El saqueo de Mahón por Barbarroja y el fuerte de San Felipe

 

La capital de Menorca hasta 1708 fue Ciudadela, pero ese año, durante la Guerra de Sucesión, los británicos ocuparon la isla y trasladaron dicha capitalidad a Mahón. No se hizo porque sí; el puerto de esta última ciudad reunía unas cualidades extraordinarias para servir de base mediterránea a la Royal Navy, con sus casi seis kilómetros de longitud y un par de islotes en medio que resultaban perfectos para defenderlo. 

Al menos en teoría, porque la Historia muestra que los franceses lograron conquistar Menorca en 1756, la devolvieron siete años más tarde para retomarla en 1782 con ayuda española y la perdieron de nuevo en 1798. Pero ya mucho antes había quedado patente que la seguridad mahonesa era más etérea de lo que parecía, como demostró el corsario Barbarroja con su incursión de 1535.

Vista aérea de Mahón con su bocana al fondo (Paucabot en Wikimedia Commons)

Mahón, fundada por el personaje que le dio nombre, el general cartaginés Magón, hermano de Aníbal Barca (Portus Magonis, pasó a llamarse al caer en manos romanas), fue una mota en mitad del Mediterráneo occidental por la que pasaron luego vándalos, bizantinos, normandos y musulmanes, igual que antes lo habían hecho fenicios y griegos, y como ahora hacen alemanes e italianos en otro plan. Alfonso III conquistó la isla y la incorporó a la Corona de Aragón; posteriormente quedó incluida en el legado que recibió Carlos I de sus padres Juana y Felipe, y éstos de los suyos, los Reyes Católicos.

El que además de rey de España fue emperador del Sacro Imperio Romano tuvo en el sultán otomano Solimán el Magnífico a uno de sus mayores rivales, si bien no se produjeron muchos enfrentamientos directos entre sus respectivos ejércitos porque la Sublime Puerta tendió a delegar las acciones navales en los corsarios que operaban desde Berbería, esa región norteafricana que aunaba los litorales de Marruecos, Túnez, Argelia y Libia. El más recalcitrante de todos aquellos marinos fue, sin duda, Jeireddín Barbarroja.

Retrato anónimo de Jeireddín Barbarroja (Wikimedia Commons)

Nacido en Lesbos en 1475, hijo de un sipahi (señor feudal) otomano y de una cristiana (griega según unas fuentes, española según otras), era un alfarero que se lanzó al mundo de la mar junto a sus hermanos para comerciar con artesanías. No obstante, pronto se pasó a una actividad mucho más trascendente para su historia y lucrativa para su bolsillo: el corso. Para esa nueva vida la familia demostró tener una capacidad especial y, a lo largo de décadas, los hermanos se enriquecieron a costa de asaltos a barcos mercantes e incursiones costeras.

Poco a poco formaron una verdadera flota que, con base en la isla tunecina de Yerba, acometió acciones más ambiciosas, caso de la toma de Argel, y razias en localidades litorales europeas. Esto llevó a Carlos V a organizar también una expedición para cazarlos, lo que los empujó a ponerse al servicio del Imperio Otomano. Los hermanos fueron muriendo y sólo quedó Barbarroja, que en 1534, nombrado kaptan-i derya (almirante de la flota), sembró el terror en el Mediterráneo con ochenta naves a sus órdenes y la complicidad tácita del rey francés Francisco I. 

El bombardeo de Túnez por la flota de Carlos V, obra de Frans Hogenberg (Wikimedia Commons)

En ese pulso naval, Carlos V disponía de tres centenares de barcos con los que le expulsó de Túnez, pero la contraparte fue que los berberiscos expulsados viajaron a Mallorca y Menorca para saquearlas. El 4 de septiembre de 1535 incluso lograron desembarcar en Mahón utilizando un astuto ardid: entrar en el puerto enarbolando la bandera imperial del águila bicéfala al grito de "¡España, España!". Los dos frailes que se acercaron en barca a recibirlos, creyendo que eran barcos del emperador que venían de Túnez, se llevaron la mayor sorpresa de su vida. 

