Evocando historia reciente en la Plaza de la Revolución de Bucarest

Cerrando los ojos y dejando a la mente volar en libertad, pude oír el metálico sonido del choque de escudos en el Paso del las Termópilas, los dramáticos gritos de los hoplitas que se hundían en la bahía de Salamina arrastrados al fondo por sus corazas, el estrépito de las armaduras castellanas mezclado con los relinchos de los caballos al caer derribados por los arqueros en Aljubarrota, el pandemónium del cuerpo a cuerpo paroxístico entre españoles y mexicas sobre la calzada de Tenochtitlán o la algarabía demencial entre pedradas ante las ciclópeas murallas de Sacsayhuamán. Son experiencias personales que se sienten al visitar los innumerables campos de batalla que se reparten por el mundo y que seguramente nadie aficionado a la historia pueda -ni mucho menos quiera- evitar.

Ahora bien, las sensaciones cambian cuando se pisa un terreno actual, reciente, y no digamos si antes se ha tenido la oportunidad de verlo en directo por la televisión, en los noticieros. Me ocurrió en las ciudades ruandesas de Kigali y Ruhengeri con el clamor agónico de los tusis masacrados, como ya conté una vez, y también al pasear por la Plaza de la Revolución de Bucarest, escenario de aquel movimiento del invierno de 1989 que, continuando el comenzado en Timisoara, supuso la sorprendente caída del régimen comunista.


Manifestantes durante la revolución (Wikimedia Commons)

Viajé a Rumanía en 2011, veintiún años después de ese episodio, así que la plaza en cuestión había cambiado, pasando del gris aspecto que presentaba en la pequeña pantalla toda la arquitectura del período comunista en general -máxime en pleno diciembre- al vivo colorido con que un día espléndido de sol y calor veraniego proporcionaba a la restauración correspondiente del lugar, convertido ahora en atractivo turístico, más allá de su uso urbano y académico. De hecho, a la mayoría de los transeúntes se nos adivinaba extranjeros, con nuestras cámaras en mano haciendo barridos fotográficos y de vídeo, a la vez que nos congregábamos por grupos en torno a nuestros respectivos guías, algunos haciendo más caso que otros.

Estatua de Carol I ante la Fundación Universitaria
Unas semanas antes compré en una librería de segunda mano Sendas de Rumanía, una obra de Clara Janés que yo esperaba un relato de su viaje por el país pero que resultó más cercano a un panfleto propagandístico patrocinado por el gobierno rumano, pues, al fin y al cabo, el año en que la autora realizó su tournée fue 1973 y tendría que atenerse a un rígido programa de visitas preestablecido, bajo la vigilancia guiada del secretario del Instituto de Relaciones Culturales. Así, la idílica descripción de lo que en realidad era un país muy pobre, se ve trufada por molestas reseñas de visitas oficiales, comités de planificación, alocuciones doctrinales y entrevistas políticas, además de la sublimación que para la autora fue conocer personalmente a la Pasionaria. Pero, siendo positivos, eso sirvió como un elemento más para entender aquel mundo que se desmoronó en 1989.

La plaza tiene dos tramos. El primero, delimitado por la strada C.A. Rosetti l, centra su atractivo en la elegante sede de la fundación que acoge la biblioteca universitaria y que lleva el nombre del que fue primer rey del país desde 1866 hasta 1914, Carol I. De hecho, él creó dicha biblioteca y por eso tiene allí su estatua ecuestre. Seguro que se revolvería en su tumba si supiera que, durante la revolución, un incendio destruyó medio millón de volúmenes, de los que tres millares y medio eran manuscritos. En guerras y revoluciones, los libros suelen sumar tantas víctimas como los humanos o más; la Historia se escribe con sangre y papel quemado.

Una segunda parte de la plaza está encajada entre la calea Victoriei y la strada Academiei, rodeada también por edificios monumentales. Uno de ellos, que es el que le da solución de continuidad respecto al tramo anterior, es el Museo Nacional de Arte, que antaño era el Palacio Real y por eso hasta 1989 se llamaba al lugar Plaza del Palacio. Comprado por la corona a la familia Kretulescu en 1833, lo que vemos hoy es una reconstrucción clasicista del siglo XX porque un incendio primero y los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial después lo dejaron maltrecho; también la arquitectura sufre la incontinencia humana de su violencia.


