La novia cadáver

Una de las cosas más llamativas que puedes encontrar en el monasterio de Alcobaça, Portugal, es el mausoleo real. Contiene los restos del rey Pedro y su esposa Inés de Castro. Hasta ahí todo normal: antes del siglo XIX la gente -y más la gente de sangre azul- se enterraba en las iglesias. Pero cuando vas a hacerle la foto de rigor al monumento te encuentras con un serio problema de encuadre. Resulta que los dos sepulcros están colocados frente a frente en lugar de la disposición habitual uno junto a otro, haciendo imposible retratarlos en una sola imagen. ¿A qué se debe esa ubicación?

Para explicarlo vamos a retroceder en el tiempo hasta el siglo XIV. Corría el año 1341 cuando llegaba a Lisboa, a la corte de Alfonso IV, un séquito castellano con la prometida del heredero de la Corona lusa, Pedro. Se llamaba Constanza Manuel pero en esta historia no tiene mayor trascendencia, salvo por la anécdota de que era hija del infante don Juan Manuel, el célebre autor de aquel Conde Lucanor que nos obligaban a leer en el colegio (sí, el que tenía un pelmazo de criado). La importante aquí era su dama de compañía, la citada Inés.

No hace falta ver muchas telenovelas para deducir lo que vino a continuación. Inés y Pedro se enamoraron a primera vista y, pese a que él tomó a Constanza por esposa, se convirtieron en amantes. La Reina hizo entonces lo peor que podía hacer: morirse tres años después. Malo no sólo para ella sino para el futuro del reino, en opinión de Alfonso, pues los amantes pasaron a vivir juntos en Coimbra y tuvieron tres hijos. Él esperaba que su heredero fuera su nieto Fernando pero el nacimiento de esos niños era una amenaza para sus planes, así que hizo lo lógico para una mentalidad medieval como la suya: decretó la ejecución de Inés. Que nadie se asombre; toda la Corte apoyó la moción.

Alegre detalle del sarcófago de Inés representando el Juicio Final y la resurrección de los muertos
 
Toda menos Pedro, claro, que no lo encajó demasiado bien y organizó una guerra civil contra su padre. Cuando, a la muerte de éste, por fin accedió al Trono dio rienda suelta a su venganza, matando a los asesinos de Inés y haciendo público su matrimonio con ella, efectuado tres años antes. Las Cortes lo aprobaron y, así, la proclamaron Reina. Entonces, y aquí viene lo bueno, Pedro mandó desenterrar el cadáver de su amada, sentarlo en el Trono junto a él y hacer que todos los cortesanos le rindieran pleitesía, incluyendo el bonito detalle de besar su mano putrefacta. Será una leyenda basada simplemente en el traslado del cuerpo a Alcobaça, a decir de los historiadores, pero es magnífica; en este caso la ficción supera a la realidad.

Volviendo a los sepulcros, la razón por la que están encarados se debe a que el Rey ordenó hacerlo así para que, al resucitar el Día del Juicio Final, lo primero que vieran sus ojos fuera a Inés. Así lo narraron António Ferreiro, Luis de Camoes e incluso Victor Hugo.

A mí simplemente me fastidiaron la foto.

Fotos: 
Inés reinando más allá de la muerte.
Sepulcro de Inés de Castro en Alcobaça, por Marta BL.

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