El hombre que pudo reinar en Ourzazate


Los británicos Daniel Dravot y Peachy Carnahan salieron de la India con la intención de hacerse reyes de la región afgana de Kafiristán sin más equipaje que su experiencia militar, un par de cajas de fusiles y, sobre todo, un morro que se lo pisaban. Al fin y al cabo, argumentaba Danny, si lo había hecho un griego (Alejandro Magno) también lo harían ellos.

En la llanura que vemos en la foto, que en realidad es un wadi, o sea, una rambla, un cauce seco de un río, libraron su primera batalla encabezando un ejército de zarrapastrosos a los que habían entrenado convenientemente y dotado de armas de fuego. Durante un esperpéntico minuto tuvieron que interrumpir las hostilidades para que pudieran pasar unos lamas peregrinos pero después llegó la gloria. En plena carga de caballería Danny fue alcanzado por una flecha enemiga, mas, lo que para él y su compinche era normal, pues la saeta se clavó en una cartuchera que llevaba bajo la guerrera, para el resto de los contendientes fue un milagro. Allí mismo aliados y adversarios depusieron las armas pasando a adorarle como reencarnación de Sikander (Alejandro), considerarle inmortal y, convertirle en rey del país. Como decía Peachy, "no somos dioses; somos ingleses, que es casi lo mismo".

Ourzazate desde lo alto de la kasbah. Abajo, el wadi donde se rodó la escena de la batalla.

La historia salió de la imaginación literaria de Rudyard Kipling pero fue John Huston el que rescató ese cuento y lo convirtió en una obra maestra del cine, El hombre que pudo reinar. Con la inestimable ayuda de Michael Caine y Sean Connery, por supuesto. Y no se rodó en Kafiristán, un lugar carente entonces de la más mínima infraestructura moderna (ahora con los talibán dando guerra no habrá cambiado mucho), sino en Marruecos. Concretamente en Ourzazate, la Puerta del desierto, un lugar que dispone de unos estudios cinematográficos que ya antes habían acogido al equipo de Lawrence de Arabia y después hicieron lo mismo con La última tentación de Cristo, El cielo protector y Gladiator.

La ciudadela que se ve al fondo de la escena de la batalla es la kasbah de Ourzazate. El sitio es impresionante, espectacular por sus fortificaciones de adobe, por los recovecos defensivos de los callejones, por la prisión semiderruida que corona la cima de la colina y desde donde se puede contemplar una panorámica de muchos kilómetros a la redonda. Pero ni todo esto ni su historia me subyugaron tanto en esos momentos como, desde allá arriba, mirar hacia el wadi y ver dos figuras ataviadas con guerreras rojas y salacots blancos cargando sable en mano al son de la música de Maurice Jarré.

Fotos:
Kasbah de Ouarzazate, por JAF

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