La cueva de Creta donde nació y creció Zeus

 


Es curioso. Acabo de terminar unas vacaciones en Creta y en vez de escribir sobre las mil maravillas que conocí voy a hacerlo sobre algo que, por desgracia, me quedó en el tintero. Es especialmente sangrante porque cuando elegí la isla griega como destino lo hice con una lista de sitios que ver sí o sí y uno de ellos era ése. Hablo de la Cueva de Ida, lugar al que a la postre me resultó imposible ir porque las Moiras se empeñaron en hacer encaje de bolillos con sus hilos y decidieron que el destino de γεωργός no era hollar el suelo sagrado donde nació el padre de los dioses y los hombres, Zeus. 

Como estamos en el siglo XXI no me hicieron dar tumbos perdido por el mar ni me dejaron pasar siete años con Calipso -que tampoco sería una mala idea-, sino que se limitaron a ponerme delante dos obstáculos dignos de los trabajos de Heracles: primero una carretera más sinuosa que una serpiente, tan llena de curvas como estaría la propia Calipso -o Circe también, no se vaya a poner celosa-; y segundo una conductora que, acostumbrada a conducir automóviles normales, no se atrevió a arriesgarse por tal vía con el monovolumen que habíamos alquilado para siete.


Porque siete éramos los desprevenidos argonautas de baratillo, incluyendo tres niños que prometían regar el teórico trayecto con cataratas vomitorias equivalentes a la que sufrió Cronos cuando regurgitó a sus hijos devorados; no se preocupen si desconocen de qué estoy hablando porque lo explicaré enseguida, unas líneas más adelante. Entretanto quédense con mi lamento, que dejaría al del rey Egeo ante las velas negras del barco de Teseo en una simple broma. Todo el año esperando para ver la gruta en cuestión y al final nada. Me tiro de los pelos por no registrarme yo como conductor en la agencia de alquiler.

Y eso que el sitio no estaba del todo lejos, apenas a cuarenta y ocho kilómetros de Agios Nikolaos, la pequeña ciudad del este insular que precisamente había elegido para alojarme por quedar a mano -también porque resultaba más barata que rincones turísticos típicos como Cania o Heraklión-, sin tener en cuenta que a veces no hay que medir sólo la distancia en superficie sino también en altitud: la cueva está a unos 1.500 metros, en la parte norte de la falda del monte Ida, cuya cima alcanza 2.546 y constituye el techo de Creta, por lo que tardaríamos hora y cuarto en el mejor de los casos. 

 

El monte Ida (C. Messier en Wikimedia Commons)

Es un pico enclavado en el valle de Amari que en la Antigüedad constituía el hogar sagrado de la titánide Rea. Para ella trabajaban in situ los tres dáctilos, Acmón, Damnameneo y Celmis una especie de démones o deidades menores especializados en la metalurgia (cada uno se ocupaba de una cosa: yunque, martillo y fundición respectivamente), pues al fin y al cabo habían sido ellos quienes descubrieron el hierro. También el adamanto o adamantium ¿Pensaban que el material indestructible de las garras de Lobezno y de la carcasa de Ultron es un invento de Marvel? No, amigos; de hecho, antes ya lo reseñaron en sus obras escritores como Dante, Shakespeare, Swift y hasta Tolkien, entre otros.

Rea era hija de Gea, la παμμήτειρα o Gran Madre que suelen tener todas las culturas primitivas en sus religiones. Una divinidad telúrica que se formó a partir del lodo de las aguas primordiales o del Caos o de otras muchas variantes, según la versión del relato mitológico. Debía sentirse sola, así que ella misma alumbró a Urano, el cielo estrellado, con quien formó pareja y de quien tuvo once hijos, los titanes; ya vimos que Rea formaba parte de esa prole, siendo el más joven Cronos. Empezaba una estirpe a cuyo lado palidece la familia matarife de la La matanza de Texas.


Rea vista por el pintor Raffaello Sorbi (Wikimedia Commons)

Gea siguió ampliando su descendencia con seis vástagos más: tres cíclopes y tres hecatónquiros, que no era bellezas precisamente porque unos tenían un sólo ojo en la frente y los otros cincuenta cabezas cada uno. Lógicamente, Urano quedó espantado con tamaña fealdad y los recluyó en el Tártaro, luego la parte más profunda del inframundo pero entonces el vientre de Gea, para que nadie los viera. Algo que hirió profundamente a la receptora, cuyo amor maternal la inflamó y urdió un plan para solucionar el incómodo asunto.

Mandó a los dáctilos que le fabricaran una hoz de adamanto y se la entregó a Cronos, el titán de mente más retorcida, al que convenció para que con ella castrase a su padre y liberase a sus poco agraciados hermanos cautivos. Cronos aceptó y de la sangre derramada de Urano nacieron más hijos todavía: los vengativos erinias, los gigantes y las melias (ninfas de los fresnos). Además, del órgano amputado, arrojado al mar por el agresor, surgió Afrodita. La hoz también terminó bajo las aguas, originando la isla de Corfú.  

