Ocho de Luz en Mallorca

El Ocho de Luz mallorquín
El Sol está pluriempleado en el mes de febrero. Es lo que tiene ser encargado de calentar el planeta y proporcionarle vida; las gentes te adoran porque tu entidad les supera o te ensalzan a secas porque saben que, aún cuando no te concedan aura divina, dependen de tí para cosechar y poder comer. Así que te construyen prodigios de arquitectura la medida del calendario y algunos van acompañados de fascinantes efectos visuales naturales que hoy son reverenciados en un sentido diferente al de antaño, cámara en mano.

Decía que el astro rey tiene pluriempleo. El día 21 ha de deslizarse por los sesenta metros de longitud del Templo de Ramsés II en Abu Simbel hasta llegar al sancta-santórum, donde los rayos de luz iluminan las estatuas del faraón y los dioses Ra-Haractates y Amón, dejando a oscuras la de Ptah. Es algo que hasta la segunda mitad del siglo pasado ocurría un día antes pero la construcción de la presa de Assuán obligó a trasladar el templo para evitar que quedara inundado por la consiguiente crecida del lago Nasser, con lo que se alteró también la fecha de lo que se conoce como Milagro del Sol.

No es la única maravilla arquitectónica en la que el astro rey tiene un protagonismo fundamental porque en los equinoccios de primavera y otoño se da una vuelta por la mexicana península del Yucatán y, al atardecer, va proyectando su luz sobre la balaustrada de la escalinata de la pirámide de Chichén Itzá para abrir paso al dios maya Kukulkán en su serpenteante descenso a nuestro mundo por la balaustrada del edificio.



El Milagro del Sol en Abus Simbel


Kukulkán, a la izquierda, descendiendo por la pirámide

Sin embargo, no es necesario -aunque sí recomendable- viajar a lejanos países como los citados Egipto y México para asistir a una espléndida conjunción de la Naturaleza y la obra humana, de la magnificencia solar apoyando una genialidad arquitectónica., ya que también en España hay más de un ejemplo Decía antes que febrero es un mes especialmente propicio para eso, pues aunque el fenómeno egipcio ocurre también el 21 de octubre y el mexicano se prolonga un par de días antes y después de cada equinoccio, el 2 de febrero hay una cita similar en Palma de Mallorca.

El rosetón mayor, sobre el altar (Imagen: JAF)
EL nombre va en esa línea: Fiesta de la Luz, que se asocia a un día festivo, el de la Candelaria. Se llamaba así desde el siglo VI y consiste en la proyección de los colores del rosetón mayor sobre la pared interior de la fachada principal, justo bajo el rosetón de ésta, al ser atravesados los vitrales por los rayos solares del amanecer y atravesar toda la nave de la catedral como resbalando por los pilares que la sostienen. Ello crea un fantástico efecto visual en el que se ven dos rosetones, uno encima del otro, el superior real y el inferior virtual, uniéndose levemente para formar lo que se ha dado en llamar popularmente el Ocho de Luz.

Ese apodo no es baladí situándose en un templo, ya que el número ocho tenía connotaciones metafóricas alusivas a la eternidad, el octavo día más allá del tiempo; en la Edad Media representaba al firmamento, el cielo de las estrellas fijas, y simbolizaba la perfección de los influjos planetarios. Quizá por eso también los catorce pilares que separan la nave central de las laterales de la catedral mallorquina son octogonales y sus muros estén abiertos por siete rosetones (aunque sólo se conservan cinco), siendo el octavo ese Ocho de Luz.

Ese fantástico suceso es posible gracias a que el edificio catedralicio está orientado para ello (120º sureste), al margen de aprovechar estructuras preexistentes como la mezquita sobre la que se sitúan sus naves. También a las enormes dimensiones del rosetón mayor, que mide nada menos que 11,38 metros de diámetro y es el más grande del gótico, aunque sus vitrales actuales -más de un millar de piezas- no son de época sino fruto de una reconstrucción decimonónica. De hecho, esas obras del siglo XIX fueron las que originaron el evento, no se sabe si de forma intencionada, ya que se debieron a un terremoto que afectó al templo en 1851 y fue entonces cuando se decidió abrir el rosetón de la fachada.

El rosetón mayor, en detalle (Imagen: JAF)

Eso sí, era consecuente con una concepción de fondo evidente para quien entra en la Seu: la extraordinaria importancia de la luz que proporcionan vidrieras y rosetones, favorecidos por el hecho de tener la bóveda de la nave central a gran altura respecto a las naves laterales -las ventanas se alargan interminablemente- y el ser una catedral de planta basilical, sin crucero.

El Ocho de Luz es pues, un auténtico espectáculo que no sólo ocurre ese día sino también el 11 de noviembre, así que las fechas del evento son el 2 del mes dos y el 11 del mes once. Una forma de magia moderna, en suma, que como todo buen tiene una duración efímera: unos minutos en los que la proyección de luz viaja por una nave lateral hasta alcanzar la cabecera de la Seu y situarse bajo su rosetón, culminando en la formación del número al tocar el rosetón real y el lumínico sus perímetros en un único punto tangencia para después hacer el camino inverso por la otra nave.

La luz del rosetón mayor se proyecta sobre el de la fachada en el solsticio de invierno (Imagen: Cristina en Wikimedia Commons)

Se da la circunstancia, además, de que en el solsticio de verano (21 de junio) el efecto se invierte y el sol hace el recorrido contrario, pasando a través del rosetón principal para proyectarse sobre el mayor, encima del altar. Y en los veinte días que envuelven el solsticio de invierno (21 de diciembre) se puede contemplar la aurora a través de ambos rosetones simultáneamente en una explosión policromática, calidoscópica, en la que loc olores de uno y otro se superponen.

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