El palacio de Cnossos, la casa de Asterión

 

 

«Y la reina dio a luz a un hijo que se llamó Asterión», puede leerse en en el libro III de Biblioteca, una obra datada entre los siglos I y II d.C., erróneamente atribuida a Apolodoro de Atenas (se opta hoy por esa fórmula habitual de añadirle un «pseudo» delante del nombre), en la que se intentan conciliar las diversas versiones de los mitos griegos que dieron Homero, Hesíodo, Eurípides, Sófocles, Esquilo, etc. La mayor parte de los manuscritos que han sobrevivido de ese texto terminan con el mismo episodio: las hazañas de Teseo, por lo que muchos lectores ya habrán entendido por qué he empezado este artículo con esa cita, emulando a Borges.

En el anterior artículo explicaba cómo los hados se conjuraron para impedirme contemplar uno de los rincones de Creta que más anhelaba, la cueva de Zeus. Hoy voy a hablar de otro que entra también en esa categoría, pero que me aseguré de visitar sí o sí porque perderme dos ya era mucho. Y éste en concreto es demasiado conocido, demasiado turístico, para obviarlo.  Después de tantos años estudiando maravillas de la historia y la arqueología, lo primero que apunté en mi agenda de viaje cuando decidí visitar Creta fue el laberinto del Minotauro; o sea, palacio de Cnossos. 

Espectacular maqueta del palacio de Cnossos en madera, expuesta en el Museo Arqueológico de Heraklión
 

No es el único palacio laberíntico insular, pues quien más quien menos habrá oído hablar también de los de Festos, Hagia Tríada, Zakro y Malia, centros neurálgicos de aquella civilización minoica que se desarrolló en la isla griega hace cuatro milenios. Pero, claro, el de Cnossos es el más grande y mejor conservado, aparte de estar a tiro de piedra de la capital Heraklión (apenas cinco kilómetros), lo que inevitablemente atrae a muchos más curiosos. Muchísimos, de hecho, aunque de momento todavía no ha alcanzado los niveles de masificación de otros sitios; sospecho que pronto lo hará, así que aprovechen mientras no llegue al agobiante de la Acrópolis.

Tuve la suerte de que, durante la primera mitad de mis vacaciones cretenses, el tórrido calor mediterráneo moderase su impiedad y se mantuviera dentro de unos parámetros razonables, pero elegí para ver Cnossos precisamente el día en que eso cambió, así que tuve que afrontar aquella mañana de treinta y tantos grados bien provisto de crema solar, agua, gafas ahumadas y sombrero. Sirva esto de advertencia porque, una vez que se pasa la avenida arbolada que lleva hasta el torno de entrada, apenas hay sombras donde buscar amparo. 

Este característico elemento decorativo de los propileos Este de Cnossos es lo que el arqueñologo Arthur Evans bautizó como los «cuernos de la consagración»

Yo mismo pude pude ver a gente que parecía al borde del colapso, caminando con la mirada ida, rojos como tomates y a menudo escaqueándose de las explicaciones de los guías para refugiarse en el precario frescor que proporcionaba alguno de los elementos arquitectónicos que siguen en pie. Parecía que formasen parte del grupo de catorce jóvenes de ambos sexos -aunque muchos no se ajustaban a ese rango de edad, claro- que Atenas debía enviar cada año para ser ofrecidos en sacrificio a Asterión y que, una vez dentro del laberinto donde vivía éste, vagaban perdidos hasta que el monstruo los encontraba y los devoraba. 

Asterión era como se llamaba que se puso al vástago que la reina Pasífae -hija del dios Helios y la ninfa Perseida- tuvo con un toro en otra de esas escabrosas historias que encantaban a los griegos. Según una versión, el astado padre era el mismo que había llevado en su lomo a Europa para Zeus (aunque el mito clásico dice que fue el propio Zeus quiens e transformó en morlaco) y que una vez cumplida su misión fue puesto en libertad, asolando la isla hasta que Heracles lo capturó en su séptimo trabajo y se lo llevó a Euristeo (que también lo soltó y entonces pasó a sembrar el caos en el Peloponeso y el Ática).

Pintura de Alejandro DeCinti 

Cuando Zeus se cansó de Europa se la pasó a Asterión; no el que nos ocupa sino su abuelo, rey de Creta, que se casó con ella. Tuvieron tres hijos y uno de ellos, Minos, heredó el trono al fallecer su progenitor. Fue el gran artífice del esplendor de su civilización, hasta el punto de que el un importante arqueólogo, Arthur Evans, le puso a ésta su nombre en 1900; expandió sus dominios merced a una potente flota, promulgó muchas leyes -al parecer, el célebre legislador espartano Licurgo se habría inspirado en él- y trajo propsperidad económica.

