Televisión en hoteles y otros horrores


No hace mucho que se publicó una lista de las diez películas más vistas en las habitaciones de hoteles de EEUU. El asunto no tiene mayor trascendencia porque son los mediocres (siendo magnánimos) blockbusters habituales: Robin Hood (versión Russell Crowe, imagino), 2012, Saga Crepúsculo: luna nueva, Avatar, Sherlock Holmes, etc. Pero el tema sirve para disertar sobre la utilidad de un televisor cuando uno se va de viaje. Es lo que  acabo de leer en un divertido post del blog Diario del viajero, del que soy asiduo.

Yo no suelo ver cine cuando viajo porque, normalmente, llego a la habitación tan exhausto que acabo durmiéndome, aunque sí me gusta encender la tele y echar un ojo para ver cómo es la programación local y consultar el pronóstico del tiempo, por ejemplo, o las noticias. Sin embargo, a base de zapping se pueden descubrir cosas curiosas, sorprendentes, graciosas, inauditas, indignantes, insulsas, entretenidas, aburridas y muchos adjetivos más. Así, en El Cairo aluciné con un culebrón venezolano doblado al árabe, en Ammán oí la profunda voz original de Horatio Caine, en Londres descubrí un programa titulado El inspector de hoteles que trataba de eso literalmente, en Tanzania me tragué jugadas de algún partido del Mundial 2006...

Pero las dos experiencias más increíbles, alucinantes, lisérgicas y estupefacientes, televisivamente hablando, fueron en Panamá y Costa Rica. En el país del istmo una tormenta tropical interrumpió el baño en la piscina y nos obligó a refugiarnos en nuestro cuarto. Se nos ocurrió encender la tele y entonces apareció aquel ser. Walter. Un remedo de Rappel de cariotipo incierto, con similar atrezzo de túnica de lentejuelas multicromáticas y gafas extraterrestres, aunque se diferenciaba en  que los kilos de pintura del rostro dejarían en ridículo la Capilla Sixtina, en el pelucón rubio solidificado a base de laca non stop y en unos ademanes entre amariconados y compulsivos que exhibía mientras iba desgranando todos los signos del horóscopo como quien presenta a los contendientes de un combate de boxeo. Lo que demuestra que astrólogos y adivinos tienen la misma carencia de vergüenza en todas partes.

Pese a todo, el inefable Walter me hizo pasar buen rato
Respecto a Costa Rica, la caja mágica nos abrió las puertas de la percepción de una manera que ya quisieran Jim Morrison y Don Juan -el de las enseñanzas- en un maratón chamánico de peyote. Esta vez sí era una película. Mexicana, creo, porque dudo que Costa Rica tenga producción cinematográfica. Se titulaba, apunten, Buscando chamacas: musical, en blanco y negro, y carente de complejos. En la escena que ví, no sé si tendré palabras, un dentista bailaba en su consulta una conga acompañado de cuatro o cinco enfermeras enfermeras con cofia y delantal. Cuando se soltaron vino lo bueno: todos a ritmo chasqueando los dedos y caminando como Chiquito de la Calzada. Inenarrable.

Desde entonces no sólo buceo en los antros más frikis de Internet intentando hacerme con una copia sino que, siempre que llego a un hotel enciendo el televisor a ver si recolecto alguna otra experiencia vacacional.

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