Museo Nacional de Arte de Rumanía (Muzeul National de Arta al Romianei)

Durante la época comunista sirvió, asimismo, para acoger las reuniones del consejo de ministros. En ese sentido, enfrente se encuentra la sede del Ministerio de Administración e Interior, anteriormente del Comité Central del Partido Comunista de Rumanía. Se trata de un anodino bloque cuadrangular de tres cuerpos en cuya fachada, a la altura del primer piso, está la terraza abalconada desde la que Ceacucescu, con abrigo y gorro de astracán, dio su último discurso el 21 de diciembre de 1989, irónicamente ante una multitud convocada para refrendarle. Se suponía que los congregados debían aplaudir a su Conducator y reprobar el movimiento de protesta que llevaba sacudiendo Timisoara desde cinco días atrás (curiosamente, originado por el intento de desahucio de un pastor luterano húngaro), que se había extendido a la capital mientras el presidente estaba de viaje.


El edificio del Comité del PCR

En la reunión del comité para tratar el caso, algunos miembros habían protestado por la dura represión de aquellos incidentes. Ceaucescu ofreció su dimisión, pero finalmente se impuso el sector duro, que le convenció -probablemente sin demasiado esfuerzo- para seguir. Nada extraño, puesto que Rumanía era el único país europeo del bloque soviético que seguía cerrado a reformas -hasta Albania las hizo- y a seguir la línea de Gorbachov. Acostumbrado al culto a su personalidad que se había instaurado, Ceaucescu quedó confundido cuando de entre la multitud salieron protestas y vivas a los disidentes de Timisoara. La cosa fue a más, con graves disturbios callejeros que duraron hasta la madrugada. Por la mañana, la plaza volvía a estar abarrotada, a pesar de la prohibición de reuniones, y cuando Ceaucescu volvió a salir al balcón tuvo que entrar de nuevo, dado que arreciaron los gritos de rechazo.

El nombramiento de un nuevo ministro de Defensa en sustitución del anterior, muerto en un extraño suicidio, precipitó los acontecimientos porque los soldados desplegados para mantener el orden recibieron la orden de retirarse. Ceaucescu entendió que había perdido el control y huyó en helicóptero con su esposa. El edificio fue ocupado por los manifestantes, que enarbolaron banderas nacionales a las que habían recortado el escudo socialista. Hubo tiroteos y muertos por las calles entre insurrectos y pro-gubernamentales, pero la situación ya no tenía vuelta atrás. La captura y ejecución de los Ceaucescu en Targoviste el día de Navidad, después de un pseudo juicio televisado que dio la vuelta al mundo, puso punto final a la etapa comunista en Rumanía.


La biserica Kretzulescu

Volvamos a la plaza. El tímido verde de las pequeñas isletas con árboles se ahoga ante las carrocerías de cientos de automóviles aparcados que deslucen el sitio, del mismo modo que la modesta biserica Kretzulescu resiste muy cerca, en una calle anexa, abrumada por la arquitectura contemporánea que parece caer sobre ella como una ola, y en su antípoda esquinera, en una inaudita combinación de tradición y modernidad, la sede de la Unión de Arquitectos parece desafiar la credibilidad del curioso sobreponiendo una estructura de acero y cristal a la piedra rojiza de un palacete decimonónico.


Sede de la Unión de Arquitectos
En medio de todo se yergue el monumento en memoria de las víctimas de la revolución, que sumaron mil ciento cuatro muertos y tres mil trescientos cincuenta y dos heridos. Sus nombres están grabados en una placa de bronce, al pie de un obelisco de veinticinco metros de altura rematado por un nido al que los habitantes de Bucarest llaman con sorna la patata. En el extremo sur de la plaza hay otra estatua dedicada a Iuliu Maniu, que fue tres veces primer ministro hasta que, después de la Segunda Guerra Mundial, Rumanía quedó bajo la órbita soviética y él, conservador, pasó a la oposición, siendo condenado a trabajos forzados de por vida.

En fin, no me resisto a terminar reproduciendo las palabras que el presidente de la Academia de Ciencias Políticas y Morales le dijo a Clara Janés y ella reproduce en su libro: "Rumanía tiene el privilegio de haber tenido una intelectualidad espiritualmente ligada al pueblo (...) Ellos dirigieron la ideología de la revolución campesina. Nuestro socialismo, pues, ha nacido de las necesidades del pueblo (...) Digamos que es un socialismo humano".

Imágenes: Marta B.L.

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