Nairobi, la sórdida

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El adjetivo no es mío sino del periodista/escritor Javier Reverte, que se lo aplica en su magnífico libro El sueño de áfrica. Nairobi es una ciudad joven, como la mayoria de las del África negra. Se fundó el año 1899 en una meseta pantanosa donde los kikuyu y los maasai abrevaban su ganado cuando la sequia les desplazaba de sus territorios habituales y no estaban ocupados matándose entre si. Los británicos desplazaron a unos y otros para construir un ferrocarril que atravesara el pais y decidieron que aquél era un buen lugar para establecer un apeadero, asi que desecaron la zona, levantaron una estación y permitieron a los obreros asentar sus chozas. En pocos años Nairobi, nombre tomado del rio desaparecido, se convirtió en la capital del protectorado en perjuicio de Mombasa.

Actualmente es una de las ciudades más pobladas del continente con casi tres millones de personas. Probablemente sea también una de las menos bonitas y no lo digo sólo por sus famosos barrios de chabolas, los miseros Shanty Towns; el resto está trazado en pulcras cuadriculas y combina la arquitectura colonial con la de las otras culturas que integran o integraron el pais, pero con cierta tendencia al feísmo. Apenas hay aceras; en su lugar se camina por zonas separadas del tráfico mediante bolardos de piedra, a menudo cubiertas de la característica tierra roja africana. 
 
Otra curiosidad es que resulta imposible discernir viviendas en el centro: todo son edificios administrativos, oficinas, bancos, concesionarios de coches. Como urbe turística se puede recorrer a pie en un dia y sobraría tiempo. No hay grandes monumentos que ver ni edificios emblemáticos que visitar, más allá de algún rascacielos (aunque el mayor, el Keniatta Conference Center, no pasa de 28 pisos), la Biblioteca MacMillan (la entrada es gratis) y los tipicos museos como el Nacional (Museum Hill) o el de las Serpientes.

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En Kenia no hay pigmeos, salvo los plátanos que me sirvieron... en un restaurante español .


Pero cabe disfrutar del encanto de un lugar exótico a una fresca temperatura: puedes solazarte observando los enormes marabúes que dormitan en farolas y medianas, interpretando el papel de las gaviotas o palomas europeas, pues también se han acostumbrado a alimentarse de basura; asombrarte con el caos del tráfico -¡los semáforos están protegidos con rejas!-, donde el vehiculo omnipresente es una furgoneta, el matatu, decorada en el estilo más kitsch posible, que circula compartida por el triple de pasajeros recomendados por la prudencia y la comodidad, dándole sentido al chiste aquél de cómo meter cien elefantes en un Seiscientos; asistir a la febril actividad de alguno de los mercados (el Municipal, el Maasai y el del Aga Khan son los más importantes), en los que los productos de la huerta se venden al lado de arte nativo o tejidos, previo regateo; o contemplar las caminatas que realizan por los arcenes (?) de la salida de la ciudad miles de trabajadores que recorren diariamente a pie decenas de kilómetros entre su casa y el trabajo porque no tienen bastante dinero para comprar un pasaje en las mencionadas furgonetas, pagadas a escote.

Hay una cosa que es obligatorio hacer en Nairobi salvo que seas vegetariano: cenar en el restaurante Carnivore. Como su propio nombre indica, este establecimiento, normalmente abarrotado por cientos de turistas, ofrece la oportunidad de probar el gusto de carnes insólitas que en España nunca podrás catar: búfalo, camello, ñú, avestruz... ¡incluso cocodrilo! (tiene un extraño sabor mezcla de pollo y pescado). Los camareros las sirven cortándolas directamente del pincho sobre el que se han asado a la brasa, en plan rodizio brasileño. Y puedes repetir cuantas veces quieras. Si es tu último dia en la ciudad es posible que los camareros, unos cachondos mentales, te despidan cantando a capella en un voluntarioso e ininteligible castellano "Adiós con el corazón" y te proporcionen así una digestión lisérgica. Luego siguen a ritmo de palmas con el clásico "Jambo bwana" -éste ya en swahili- y entonces entras de lleno en la quinta dimensión.

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Un bocado de cocodrilo.


Se me ocurre otra cosa obligatoria en Nairobi, pero ésta porque no queda más remedio: escuchar por los altavoces del aeropuerto, mientras esperas tu vuelo, la discografía completa de Dolly Parton; una vez, y otra, y otra, no importa que pasen semanas enteras. Uno sospecha que es el único disco que tienen o que la capital de Kenia acoge el mayor club de fans de la cantante norteamericana; pero, al fin y al cabo, tiene su gracia. Cosas de África.

Para los que ya estén rasgándose las vestiduras he de advertir que Nairobi tiene también una serie de reclamos más turísticos que merece la pena comentar con detalle, pero en otra ocasión. No están en el casco urbano sino en los alrededores. Se trata de la casa de Karen Blixen, el Langata Giraffe Centre, el Parque Nacional...



Fotos:
Nairobi (Google images)
Plátanos pigmeos, por Jorge A. F, 2006
Bocado de cocodrilo, por Marta B. L, 2006

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