El Paso de las Termópilas


Si alguien viaja a Grecia sólo por pisar en persona el Paso de las Termópilas, más vale que se lo piense dos veces. Merece la pena acercarse, por supuesto, pero teniendo en cuenta que cualquier parecido del entorno con el que había en el siglo IV A. C, en plenas Guerra Médicas, ha desaparecido por los cambios experimentados por el paisaje: la sedimentación aluvial ha ido rellenando la costa del Golfo Maliaco milenio tras milenio.

El desfiladero que bordeaba el mar, el cuello de botella que defendió Leónidas con un acantilado a un lado y las montañas al otro, ya no es tal. El agua ha retrocedido más de un kilómetro y ahora, en vez del angosto paso de 100 metros de ancho, hay una llanura que hubiera hecho frotarse las manos a Jerjes. Sin duda, más apropiada para desplegar a sus 200.000 hombres (no el exagerado 1.700.000  descrito por Heródoto que hubiera dejado despobladas las satrapías y cuya retaguardia, según algunos cálculos, aún estaría saliendo de Susa) y aplastar de un solo golpe a los 4.100 peloponesios mandados por  el stratego Leónidas. Sí, 300 eran espartanos pero, aparte de que cada uno de éstos era completado normalmente por varios psiloi (infantes ligeros) ilotas (siervos campesinos) -en este caso un millar-, también había contingentes de otras polis de los que nadie se acuerda: 1.000 focios, 400 tebanos y 700 tespios.


Las montañas siguen ahí, así como el manantial que da nombre al lugar (termópilas, o sea, "puertas calientes"). Incluso sigue el desfiladero de Anopea,  que el traidor Efialtes usó para guiar a los persas y sorprender a los griegos por la espalda. Pero ahora pasa por el lugar la carretera nacional, decorada por un monumento en memoria de Leónidas con la legendaria frase: Extranjero, dile a Esparta que yacemos aquí obedeciendo sus leyes. Dado el intenso tráfico y el poco espacio para detenerse, apenas hay unos minutos para parar y sacar unas fotos antes de que se congestione. Pero se pueden entrecerrar los ojos e imaginarse la sorpresa de los persas al encontrarse a los espartanos esperándoles tranquilamente mientras arreglaban sus largas cabelleras, la nube de flechas que tapó el sol durante la batalla ("así lucharemos a la sombra", dijo el general lacedemonio Dionisio), los elefantes despeñándose por el acantilado, el ensordecedor ruido del combate seguido del sepulcral silencio final, roto únicamente por los lamentos de los heridos...


Visité el lugar el mismo año que se pudo ver en España 300. Todos los compañeros de viaje hablaban de la película como si no existieran versiones anteriores ni los relatos de Heródoto y Diodoro de Sicilia. Todos menos la guía, Helena, pero no porque conociera mejor esas otras fuentes sino porque en eso era igual a los demás griegos: tan celosos de su historia y su civilización que detestan que los demás metan baza. Por eso no soportan que los turistas se hagan fotos divertidas (=irrespetuosas) en sus monumentos, por eso sus vigilantes en los museos se comportan como la Gestapo y por eso Helena afirmaba que la película era una basura sin credibilidad... aunque reconocía no haberla visto.

Yo creo que 300 es una fiel trasposición al celuloide del cómic de Frank Miller, que no pretende ser realista sino un estereotipo idealizado acorde, argumentalmente, con la estilización de los dibujos. De ahí que Efialtes parezca un monstruo, Jerjes esté retratado como un cenobita de Hellraiser, todos los escudos lleven una lambda (costumbre posterior) o los hoplitas espartanos no se quiten el tribon -su característica capa roja- ni para combatir, lo que en la realidad sería un estorbo.

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