Vikingos en Machu Picchu

 
Allí estaba, en aquel peculiar aeródromo llamado María Reiche, en medio del desierto, sentado en un banco de madera y cruzado de brazos esperando que amainara el viento para poder despegar. Tenía turno para primera hora pero al llegar me encontré la pista cerrada y las avionetas alineadas en su estacionamiento sin poder salir. Total ¿para qué? Los vuelos serían tan movidos -peligro aparte- que los pasajeros estaríamos más pendientes de nuestro estómago que del objetivo. Las Líneas de Nazca son un auténtico espectáculo, incluso para quienes se marean, pero para verlas se requieren ciertas condiciones y no siempre es posible imponerse a los caprichos de la naturaleza. 


Plano de las líneas de Nazca en el aeropuerto (JAF)
Me habían advertido de que es mejor ir por la tarde, por dos razones. Una es que el sol ya está bajo y no brilla tanto, con lo que se producen sombras que permiten apreciar mejor los dibujos; otra, que a esas horas no suele haber los fuertes vientos de la mañana. Pero yo tenía que seguir viaje hacia Arequipa, así que me las arreglé para conseguir hacer un vuelo temprano. Y resultó que no, que tocaba esperar. 

Y cuando por fin empezaron los despegues, todavía debía aguardar mi turno, así que pasé un par de horas de paseos para acá y para allá, sentarse, levantarse, salir, entrar, asomarse a la pista, especular sobre si me tocaría ésta o aquella avioneta... En aquellos momentos la paciencia parecía a punto de rebosar y, aunque no lo recuerdo, seguro que más de una maldición salió de mis labios. Sin embargo, visto ahora, en la distancia y en el tiempo, casi me alegro de aquel imponderable porque gracias a él descubrí una inaudita historia que tiempo después pude comprobar bibliográficamente.

Me la contó una peruana encargada de un puesto de artesanía local que había en el exterior de la terminal, a donde acudí para matar el interminable tiempo de espera. Estaba ojeando las cosas de los anaqueles, a ver si veía algo interesante y descubrí un tumi de madera que decidí adquirir. La dependienta debía tener ganas de cháchara, ya que, por lo visto, la mayoría de los turistas que llegaban al aeródromo para ver las Líneas no se molestaban en acercarse a mirar ni mucho menos a comprar, por lo que el sitio -y eran una decena de stands- presentaba un raro y desolado aspecto. Que apareciera yo debió ser como un maná para la señora, que ya empezó la conversación incluso antes de que le pidiera cobrarme. 


Vista aérea de Nazca (imagen: JAF)

Se las arregló para que le contara que soy español, que estaba recorriendo Perú y que esa noche planeaba dormir en Arequipa para, al día siguiente, visitar el Cañón del Colca y luego seguir por el lago Titicaca, Cuzco, el Valle Sagrado y Machu Picchu. Entonces me explicó que le encantaría ver esos sitios, sobre todo Machu Picchu, y ahí entramos en faena porque fue cuando empezó su lisérgica narración. Entre las perlas que me dejó en la mente, figuraban algunas como que los incas originales eran muy altos pero al mezclarse con los españoles, que éramos bajitos, perdieron su formidable estatura. Y como prueba blandía el gran tamaño que tenían las puertas de las construcciones arquitectónicas de Machu Picchu. 

La cándida sinceridad con la que hablaba, sin mala baba alguna, me llevó a fingir interés. Le rebatí con amabilidad que esas puertas de las que hablaba debían sus dimensiones al hecho de estar en una ciudad sagrada, no residencial, igual que pasa con las portadas de las catedrales. Asimismo, le expliqué que la morfología de los incas era similar a la de los andinos actuales, de estatura más bien baja y proporciones achaparradas como adaptación a la vida en altitud. Creí que todo quedaría ahí pero la buena mujer ya había cogido carrerilla y, viendo que entraba al trapo, siguió entusiásticamente su relato, cuyo tono estrafalario fue creciendo en progresión geométrica. Resulta, dijo, que allí vivían descendientes de vikingos y ya se sabe que los escandinavos son muy altos. Viendo el panorama, opté por poner cara de póker y guardar silencio pero ya era tarde y todavía me retuvo un inacabable rato con su estupefaciente verborrea.


