El Escorial (II). Demonios, judíos y herreriano


Continuación del post anterior, El Escorial (I). Un retrato arquitectónico de Felipe II
El cántabro Juan de Herrera, que había sido soldado en los Tercios de Flandes y luego trabajó como ayudante de Juan Bautista de Toledo en la Basílica de San Pedro de Roma, alcanzó el cargo de aposentador real y, encargado de las obras del monasterio del Escorial relevando a Giovanni Battista Castello, fue quien aplicó las reformas arquitectónicas que le dieron al monumento su aspecto definitivo, pues los planos de su maestro incluían más torres y una planta semicircular en el ábside. Herrera no sólo añadió un piso sino que optó por la forma rectangular total, que algunos identifican con la parrilla en la que fue martirizado San Lorenzo, otros con los cuadrados mágicos (tablas con números que sumados por filas, columnas y diagonales dan el mismo resultado) o incluso con un pentáculo. Éste último es una estrella de cinco puntas, asimilada al satanismo cuando se invierte, pero que en su posición normal se conoce como Sello de Salomón. Hay quien, con bastante voluntad, ve un pentáculo en la planta del Escorial, con vértices en el Patio de Mascarones, el Cuerpo de Guardia, las salas capitulares y las dos puertas de entrada.

Plano de la planta del Escorial. Parece una parrilla con mango y todo

Sin embargo, el sabio rey de Israel no podría quejarse porque algo sí que legó: para El Escorial se tomó como modelo arquitectónico el Templo de Salomón, aunque no está muy claro si el originario o la reconstrucción posterior de Herodes el Grande. En realidad, de éste sólo queda lo que hoy llamamos el Muro de las Lamentaciones pero su aspecto se ha deducido de las descripciones dejadas por diversos autores. El paralelismo es obvio: Salomón concibió su construcción siguiendo las instrucciones, medidas y proporciones que el propio Yavé le había facilitado, con el fin de albergar bajo un mismo techo las tradiciones judías y el saber de Dios, y acercar así a los creyentes a éste. El Escorial reproducía esa idea de Domus Dei porque se subrayaba así la presencia divina auténtica, no simbólica (tal como había establecido el Concilio de Trento frente a la versión protestante) en la Eucaristía; o quizá para darle una pátina religiosa a la arquitectura en tiempos de eclosión humanística.

Plano del Templo de Salomón, comparable a cada ala del monasterio
En cualquier caso, la cuestión se recalcó mediante la colocación de seis grandes estatuas de monarcas israelíes en la fachada de entrada a la iglesia, en el consecuentemente llamado Patio de los Reyes. Dicen que las de David y Salómón tienen unos rasgos físicos que recuerdan a Carlos V y a Felipe II respectivamente; el conquistador y el sabio. Los cenotafios de éstos, obra de Pompeo Leoni, coinciden en el interior con el lugar que por fuera ocupan las figuras.

Las estatuas del Patio de los Reyes

El cenotafio de Carlos V y su familia...
...y el de Felipe II y compañía

Volviendo a Herrera, decir que fue un sabio de su tiempo: aficionado a la astrología y la astronomía, la geografía y la náutica, las matemáticas y la alquimia, inventó nuevas grúas, tuvo la idea de dividir los trabajos por sectores para ir más rápido y, en vez de labrar las piedras a pie de obra, ordenó que se trabajaran en la cantera y se trasladaran luego, reduciendo el ruido del entorno monástico. Lo del silencio se agradecería tras el conocido incidente del misterioso perro negro, visto eventualmente en los alrededores y cuyos aullidos atronaron los oídos de los trabajadores haciendo que empezara a circular la habladuría de que era un animal infernal. En realidad ese tipo de historias eran muy habituales en la Europa de la época y el avistamiento de siniestros sabuesos de oscuro pelaje -no sólo los gatos tenían mala fama- equivaldría en credibilidad al de los actuales platillos volantes. Al final, fray Villacastín encontró un can que había quedado atrapado en los andamios y que probablemente era el autor involuntario del temor extendido con sus lamentos. No consta si era negro pero, lo fuera o no, tuvo la desgracia de estar en el peor sitio y en el peor momento, ya que el religioso mandó ahorcarlo a la vista de todos para acabar contundentemente con aquella superstición. Y es que los ánimos estaban algo exacerbados, ya que de incidentes estaba bien surtido el sitio: un cometa interpretado como de mal augurio, un pederasta atrapado con las manos en la masa, un rayo que destruyó parte del edificio...



La labor de Herrera en la España del siglo XVI fue tan importante que su apellido sirve para designar al estilo nacional que sustituyó al plateresco renacentista español por otro más sobrio y acorde a la mentalidad felipina, el herreriano: líneas rectas, horizontalidad, uniformidad... Su obra no se limitó al monasterio y firmó también parte del Alcázar de Toledo, la Catedral de Valladolid, el Archivo de Indias y la fachada principal del Palacio de Carlos V en Granada, entre otras. Además, escribió un célebre tratado arquitectónico titulado Discurso sobre la figura cúbica en el que considera a este cuerpo geométrico como la forma ideal de la Naturaleza (mientras que la esfera lo sería en el ámbito divino), al tratarse de un producto matemático de tres números iguales que son equiparables a la Santísima Trinidad. Algo que resulta de especial interés porque El Escorial es, al fin y al cabo, un conjunto de cubos relacionados entre sí e integrados de forma unitaria.

Retrato de Juan de Herrera

(continuará en El Escorial III. Arte y despojos)

Más información: Monasterio del Escorial

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