Hal


Ahora que estamos celebrando el aniversario del alunizaje, que yo tuve ocasión de contemplar en directo por la TV, me viene a la memoria unas vacaciones que pasé en Mallorca. Para lo que voy a contar hay que tener en cuenta que hace varias décadas, en plena carrera espacial, los escritores de ciencia-ficción imaginaron una vida humana regida por robots o grandes cerebros cibernéticos: Isaac Asimov y el Multivac que quería morir, Arthur Clarke y su Hal 9.000, que no podía equivocarse, etc.

Paseando por las calles de Palma, llenas de alemanes y hippies (o de hippies alemanes) hice un descubrimiento prodigioso. Una gigantesca computadora, grande como un armario y llena de bombillas de colores que titilaban procesando gigas y gigas de información. Bueno, entonces la informática no tenía tanta capacidad -ni existía ese concepto; Bill Gates debía tener mi edad, que se contaba con una sola cifra- pero a mis ojos aquel aparato parecía traído directamente de la NASA. Y estaba allí, en un local, al cuidado de una hippie de melena lacia, chaleco de cuero y pantalones de campana que no tardó en percatarse de mi fascinación. Rápidamente debió olisquear un cliente potencial y me ofreció probar algo, aunque se dirigió a mí en jerga teutona y no entendí ni papa. Luego lo hizo en inglés, pero cuando le dije que no comprendía resultó que era más española que el Cid. Hoy igual lo hacía en mallorquín y estaríamos en las mismas.No acepté la propuesta -había que pagar, claro, y yo sólo era un niño- y me olvidé de aquel súpercerebro electrónico con el pesar de saber para qué compleja misión matemática serviría.

Hasta que treinta años después, visitando la Feria de Muestras de Gijón, ¡sorpresa! Allí estaba, en un stand, ofreciendo exactamente el mismo aspecto, con sus lucecitas rojas y verdes y sus paneles de control. Por desgracia, ya no era igual. Ahora lo veía con ojos de adulto y estaba claro que no se trataba más que de un burdo cajón con bombillas adosadas que no tenían más función que la de atraer la atención en una época en la que aún no existían los PCs y a los ordenadores se les llamaba computadoras. Lo grotesco estaba en que ya habían pasado esos tiempos y seguían intentando colárnoslo como si de Hal 9.000 se tratase. Y lo más triste era su verdadera utilidad: se supone que firmabas una tarjeta y la máquina describía tu personalidad tras analizar "científicamente" los rasgos de la rúbrica. Eso era todo. La misma ciencia que pueden tener el horóscopo o el tarot.

Bueno, no. Lo más triste es que quise ajustar la cuenta pendiente con mi infancia y satisfacer vla curiosidad frustrada de entonces, asi que pagué los euros que costaba, firmé la tarjeta y esperé. Una impresora oculta tras la carcasa devolvió la tarjeta con las presuntas características de mi forma de ser que, como siempre, podrían ser aplicables a cualquiera.

No he vuelto a ver a Hal. Quizá lo hayan retirado ya, puesto que ha envejecido tan mal. Me lo imagino en un socuro almacén sin el brillo de sus luces, perdiendo poco a poco su voz mientras canta Daisy, Daisy y anhela soñar.


Foto:
Hal 9.000 (2011, una odisea del espacio)

Comentarios

El Primo Ralsa ha dicho que…
Desgraciadamente a fecha de 2009 el artefacto grotesco sigue apareciendo puntualmente esta vez en la Semana Negra de Gijón, por lo que imagino que sigue de gira. Es sintomático que todas estas adivinaciones y/o descubridores de la personalidad a través de lo-que-sea sean carne de feria.

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