En Roma y repicando... a cañonazos


Una mañana, paseando por el centro de Roma, un repicar de campanas se sumo al caos habitual de la ciudad. Como fue hace bastantes años no recuerdo a qué se debía; quizá alguna fiesta o puede que fuera domingo. Para un turista no hay mucha diferencia y yo estaba de viaje por Italia.

Pero sí recordé aquella anécdota histórica acaecida a finales del siglo XVI y cuyos protagonistas fueron el papa Sixto V y el embajador español, don Enrique de Guzmán y Ribera, padre de Gaspar, el que luego sería conde-duque de Olivares y valido del rey Felipe IV y que, de hecho, nació en la Ciudad Eterna por el cargo que ocupaba su progenitor.

Las relaciones entre España y la Santa Sede eran buenas; otra cosa era el trato entre sus máximos representantes, dos auténticos caracteres que chocaron más de una vez (y de dos, y de tres...). La más conocida fue la provocada por una curiosa costumbre que el embajador descubrió al llegar, llamar a la servidumbre con toques de campana, y que adoptó inmediatamente. A lo mejor sólo quería poner en práctica eso de "A donde fueres haz lo que vieres" pero resulta que era un privilegio exclusivo de los cardenales -cada uno tenía la suya con un tono especial-, que enseguida protestaron al Papa por el intrusismo.

Este estamento religioso también chocó con la embajada española en repetidas ocasiones (una vez el cardenal Scotti fue obligado a salir de la plaza de España, junto con su escolta, por la guardia de arcabuceros españoles porque allí estaba restringido el paso) y a la queja se unió otra, la del oportunista embajador francés. Sixto V convocó a don Enrique y le echó una reprimenda, prohibiéndole seguir usando la campana. El conde aceptó a regañadientes, aunque se dice que le recordó al Sumo Pontífice que de España obtenía el doble de dinero que del resto de la cristiandad y que, al marchar, se despidió "equivocándose": en vez de "Vuestra Beatitud" le llamó "Vuestra Ingratitud".

La discusión parecía resuelta pero sólo era un intermedio. En aquellos tiempos los hidalgos españoles eran famosos por su orgullo, máxime de tal alcurnia, y no se quedaban de brazos cruzados si se comprometía su honor. Al día siguiente una potente detonación sembró el pánico entre los romanos, que temían un ataque. No había tal: puesto que no podía llamar a sus criados con una campana, el conde decidió utilizar un cañón.

El Papa no tuvo más remedio que dar marcha atrás y conceder también a la embajada española aquel privilegio cardenalicio. Me pregunto si aún se mantiene, aunque sea nominalmente.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Pues sí,se mantiene. Y la Embajada española es la única con este derecho.
Evidentemente, no se práctica, y probablemente por eso, nadie ha caido en derogar tal privilegio.
Enhorabuena por el blog. ;)
Jorge Álvarez ha dicho que…
Ah, pues gracias por el dato. Ya lo sabemos: nuestra Embajada tiene derecho a convocar a sus funcionarios con un cañonazo (aunque ya no hay cañón para ello).
Gracias por el comentario.

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