Vista general de Machu Picchu (imagen: JAF)

Cuando llegué Defcon 1, con la piel de gallina y el cerebro a punto de acabar como si me hubiera topado con los protagonistas de Scanners, asentí mecánicamente con la cabeza, pagué el importe del tumi y salí corriendo hacia la terminal disculpándome porque mi vuelo iba a despegar. Mentía, claro; aún me quedaba una buena espera. Pero ya había tenido bastante lección de historia (ejem). Lo cierto es que tenía su gracia... pero al recordarlo ahora, en la distancia y el tiempo, pues en vivo ese tipo de cosas provocan un efecto muy diferente. 

Lo realmente divertido del asunto está en que más tarde localicé el origen de la narración de la buena señora y resultó que el perpetrador era un antropólogo francés llamado Jacques de Mahieu, nacido en Marsella en 1915 y autor de un buen puñado de libros al respecto, con títulos tan imposibles de pronunciar sin sonreir como El gran viaje del dios Sol, Drakkares en el Amazonas, La fabulosa epopeya de los troyanos en América del Sur o El rey vikingo del Paraguay.


Jacques de Mahieu
Las tesis de Mahieu hacen que el relato de la dependienta peruana parezca casi académico. Según explica él, eran unos setecientos vikingos capitaneados por un tal Ullmann que, al desembarcar en México en el año 967, originaron la leyenda de los teules altos, rubios y de ojos azules. Fueron ellos los que fundaron Chichén Itzá y legaron a los mesoamericanos su estructura social, pero como sólo querían a las indias por lascivia, hubo una revuelta y tuvieron que emigrar hacia el sur, pasando por Venezuela, fundando Quito, creando el imperio chimú y continuando su peregrinar por el continente hasta asentarse en el lago Titicaca y Tihuanaco. 

Uno de sus jefes, posteriormente identificado con Manco Inca, fundó Cuzco y, como hicieran antes en el norte, él y sus hombres conquistaron a los pueblos del entorno gracias a su superioridad técnica y racialgobernándolos sin mezclarse con ellos. Hacia el año 1150 regían todo un imperio, enviando toneladas de plata a Europa para vendérselas, cómo no, a los templarios. Éstos enviaron una flota al nuevo mundo, estableciendo una factoría en Paraguay en 1240. 

Una década después, los monjes empezaron a tener roces con los nórdicos, contando para ello con el apoyo de los indios, a los que evangelizaban contra aquellos paganos elitistas. La tensa situación desembocó en una guerra en 1277 que ganaron los templarios, pero el caos organizado fue tal que optaron por irse. Los vikingos también tuvieron que quitarse de en medio, diseminándose. Unos, como vimos, acabaron en Machu Picchu; otros se mezclaron con los indios guayaqui, del Paraguay. Un grupo de viudas se escondió en la Amazonía y fundó una comunidad exclusivamente femenina, la de las famosas amazonas


Algunos libros de Mahieu

En fin, Mahieu intenta sustentar todo esto en un totum revolutum de datos etnológicos, arqueológicos e históricos adaptados a su manera, así como en confusas etimologías que él vincula al norrés, el dialecto que hablaban los primeros vikingos. Asimismo, añade la existencia de rasgos arios en algunos sudamericanos que ni siquiera plantea que puedan ser de origen español, que ya se sabe que somos todos morenos, bajitos y con muy malas pulgas. Lo de arios no está dicho porque sí; como ya se habrá podido deducir, Mahieu era nazi, colaborador del régimen de Vichy, integrante de la División Carlomagno de las Waffen SS y fundador de la versión argentina de CEDADE, ya que se estableció en ese país (donde adoptó la ideología peronista y fue incondicional de Carlos Menem).

Y aunque sorprenda lo absurdo que resulta que muchos latinoamericanos acepten estos delirios estrafalarios, a pesar de su evidente racismo y del menosprecio hacia las culturas indígenas de sus ancestros, el caso es que se trata de algo bastante extendido, ya sea en versión vikinga, ya en extraterrestre, ya en cualquier otra de las múltiples que hay. Eso sí, debidamente enfocada, da para echarse unas buenas risas... salvo que después de oirlas tenga uno que subir a una avioneta y echar los hígados.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El saqueo de Mahón por Barbarroja y el fuerte de San Felipe

La Capilla Sixtina: el Juicio Final

Santander y las naves de Vital Alsar