Tras casarse con Pasífae tuvieron ocho hijos, cuatro niños y cuatro niñas, si bien el rey solía tener numerosas aventuras extramatrimoniales que terminaban con bastardos. Lo que no imaginaba es que su mujer también iba a dar a luz a uno muy especial por su culpa. La coronación había sido discutida -según Heródoto tuvo que derrotar antes a su hermano Sarpedón- y Minos aseguraba que fueron los dioses quienes le dieron el trono, prometiendo sacrificarles un toro. Poseidón le concedió uno blanco que salió del mar. 

Pintura de Alejandro DeCinti

Pero resultó ser un animal tan magnífico que Minos se lo quedó y mató otro en su lugar. El dios del mar se enfadó y, como castigo, hizo que Pasífae se enamorase del bóvido, metiéndose dentro de una figura de vaca, de madera cubierta con piel, que Dédalo construyó para facilitarles la unión. Así nació Asterión Jr., un bebé con cabeza de cornúpeta que comía carne humana y que a medida que crecía se iba volviendo más salvaje. Tanto que no hubo más remedio que encargarle a Dédalo que construyera un sitio donde encerrarlo adecuadamente.  

Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar.

Plano del palacio de Cnossos, germen del mito del laberinto de Creta

El ateniense Dédalo, arquitecto real al que se atribuía la invención de la sierra, el compás y Talos (un gigante de hierro que defendía Creta de las invasiones) ideó un laberinto del que Asterión no podría salir jamás: 

Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. 

El Mediterráneo oriental hacia el 1700 a.C., en tiempos de esplendor de la civilización minoica (Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons)
 

Se supone que la alimentación del minotauro, a base de delincuentes condenados, debía de resultar insuficiente. Por eso un incidente ocurrido en Atenas permitió inaugurar una nueva costumbre. Fue el asesinato de Androgeo, uno de los hijos de Minos, que había acudido a Atenas para participar en unos juegos y ganó pero los perdededores no lo encajaron bien. Como consecuencia, el rey le declaró la guerra a los atenienses y al obtener la victoria les impuso una siniestra condición para rendirse: entregar periódicamente catorce jóvenes para servir de comida a Asterión.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. 

Teseo y Ariadna, por Antoinette Béfort (Wikimedia Commons) 
 

No se sabe si era cada año o cada más, pero tiempo después, ante la que había de ser la tercera remesa, Teseo, hijo del rey ateniense Egeo, se ofreció a formar parte de la comitiva con el plan de poner fin al siniestro holocausto; al fin y al cabo ya tenía experiencia, después de acabar con el toro de Maratón (que en otra versión había matado a Androgeo corneándolo). Teseo embarcó para Creta en un barco, que siguiendo la tradición enarbolaba velas negras en señal de luto, y al llegar fue alojado justo al lado del jardín palaciego; un lugar adecuado a su condición principesca pero...

Pero por donde solía pasear Ariadna, una de las hijas de Minos, que se enamoró de él inmediatamente y le hizo un regalo para ayudarle en su misión. El mito más conocido dice que fue un ovillo de lana que debería atar en la puerta del laberinto para ir desenrrollándolo a medida que se adentraba en él, realizando luego lo contrario para hallar el camino de salida (otras versiones hablan de una corona resplandeciente que le guiaba) tras matar al minotauro. Teseo, en efecto, se deshizo de Asterión -a puñetazos o con una espada- y logró encontrar otra vez la puerta.

Ilustración del mito para un libro infantil
 

«-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió». Así termina el cuento de Borges, en el que el protagonista recibe a Teseo como un redentor que le libera de su soledad. Teseo escapó de Creta con Ariadna, ayudados por Dédalo, a quien Minos castigó por ello recluyéndolo en el laberinto junto con su hijo Ícaro; para evadirse usaron unas alas de plumas de ave pegadas con cera ideadas por Dédalo, pero su vástago, desoyendo las instrucciones que le había dado, voló demasiado alto y el sol fundió la cera, haciéndole caer al mar.

Entretanto, durante una escala en la isla de Naxos, Teseo abandonó a Ariadna mientras dormía y zarpó con la hermana de ésta, Fedra, que también había huido con ellos por estar igualmente enamorada de él. Ariadna no salió del todo malparada, pues allí la descubrió Dionisos, que la tomó por esposa. en cambio, a Teseo se le olvidó cambiar las velas negras de su barco por otras blancas, señal de victoria, y cuando Egeo las vio en el horizonte creyó que había pedido a su hijo, arrojándose desde lo alto de un acantilado del cabo Sunion.

