Un fez en Fez


"Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces..."

Muchos ya se habrán dado cuenta de que el fragmento corresponde al cuento La casa de Asterión, de Jorge Luis Borges, donde se describe un laberinto. Es perfectamente aplicable a la medina Fez el-Bali, el casco antiguo de la ciudad de Fez, en Marruecos. Declarado Patrimonio de la Humanidad  por la UNESCO en 1981, se trata de la zona peatonal más extensa del mundo y no sólo porque tenga prohibido el tráfico rodado sino porque los coches sencillamente no caben por la mayoría de las innumerables callejuelas que la componen, debiendo recurrir, quien necesite acarrear grandes cargas, a burros y carros de tracción animal.

Hay quien dice que encontrar la salida de esta fascinante y caótica madeja de callejones salpicados de tiendas, fruterías, madrasas, mezquitas, baños,  fuentes, palacios, gatos e, incluso, un antiguo harén con capacidad para mil mujeres, supondría varios días de tumbos si se carece de un guía. En cualquier caso serían jornadas muy aprovechables visitando los barrios de los oficios artesanos tradicionales: alfareros, orfebres, tejedores, curtidores... Estos últimos merecen especial atención por lo pintoresco de sus tinajas llenas de agua con pigmentos de colores para teñir las telas -foto inferior- y el característico olor que emana de las pieles de cabra secándose al sol (característico por no decir otra cosa, que por algo te proporcionan unas hojas de menta que debes poner bajo la nariz).


Por supuesto, la mejor forma de ver los productos de unos y otros es entrar en sus respectivas tiendas y someterse una vez tras otra a la ceremonia del té antes de empezar a regatear. A mí me fue imposible conseguir una preciosa espingarda porque no podía ofrecer el precio que merecía, al igual que el vendedor no podía rebajarla más si quería obtener alguna ganancia. Pero sí me llevé un ejemplar del producto más típico de la ciudad, que lo fabricaba en exclusiva hasta el siglo XIX: un fez.

Fotos: JAF

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