Vacaciones en el mar


Estos días es noticia la botadura y viaje inaugural del Allure of the Seas, el barco de cruceros más grande del mundo, perteneciente a la compañía Royal Caribbean. Se pone uno a leer sus características y tiene la sensación de viajar a bordo de un hotel tipo resort, de esos de los que no hace falta salir porque toda la oferta de ocio está dentro, pero en versión flotante. Gimnasio, pistas de deporte, saunas, hidromasajes y jacuzzis, nueve piscinas, restaurantes con comida de diferentes países, tiendas de todo tipo, peluquerías, night-clubs, cines en 3-D, teatros (se representan los musicales Chicago y Hairspray), jardines, biblioteca, centro de negocios para los que no pueden desconectar del todo, etc.

Es tal la variedad que casi parece que no se esté en alta mar sino que uno sigue en su ciudad (¡si hasta se divide en barrios!), así que cabe preguntarse si realmente merece la pena. Al fin y al cabo, pienso, la gracia de navegar está en sentir el balanceo del barco, sentir romper las olas en la cara, ver hincharse la vela... Incluso vomitar por la borda en mi caso, pero hasta disfruto las arcadas. Y es que las adversidades climáticas pueden tener su gracia: no es lo mismo que te pille un chaparrón en un velero de seis metros de eslora, en el que te mojas invariablemente porque tienes que ayudar en la maniobra, que en el Allure, donde sólo tienes que elegir sitio para ponerte a cubierto, la sauna, el camarote, el bar... Prefiero lo primero mil veces aunque entiendo que cada uno es un mundo.

Reconozco, eso sí, que nunca he hecho un crucero marino. Sí lo hice fluvial, por el Nilo, en Egipto, y no pude pegar ojo en los cuatro días que duró porque el camarote estaba junto a la sala de máquinas y acostarse en la cama era como hacerlo sobre la Falla de San Andrés en plena actividad sísmica. ¡La maleta se movía sola, a saltos! Me imagino lo mismo en el Allure, cuyos motores tienen 7.500 caballos de potencia, y al cambio será igual que hacer rafting en seco.

Pero el verdadero problema está en el lado friki. No sé si me puedo embarcar en un crucero porque tengo la sensación de que, en cualquier momento, me voy a topar con Isaac, que me va a servir una piña colada -del Caribe la trae él- mientras el capitán Stubbing se está descojonando en el puente de mando al son de la música de Henry Mancini.

Foto 1: wikipedia

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