El famoso fresco de la taurocatapsia, conservado en el Museo Arqueológico de Heraklión
 

En fin, el mito del minotauro probablemente lo crearon los aqueos -que conquistaron Creta- para explicar las pinturas que representaban la taurocatapsia, o sea, jóvenes saltando ritualmente por encima de toros, al igual que los intrincados y profusos recovecos de los palacios minoicos, y muy especialmente el de Cnossos, parecían confirmar la existencia del laberinto casa de Asterión. El nombre en griego es una referencia al labrys, el hacha de doble filo que empuñaban las sacerdotisas minoicas en sus ceremonias.

Asterión y Teseo posando ante unos labrys en el Museo Arqueoólogico de Heraklión
 

Cnossos, cuya datación más antigua se ha fijado en torno al 1900 a.C., tiene más de catorce mil metros cuadrados, por los que se distribuyen un millar de estancias, salas diversas, escalinatas, puertas, pinturas al fresco, almacenes, columnas, alcantarillado, baños, pithoi (vasijas gigantes), patios, etc. Todo ello en varios niveles sostenidos sobre una insólita plataforma de madera levantada en la cima allanada de una colina y reconstruido varias veces, tras haber resultado destruido otras tantas por terremotos, lo que otorgó al palacio una duración cercana a los seiscientos años.

Los frescos de la procesión y los mucho menos frescos mirándolos
 

Y eso era sólo el recinto palaciego, pues la ciudad estaba alrededor, construida en materiales más endebles y sin muralla perimetral; a Cnossos la defendía bien su flota. Los visitantes, en pequeños grupos con guías o por su cuenta, acceden por el amplio patio occidental, pavimentado, siguiendo una vía procesional que recibe su nombre de unas pinturas murales a tamaño natural con ese tema. Así se llega a unos propileos restaurados ante los que hay varias salas columnadas y unos cuernos sagrados de piedra, ya en la entrada sur.

Copia in situ del Príncipe de los Lirios. El original está en el Museo Arqueólogico de Heraklión. 

Ése es uno de los rincones emblemáticos, ya que en él se puede ver el célebre fresco del Príncipe de los Lirios. Más adelante está el patio central, de cincuenta metros de largo por veinticinco de ancho, en uno de cuyos lados se ubica el Salón del Trono, denominado así por la silla pétrea que lo preside, presunto trono de Minos que los expetos atribuyen más bien a un asiento para la sacerdotisa de la Diosa-Madre. Paredes policromadas y una pila lustral completan el escenario; también aquí se amontona la gente y es necesario esperar un poco para entrar.

El Salón del Trono
 

En la parte sur del patio hay otro santuario, almacenes -entre ellos uno lleno de pithoi- y unas criptas con pilastras que muestran labrys grabados en la piedra. Una gran escalera casi intacta comunicaba esa zona con la residencial a través de la Sala de las Columnatas. Así se llega a la conocida como Mégaron de la Reina, cuyas paredes decoran famosas pinturas de delfines y cerca de la cual se conserva una bonita bañera con restos de decoración pictórica. Hay que seguir andando bajo el sol implacable para descubrir otros sitios.

 

Los icónicos frescos de delfines que decoraban el Megaron de la Reina, actualmente en el Museo Arqueológico de Heraklión
 

La entrada oriental era la que estaba a cota más baja, pero la icónica por excelencia es la septentrional, ya que tres columnas, el arquitrabe y un fresco de un toro del pórtico fueron restaurados y hoy son el símbolo más reconocible de Cnossos. Si se continua adelante se alcanzan una puerta denominada- con bastante imaginación- la Aduana y varias filas de asientos en declive, con capacidad para medio millar de espectadores, que suelen identificarse con un teatro, aunque seguramente los espectáculos iban más allá de la mera representación dramática: pugilato, lucha...

El graderío del teatro
 

Más allá, recorrida la Vía Real, está el Pequeño Palacio donde se descubrió un ritón (vaso de libaciones) con forma de cabeza de toro que se considera una obra maestra del arte minoico y aparece en la miríada de souvenirs que pueden comprarse en los puestos que rodean el aparcamiento: camisetas, imanes, calcetines, carteras, reproducciones de estatuillas, cascos corintios, y ese tipo de cosas relacionadas con Grecia; hasta peplos venden.  

Escaleras, pisos, muros, corredores, varias plantas... Un laberinto, sí

 Imágenes Cnossos: JAF


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