El monasterio de Santa Catalina


Abajo, después de descender del monte Sinaí, cuyo ascenso conté el otro día, nos esperaba el guía. Desesperado. Histérico. Al borde del ataque de nervios porque aún debíamos visitar el monasterio de Santa Catalina para luego desplazarnos a la localidad costera de Nuweiba y coger el ferry hasta Ákaba, ya en Jordania.

Fue una auténtica experiencia contemplar a un egipcio desquiciado por razones horarias en un país donde nadie se preocupa demasiado por ese motivo. Y, de hecho, a pesar de las prisas, después habríamos de languidecer varias horas en la terminal portuaria, un edificio insufrible en el que unos ventiladores vetustos -y estropeados en buena parte- no bastaban para aplacar el calor denso y asfixiante que proporcionaban el clima desértico de la península y las masas humanas que aguardaban para embarcar.

Pero volvamos al inicio. El monasterio de Santa Catalina fue erigido en el mismo lugar donde la tradición cuenta que Moisés vio la famosa zarza ardiente que no se consumía. Todo partió de Flavia Julia Elena, futura santa pero antes esposa del emperador Constancio Cloro y madre de Constantino el Grande, que peregrinó a Tierra Santa en busca de reliquias sagradas. Excavando en el Gólgota encontró la cruz de Cristo (!) y después, en el Sinaí, mandó levantar una capilla en torno a la cual se establecieron varios monjes para fundar un monasterio. Como los beduinos de la zona solían atacarles, en el siglo VI solicitaron ayuda a Justiniano, que construyó una muralla defensiva alrededor (aún se ve la puerta en lo alto).

Sin embargo, con el tiempo se hizo innecesaria porque otra tradición dice que allí buscó refugio Mahoma en la época en que era perseguido. Por eso se guarda una carta de privilegios presuntamente firmada por él mismo y se levantó intramuros una mezquita, otorgando al sitio el respeto de todas las religiones. Y eso que nunca se usó porque no la orientaron hacia La Meca.

El monasterio lleva el nombre de Santa Catalina porque, en torno al año 800, los monjes encontraron el cuerpo de esta mártir, que había sido llevado a Egipto y enterrado en el Sinaí. Antes se llamaba de la Transfiguración de Jesús y su iglesia conserva un valioso mosaico con ese tema. Pero a casi nadie le interesa, claro, como tampoco la importantísima biblioteca de manuscritos, porque donde esté la zarza ardiente...

El problema es que, no está. Hay una zarza que se supone es descendiente de la original, aunque ya me dirán cómo saber que la auténtica era tal: ¿se trataba de la única zarza del Sinaí? ¿O la reconocieron porque estaba quemada? Pero ¿no quedamos en que ardía sin consumirse? En fin, da igual porque todo el mundo se saca la foto junto a la planta y se lleva un trozo de recuerdo, por lo que la parte inferior suele estar bastante mustia (crece en lo alto de una pared). Justo enfrente sigue el cachondeo con una roca que conserva la huella de la mano de Moisés cuando la tocó para hacer brotar agua. Como en Hollywood, oye; claro, como era Charlton Heston...

Poco más se puede ver, ya que el cenobio está habitado, lo que lleva a algunos turistas a quejarse. Mira que viajar tan lejos y que no abran para ellos; la UNESCO debió equivocarse al catalogar el lugar como Patrimonio de la Humanidad.

Comentarios

†Bara_Darkness† ha dicho que…
Qué lugar tan magnífico para visitar. Estupendo blog.
Jorge Álvarez ha dicho que…
Pues sí, a pesar de la sorna y de todo lo que ses criticable merece la pena darse una vuelta por allí.

¡Y gracias por el elogio!

Entradas populares de este blog

El saqueo de Mahón por Barbarroja y el fuerte de San Felipe

La Capilla Sixtina: el Juicio Final

Santander y las naves de Vital Alsar