La Montaña Pura


Mañana, jueves 20 de octubre, Ramsés II hubiera celebrado su 3.336º cumpleaños, más o menos. Lo sabemos porque este faraón, tercero de la XIX dinastía y uno de los mayores megalómanos que han existido jamás -con permiso de algunos alcaldes españoles-, nos legó un monumento para recordar esta efeméride junto a la de su coronación, que fue un 20 de febrero. O eso dicen las crónicas oficiales, que ya es casualidad que el bueno de Usermare Setepenre -su verdadero nombre- naciera y subiera al trono justo en las fechas de principio y final del solsticio de invierno.

Los egipcios dividían el año en tres estaciones: Ajet (inundación), Peret (retirada del agua) y Shemu (sequía). Durante la primera llegaba la crecida del Nilo a territorio egipcio después de atravesar media África desde su nacimiento en el lago Victoria. Dicha crecida suponía la inundación de los campos y, al bajar el nivel fluvial, éstos quedaban cubiertos por un limo oscuro de gran fertilidad, ideal para la siembra. Finalmente, los meses más calurosos se empleaban en la recolección. Este ciclo hacía que el país estuviera pendiente del fenómeno: de su adecuada periodización dependía tener buena cosecha o pasar hambre, aunque solía ser bastante regular.


El río entraba en Egipto por el sur, tras atravesar Nubia (actual Sudán), motivo suficiente para que Ramsés decidiera erigir en la frontera un gran templo. Es cierto que también ayudó su victoria ante los hititas en la batalla de Kadesh. Victoria según él, claro, pues en realidad es más ajustado definir el resultado de la contienda como empate, pero es que la capacidad de autopromoción de este faraón era inagotable. En cualquier caso esta mezcla de calendario, guerra y publicidad es el origen de Abu Simbel, uno de los monumentos más espectaculares del mundo, que ya es decir.


Abu Simbel, al igual que su vecino templo de Hathor (dedicado a esta diosa y a la reina Nefertari, esposa favorita de Ramsés), está excavado en la roca de un farallón de arenisca llamado Meha -el propio nombre del templo significa montaña pura- y su fachada con cuatro colosos que representan al faraón resulta inconfundible. Como todo el mundo sabe, cuando se construyó la presa de Assuán el aumento de caudal del lago Nasser amenazó con inundar éste y otros monumentos, por lo que la UNESCO desarrolló un costoso plan de salvamento. En el caso de Abu Simbel invirtió 42 millones de dólares para hacer un dique que diera tiempo a desarrollar su traslado a un centenar de metros de distancia y 65 de altura. El conjunto se troceó en 817 bloques de 3 a 20 toneladas (225 en el caso del templo de Hathor) que se rearmaron luego como un puzzle bajo una estructura de cemento y una cúpula que sostenía la colina de encima; en total, se movieron 150.000 metros cúbicos de roca.


Una de las directrices al ejecutar esta obra fue respetar la orientación y posición del templo respecto a la estrella Sotis (Sirio), que aparte de ser la manifestación de la diosa Isis, se puede ver en Oriente poco antes del amanecer... justo al comienzo de la inundación. Sin embargo no se pudo evitar que hubiera un aplazamiento de un día en el llamado milagro del sol: los días 20 de octubre y de febrero, anteriormente señalados como del nacimiento y coronación de Usermare Setepenre, los rayos del astro rey penetraban en el templo durante su salida, atravesando los 60 metros de estancias que lo jalonan hasta llegar al sancta-sanctórum; allí iluminaba durante 20 minutos tres de las cuatro estatuas de los dioses que habitaban en la pequeña cámara: Ra-Haractates, Amón y, cómo no, el propio Ramsés divinizado, dejando a oscuras la de Ptah por ser representante de las tinieblas. Actualmente eso ocurre los días 21. Es decir, será el próximo jueves.

Foto cabecera: 
Los viajes de Alix. Egipto (Ediciones Glénat)

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