Feliz cumpleaños, Staromêstsky Orloj

En Praga están de cumpleaños. Seiscientos abriles lleva en la pared sur del Ayuntamiento, el Staromêstský Orloj, el reloj astronómico, desde que Nicolás de Kaden y Jan Sîndel fabricaran el componente más antiguo en 1410. Curiosamente la leyenda lo rejuvenece 80 años: le atribuye la autoría al maestro Hanuŝ, que según la leyenda sufriría la infamia de ser cegado por orden de las autoridades municipales para que no pudiera hacer otro igual. Su ayudante Jakub Ĉech trató de vengarle estropeando el mecanismo, pero para ello no tuvo mejor idea que introducir su mano y, aunque tuvo éxito, se quedó manco.

Staromêstský Orloj, llamémosle por su nombre aunque sea impronunciable, da cuatro tipos de horas: la babilónica, la checa medieval, la alemana moderna y la astral. Lo hace mediante una serie de anillos superpuestos en los que se sitúan un zodíaco y las figuras del sol y la luna, que trazan una elipse alrededor del anterior. Está flanqueado por cuatro figuras animadas, dos a cada lado, que representan a la Vanidad, la Avaricia, la Muerte y la Lujuria bajo las formas respectivas de un hombre mirando un espejo, un judío, un esqueleto y un turco con un instrumento musical. En el siglo XVIII se añadieron, justo encima, dos ventanas por las que salen cada hora los doce Apóstoles. El calendario circular que está debajo es bastante posterior, de 1870.

En fin, lo cierto es que el reloj es espectacular pero menos perfecto de lo que presume, pues posee un buen currículum de averías acumuladas a lo largo de los siglos. Dicen los más recalcitrantes que los causantes son los fantasmas de Hanuŝ y Ćech, pero la más grave tuvo un origen más prosaico y ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, por los combates entre la Wermacht y el Ejército Rojo, mientras que la más divertida fue en 1987, cuando la figura de la Muerte se estropeó y la campana tañía ininterrumpidamente coincidiendo con un congreso comunista en la ciudad, algo que auguraba, según los cachondos pragueses, la caída del régimen... Ocurrió dos años después.

Foto: commons.wikimedia

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