Con este post concluye la trilogía dedicada a uno de los monumentos más importantes de España y que empezó con los anteriores El Escorial (I). Un retrato arquitectónico de Felipe II , primero, y El Escorial (II). Demonios, judíos y herreriano después.
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El tambor en cuestión |
La
basílica es el centro del edificio y el enorme tambor del crucero, que permite una importante iluminación natural, no hace sino subrayarlo más. De planta cuadrada, hubo que alargarla añadiéndole un ábside y atechando el atrio para adaptarla a las directrices tridentinas, según las cuales las iglesias debían tener planta de cruz latina. No obstante, sus tres naves siguen pudiendo considerarse tales desde cualquier lado que se contemplen. En la capilla mayor están los citados cenotafios de Pompeo Leoni, uno de los
grandes atractivos junto con los frescos de la bóveda pintados por Luca Cambiasso, la bóveda plana y el hermoso crucifijo de mármol blanco tallado por Cellini después, según cuenta la leyenda, de una visión mística.
A un lado de la basílica están el
Palacio de los Borbones y los
museos (con el Patio Norte en medio) y al otro la sacristía y las salas capitulares (también con su propio patio, el de los Evangelistas). En la sacristía hay que ver el cuadro
La adoración de la Sagrada Forma por Carlos II, de Claudio Coello, que los días 29 de septiembre y 28 de octubre se levanta mecánicamente en un curioso
espectáculo acompañado de música para exhibir una custodia con una hostia. En ésta hay tres marcas rojas que la tradición atribuye a la sangre que manó tras los pisotones de protestantes alemanes durante la profanación del templo de Gorcum, antes de que las tropas imperiales pusieran orden.
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La espléndida obra de Coello |
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En detalle |
Detrás, en un anexo adosado por la parte exterior de la fachada Este, se halla el
Palacio de los Austrias, también conocido como Palacio de Verano, en el que se puede ver la silla de manos en la que Felipe II era trasladado cuando la gota le pudo y la ventana de su dormitorio que daba a la iglesia y merced a la cual el monarca podía asistir a misa cuando estaba imposibilitado en cama (y, sí, asimismo hay otro patio, el de Mascarones). Para la parte opuesta, el
Patio de los Reyes, citado en un
post anterior y situado entre el Colegio y el Convento, sirve de grandioso vestíbulo. La maravillosa
Biblioteca se encuentra sobre la entrada principal en la fachada Oeste, en una alargada nave abovedada ricamente decorada y que en 1616 pretendió tener un ejemplar de cada libro publicado en el país, siendo así el germen del funcionamiento de la actual Biblioteca Nacional.
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La fachada de la Basílica desde el Patio de los Reyes. Se aprecian las estatuas de los seis monarcas hebreos |
La cripta con el famoso
Panteón Real se encuentra bajo el altar de la iglesia. Aunque su aspecto actual es un poco posterior, de tiempos de Felipe III, no deja de constituir un lugar impresionante donde veintiséis elegantes cofres de mármol acogen los restos mortales de la mayor parte de los
reyes de España; faltan Juana
la Loca, Felipe
el Hermoso, Felipe V, Fernando VI, Amadeo de Saboya y José Bonaparte. Están colocados cronológicamente de arriba hacia abajo, teniendo en cuenta que los titulares del trono se sitúan a la derecha del altar y sus cónyuges a la izquierda. También hay un Panteón de Infantes para príncipes, infantes y reinas que no hayan sido madres de reyes.
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Los sarcófagos repartidos por el Panteón Real. |
Ilustres difuntos que aportan su granito de arena para convertir El Escorial en una peculiar necrópolis a gran escala, si se tiene en cuenta que se reunieron allí, según el
Inventario y Memorial (1599-1605) del reliquiero fray Martín de Villanueva, hasta
7.420 reliquias de 678 santos llevadas de todas partes del mundo y de naturaleza variopinta: 12 cuerpos enteros, 140 cabezas, etc. Entre ellas se supone que, según el testamento de Felipe II, había seis unicornios; en ese sentido, una relación de tono sarcástico hecha en el siglo XVII incluia el áspid que mordió a Cleopatra, el buche del Ave Fénix, la cerradura del Arca de Noé, un mondadientes de Moctezuma y pelo de Ana Bolena (que era "bueno para venenos"). La mayor parte se guardaban en grandes armarios decorados, pero otras fueron depositadas en rincones estratégicos del edificio, bien en altares, bien en lo alto de las torres o incluso entre las piedras mismas. Aquellos restos, muchos de los cuales se perdieron durante la invasión francesa, no sólo pertenecían a religiosos; figuran también algunos de don
Juan de Austria, por ejemplo, y a veces no eran despojos humanos sino objetos, como un anillo de
María Estuardo.
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Uno de los armarios donde se conservan reliquias |
Ahora bien, seguro que más impresionante que el panteón debe de ser el
Pudridero, donde se deja descomponerse los cadáveres durante aproximadamente tres décadas antes de su ubicación final. La razón es más prosaica de lo que parece: así los cuerpos ven
reducido su tamaño lo suficiente como para caber en las cajas de plomo de menos de metro y medio de longitud que, a su vez, se colocarán dentro de las urnas de mármol que tienen destinadas en el Panteón. Sus inquilinos actuales son los abuelos de Felipe VI,
don Juan y
doña María de las Mercedes, para los que están reservados los dos últimos nichos que quedan libres en el Panteón
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El maravilloso Cristo de Benvenuto Cellini |
El Pudridero, del que hay una versión también para infantes, no se puede visitar y apenas hay información de esta peculiar estancia, salvo que mide unos dieciséis metros cuadrados, carece de luz natural y tiene su entrada por una pequeña puerta que está situada en la
escalera misma de acceso a la cripta; cuando se baja y se pasa ante ella es inevitable un respingo de curiosidad pero resulta inútil porque está cerrada a cal y canto, y únicamente los monjes tienen acceso a ella, además de la familia el día que se hace el traslado oficial al panteón.
José de Quevedo, un fraile que fue bibliotecario del monasterio a mediados del siglo XIX, cuenta en su
Historia y descripción del Escorial que no hay ventanas ni ventilación y que los operarios perforan las cajas para facilitar el proceso de corrupción y desecación.
Sic transit gloria mundi.
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