fue el que elegimos, como hace casi todo el mundo. Digo casi porque nunca faltan los que suben por allí y además a pleno sol, acaso para imitar al profeta (eso sí, no se descalzan aunque sea tierra sagrada). En el último tramo, en la zona llamada Pozo de Elías, se juntan los dos senderos, por lo que 750 peldaños, por llamarlos de alguna manera, son comunes para todos.

La ascensión es fácil. Incluso yo, con mi alien, la hice sin demasiado esfuerzo pese a que alrededor la gente bufaba y resoplaba, parando ocasionalmente para vomitar. Decididamente, hay muy mala forma física. Alguno, cuando ya no podía más, alquilaba un camello para poder terminar la ruta. Porque los camelleros te acompañan todo el tiempo sabedores de que siempre hay quien tira la toalla, al igual que han instalado toscos puestos con bebidas.



Tal como imaginaba, el ejercicio me vino bien y llegamos arriba sin dificultad. De hecho aún faltaba bastante para el amanecer y hubo que abrigarse alquilando una manta a un beduino. El tacto asemejaba un estropajo -creo que eran las que usaban para acolchar las sillas de los dromedarios- pero por el ridículo precio pagado bastaba. Mejor eso que coger una pulmonía, que aunque sea el desierto la noche a esas alturas es fría.

Mientras la gente se desperdigaba entre las rocas para recuperar el resuello echamos un vistazo alrededor. Había una pequeña ermita porque allí se supone que Yahvé le entregó las Tablas de la Ley a Charlton Heston, digo a Moisés. Pero también una mezquita, ya que el caballo de Mahoma escogió el Sinaí para bajar de los cielos. Los no creyentes tienen que conformarse con un retrete.

Hacia las 6:00 el sol empezó a asomar en el horizonte, recortándose contra los múltiples picos graníticos que cubrían hasta donde alcanzaba la vista. Una bola de color rojo ardiente que poco a poco fue haciéndonos entrar en calor, como si fuéramos lagartijas, para permitirnos iniciar el descenso. Bajamos por el otro camino, el de los escalones; más de uno montado en camello ya desde arriba. Como el alien seguía dormido yo bajé a pie.

Comentarios

Ma Eugenia Pino ha dicho que…
Impresionante. Estoy buscando información para animarme a hacer el recorrido.

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