La castración de Urano por Cronos, obra de Vasari (Wikimedia Commons)
 

Entretanto la capacidad reproductora de Gea no se detenía y poco después alumbraba a Equidna y Tritón -engendrados por Tártaro, que como vemos era polifacético-, para a continuación repetir con cinco deidades marinas cuyo progenitor era su hijo Ponto, gestado por sí misma. Cronos quedó como el nuevo macho alfa de la dinastía y para demostrarlo ocupó el trono del desventurado Urano, casándose a continuación con su hermana Rea. Pero no sólo incumplió su promesa de liberar a los cíclopes y los hecatónquiros sino que hasta les puso una monstruosa guardiana llamada Campe. Gea, decepcionada e iracunda, le profetizó que un día sería destronado por su propio vástago. 

Algo que resultaba preocupante porque Rea no tardó en quedar embarazada varias veces, así que cada vez que ella paría un bebé Cronos lo devoraba. Deméter, Hera, Hades, Hestia y Poseidón, uno tras otros, fueron deglutidos sucesivamente por ese orden para desconsuelo de una madre que, al enterarse que de nuevo se hallaba en estado, pidió ayuda a Gea. De ese modo pudo tener un sexto hijo que entregó a la abuela mientras engañaba a su marido dándole para comer una piedra envuelta en pañales. Se supone que esa piedra es el ónfalos (ombligo) que todavía se puede ver hoy en Delfos. 

Saturno (la versión romana de Cronos) devorando a sus hijos, por Goya (Wikimedia Commons)
 

Cronos no debía de ser un gourmet exigente porque se tragó aquel bocado sin sospechar nada, aunque una versión del mito dice que le pidio a su esposa que la aderezase con leche materna y ella se apretó un pecho, del que salió un chorro que formaría la Vía Láctea. El caso es que el recién nacido, al que se puso el nombre de Zeus, se salvó y permaneció oculto en una caverna del monte Ida, la que se me escapó en mi viaje a Creta, que es llamada comúnmente Idaion Antron o cueva de las ideas. 

Zeus creció al cuidado de tres ninfas nodrizas, Adrastea, Ida y Amaltea, mientras que los curetes, otros démones que a veces se identifican con los dáctilos, permanecían vigilantes custodiándolo y montando día y noche juergas maratonianas para que los llantos del bebé no fueran oídos por Cronos; si éste se acercaba demasiado, entrechocaban sus escudos para armar más ruido aún. De esa ensordecedora manera, el bebé consiguió llegar a adulto.

 

Base de una estatua roma decorada con relieves sobre el nacimiento de Zeus, al que vemos amamantado por una cabra ante su madre mientrtas los curetes entrechocan sus escudos (Mark Landon en Wikimedia Commons)
 

Fue entonces cuando decidió hacer efectiva la profecía de Gea y destronó a Cronos. Primero le dio un brebaje que le habían proporcionado su madre y su abuela a cambio de la promesa de liberar a los cíclopes y hecatónquiros, y que le hizo vomitar a sus hermanos (y la piedra). Con ellos acordó una alianza y entre todos liberaron a los prisioneros, que a cambio les hicieron varios regalos (a Zeus el trueno, el rayo y el relámpago; a Hades un telmo de invisibilidad y a Poseidón un tridente), y juntos iniciaron una guerra contra el padre y sus titanes: la Titanomaquia.

Duró nada menos que diez años y acabó con la victoria del bando de Zeus, que para seguir la costumbre tomó como esposa a su hermana Hera y se proclamó rey del Olimpo, dejando a Hades el inframundo y a Poseidón el océano. Como castigo encadenaron en el Tártaro a los titanes derrotados, craso error porque provocaron otro enfado de la pertinaz Gea. Para vengarlos, la susceptible diosa engendró un montruo (¡otro!) llamado Tifón, generando así una segunda contienda: la Gigantomaquia, en la que Zeus volvió a imponerse con la ayuda de Heracles. Pero ésa es ya otra historia.

Interior de la cueva Dikteon (Jerzy Strzelecki en Wikimedia Commons)
 

Ésta que acabo de contar sobre tan bien avenida familia, edificante, idílica, trufada de inconmensurable amor paternofilial y de ese tipo de cosas que entusiasmaban a los antiguos griegos -traiciones, incestos, canibalismo, mutilaciones...-, tuvo como escenario casi íntegro la isla de Creta. ¿No es un magnífico aliciente para, al contrario que yo, verla in situ incluyendo, ay, la cueva de Ida y los restos minoicos hallados dentro? Y si no, pueden probar con otras que también se postulan como el lugar de los hechos. Es el caso de la Cueva Dikteon, en la vecina meseta de Lassithi.

Dikteon viene de Dikte, la cordillera donde se ubica, aunque los autóctonos le dan a la gruta el nombre de su pueblo, Psychro. El recorrido por su espectacular interior, sigue un sendero señalizado de dos centenares y medio de metros que, escoltado por murciélagos, lleva hasta una sala central donde hay un pequeño lago, estalagmitas, estalactitas y demás espeleotemas (uno de ellos bautizada el manto de Zeus), un altar votivo y otras piezas antiguas que se exhiben, como en el caso anterior, en el recomendable Museo Arqueológico de Heraklión.

 

El manto de Zeus, en la cueva Dikteon (Vgargan en Wikimedia Commons)

 

Foto de cabecera: Tomisti en Wikimedia Commons

 

 

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