Agashya y familia


Acabo de comprar el número de Julio-Agosto de la revista de viajes Condé Nast Traveller atraído por uno de los reportajes sobre los gorilas de Ruanda. Y cuál no sería mi sorpresa al descubrir que el protagonista del artículo es un viejo conocido: Agashya.

Agashya es el gorila treintañero de la foto superior, que tuvo la gentileza de posar para mi cámara el año pasado. Lidera una familia llamada Grupo 13 desde que llegó errante de no se sabe dónde e impuso sobre el resto de jóvenes machos la autoridad que le daban los galones plateados de su espalda. Este grupo es el más acostumbrado a la presencia humana y, por tanto, el que menos dificultades ofrece para visitar, de ahí que fuera el que me asignaron en 2010 (entonces me recuperaba de una lesión muscular).

Parte de la familia comiendo a la sombra
Ya he contado en otro post cómo compartí trekking con tres californianas octogenarias que nos hicieron tardar en encontrar a los gorilas un par de horas en lugar de los 45 minutos previstos, más otras tantas de la vuelta, lo que llevó a pensar al resto de mis compañeros que habíamos sido devorados por una tribu antropófaga ignota. En fin, lo importante es que pasamos nuestra hora reglamentaria con el Grupo 13, conteniendo un grito de emoción cuando vimos la primera silueta negra moviéndose entre la maleza y haciendo echar humo a las cámaras para retratar y grabar hasta el más mínimo detalle, especialmente las ganas de juerga que tenía una cría empeñada en hacernos una demostración de lucha grecorromana con un amigo.

El pequeñajo aficionado a la lucha, en un descanso del combate. Parece estar liando un cigarrillo ¿no?
Y, mientras, Agashya estaba tumbado tomando el sol a unos metros de distancia. Su confianza en los humanos parecía infinita, habida cuenta de que permaneció allí sin moverse más que para cambiar el brazo con que protegía los ojos de la luz. Bien es verdad que, de vez en cuando, levantaba disimuladamente un párpado para asegurarse de que manteníamos la distancia de seguridad.

Pero, finalmente, decidió lucirse y nos obsequió con su imponente presencia, desperezándose y poniéndose en pie. Un momento impresionante en el que de pronto percibimos su verdadero y descomunal tamaño. Y, como considerando que ya había posado suficiente, dio media vuelta y se internó entre la maleza, todo majestuosidad.

Fotos: Marta B. L

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