La pesadilla de Chopin y Sand en Mallorca


De mis dos visitas a Mallorca recuerdo poco porque, aparte de haberlas hecho hace varias décadas, tenía bastante menos de diez años de edad. Pero sí sé que estuve en la fábrica de vidrio de Lafiore, viendo cómo los cristales al rojo se inflaban cuando el artesano soplaba por aquel tubo, formando vasijas. Parecía cosa de magia.

Digna de magia también pero negra, debió considerar su estancia en la isla una de sus visitantes más ilustres: la escritora francesa George Sand. Llegó a un lugar muy cercano al mencionado, Valldemossa, con sus hijos y acompañando a Fréderic Chopin, el célebre compositor polaco, (del que este año se celebra el bicentenario de su nacimiento) a ver si el cálido clima mediterráneo ayudaba a éste curarse de la tuberculosis que padecía. Pero hicieron el viaje en invierno, con lo que se tuvieron que pasar las seis semanas de estancia a resguardo de la lluvia. Aquella aventura fue una auténtica pesadilla para ambos desde que desembarcaron y no es de extrañar que el músico tuviera frecuentes alucinaciones con fantasmas y demonios, llegando a componer alguna obra pensando que ella había muerto cuando sólo había salido de compras.

Era el año 1837 y ya el trayecto en barco fue un mal augurio al tener que compartir singladura con cientos de cerdos. Pero es que en la aduana misma empezaron los líos, al retener los agentes el piano de Chopin exigiendo a cambio una tasa tan exagerada que sólo con ella se podría comprar otro nuevo (de hecho tuvo que solicitar otro al fabricante) Ésa fue una de las constantes de la pareja en Mallorca: el intento de los nativos por estafarles en todas y cada una de las transacciones que llevaban a cabo, además del tradicional desprecio -común en toda la España de entonces- que demostraban a lo que venía de fuera.

Sand y Chopin no encontraron alojamiento porque si era escaso y malo en el país, en la isla ni siquiera existía un hotel decente. Por suerte, dos años antes Mendizábal había dictado su célebre ley de desamortización, expropiando buena parte de las propiedades monacales. Entre ellas figuraba la Real Cartuja de Jesús de Nazaret, en Valldemossa, donde la pareja alquiló dos celdas que hoy se pueden visitar, restauradas al estilo de la época (aunque el piano no es el que tocaba el músico, al parecer).

Allí vivieron seis semanas esperando en vano a que parase de llover, tiempo que aprovecharon él para componer -entre dosis de láudano y opio- algunas piezas (por supuesto, el Preludio de la gota de lluvia) y ella para escribir Un invierno en Mallorca, libro que hoy se vende por todas partes de la isla pero que cuando se publicó levantó la indignación en los mallorquines por la pésima imagen que daba de ellos, de su gastronomía, de su atraso y de su conservadurismo arcaico (encima Sand y Chopin no estaban casados sino que formaban una especie de pareja de hecho, con lo que el escándalo estaba servido). La escritora sólo salvaba el paisaje ("el lugar más romántico de la Tierra") y no fue suficiente para impedir una inaudita denuncia por parte de un grupo de abogados insulares.

Quién sabe la influencia que llegó a tener aquel demencial viaje pero poco después de regresar a Francia ambos rompieron su relación. Evidentemente, la Mallorca de entonces no era como la actual.

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