La más negra de todas las Áfricas

Estos días las páginas de los periódicos y cabeceras de telediarios estuvieron ocupadas con la noticia de que acaba de nacer el habitante número siete mil millones de la Tierra. Y no, no fue en China sino en Filipinas. El caso es que el tema de la superpoblación me recuerda algo que leí el otro día sobre Uganda, que tiene la tasa de fecundidad más alta de África a pesar de que se van quedando sin sitio. Un problema peliagudo pues ese exceso va ligado a la insuficiencia de  de tierras; algo que, avisan algunos, puede hacer que se desate un nuevo genocidio como el de Ruanda, donde la propiedad de dichas tierras fue determinante para la tragedia de hace unos años.

Pero, amigo, ni pensar en ningún tipo de control de natalidad porque el inefable presidente ugandés Yoseweri Museveni, ya saben, el rapero, opina que la fuerza del país reside en sus ciudadanos, en que haya numerosos brazos para trabajar. Tal cual se decía en otros siglos.

O quizá es que sabe distinguir perfectamente entre trabajar y cobrar por ello. Los políticos africanos, lo reconozco, me fascinan. Me fascina su desfachatez, su delirio, su grotesco intento de aparentar modernidad a la vez que no pueden evitar que se les escape la vena tribal, el esperpento en el que caen sin complejos, el atavismo esperpéntico que les distingue de otros caciques mundiales  (aunque Chávez y Kim Il Sung, hay que reconocerlo, están a la altura). Uganda parece haber sido especialmente maldita en ese sentido.

Speke y Grant debieron flipar al llegar a la corte bugandesa y encontrarse cara a cara con el kabaka (rey) Mutesa, un individuo que se sentaba sin mirar sabedor de que un siervo correría a ponerse a cuatro patas haciendo de trono por la cuenta que le traía. El monarca caminaba de una forma extraña, sobre las puntas de los pies, porque quería imitar el andar del león y no tuvo complejos en probar en un súbdito el revólver que le regalaron los recién llegados.

Pero esa era pecata minuta. Basta verle la cara de alienado. En 1856 celebró su coronación degollando cientos de esclavos y asesinando a todos sus hermanos por aquello de la competencia, costumbre habitual en África. Además quien no vestía según sus órdenes era descuartizado poco a poco -o sea, manteniéndosele vivo- , aunque para delitos menores (?) la pena era más leve: amputación de orejas, nariz o labios (o todo, según lo que se hubiera hecho).

Mutesa tenía un leopardo amaestrado que llevaba de una correa; este animal era exclusivo de los kabakas y sólo ellos podían usar sus pieles; Mobutu Sese Seko,  otro fantoche pero de nuestros tiempos, implantó la medida en Zaire e iba a todas partes con su pintoresco gorro. Por cierto, su nombre oficial completo era Mobutu Sese Seko Nkuku Wa Za Banga, que significa algo así como, agárrense, El guerrero todopoderoso que, debido a su resistencia y voluntad inflexible, irá de conquista en conquista dejando el fuego a su paso.


El hijo de Mutesa, Mwanga, heredó el trono y las buenas costumbres de su padre. Subió al trono quemando a sus hermanos  y luego la tomó con los misioneros cristianos, que habían instalado iglesias; no dejó uno, empezando por el obispo católico.
Aún así aquellos tiempos podrían excusarse. Pero ¿qué me dicen de Idi Amín, otro cuyo nombre se tenía que preceder siempre de una retahíla de cargos y honores casi surrealista? Su Excelencia, mariscal de campo (!), Presidente de Uganda, Conquistador del Imperio Británico (!!), Cruz Victoriosa, Miembro de la Excelente Orden de la Fuente del Nilo, Medalla de Servicios Distinguidos, Estrella de Combate Estatal, Medalla al Largo Servicio y Buen Contacto (!!!)... En fin, no sigo porque entre lo largo de la lista y la risa que me entra me quedo sin aire.

¿Y aquella estrambótica idea que tuvo de trasladarse sobre un palanquín que debían cargar  a hombros varios ingleses blancos mientras silbaban la melodía de El puente sobre el río Kwai? Que no es una invención; miren, miren la foto.


Pero ojo, que no fue el único en el país. En 1961 un político llamado Choudry se presentó a las elecciones como candidato por tres partidos diferentes. Cambiaba el nombre pero ni siquiera se tomó la molestia de hacerlo con el apellido. Y hay que descubrirse ¡porque encima ganó y le nombraron ministro!

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