Mahón es hoy una localidad pequeña en la que buena parte de la gente que se ve son forasteros de vacaciones, pero entonces lo era aún más y se calcula que apenas había tres centenares y medio de personas capaces de empuñar un arma para la defensa; poca cosa si había que enfrentrase a unos dos mil quinientos corsarios dedicados al oficio de la guerra. Se mandó aviso urgente a Ciudadela y el gobernador atención la petición, pero sus tropas debían atravesar la isla de extremo a extremo, dando tiempo a los invasores a prepararse en las propias calles ocupadas; de todos modos, el auxilio también resultó insuficiente y fue aniquilado.

El polvorín del general Castaños, en el exterior del castillo (JAF)

Cualquier resistencia era inútil y las autoridades pactaron con Barbarroja unas infames condiciones: entregar la ciudad a cambio de evitar el saqueo en sus propiedades personales. Así pues, mientras los notables se ponían a salvo, los corsarios depredaron el resto de Mahón, que vivió una tragedia culminada con el secuestro de unos ochocientos esclavos, mayoritariamente niños. Las indignas autoridades, que se habían refugiado en Binimaimut, fueron luego procesadas en Ciudadela por el virrey de Mallorca, que condenó a los cinco inculpados más importantes. 

Entretanto, los mahoneses decidieron solucionar aquella situación de vulnerabilidad encargando al ingeniero lombardo Giovanni Battista Calvi, nombre que se castellanizó como Juan Bautista Calvi, la construcción de un castillo. Bautizado San Felipe en honor del nuevo monarca, Felipe II, e inaugurado en 1558, se ubicaba en la parte sur de la bocana portuaria y estaba rodeado por un foso seco de quince metros de ancho, contando con cuatro baluartes (duplicados por los ingleses en el siglo XVIII) unidos por cortinas que un siglo más tarde se sustituyeron por revellines, siendo la primera fortificación de España en disponer de ellos.

El castillo de San Felipe en un plano inglés de 1780 (Wikimedia Commons)

De hecho, para desazón de los menorquines, en julio de ese mismo año apareció en lontananza otra flota berberisca que se lanzó sobre Mahón... y se estrelló contra el nuevo equipamiento en su intento de asalto, lo que la hizo renunciar y poner proa a Ciudadela. Los habitantes de ésta, conscientes del desastre sufrido por los mahoneses dos décadas atrás, se defendieron dramáticamente; pero la ciudad estaba peor protegida y acabó también saqueada y arrasada. Un obelisco en la Plaça des Born recuerda los hechos.

El responsable de ese último ataque había sido Pialí Bajá, no Barbarroja, pues éste llevaba doce años muerto. Incapaz de derrotarlo, durante el fallido asedio de Argel el emperador le había ofrecido un contrato como almirante; pero él rechazó la oferta y siguió campando a sus anchas sin que nadie pudiera detenerle. En 1545 incluso asaltó las Baleares por segunda vez y luego se retiró de esa trepidante vida, falleciendo al año siguiente mientras terminaba la redacción de sus memorias.

El puerto de Mahón (Google Maps)
 

Irónicamente el castillo también está actualmente en ruinas, aunque a causa de los violentos avatares bélicos de los siglos posteriores. La piedra de sus hoy menguados muros se eleva tenuemente del suelo, como una vieja osamenta que aprovechan miríadas de gaviotas para descansar. Eso sí, como recuerdo viviente queda la vecina localidad de Es Castell, el poblado donde entonces se alojaban los obreros y que después atrajó a muchos vecinos, que se veían más seguros residiendo cerca de sus muros, por lo que denominaría un tiempo Arrabal de San Felipe (y Georgetown, en el período inglés, y Villacarlos, desde el reinado de Carlos III hasta 1981).

Los restos del San Felipe pueden visitarse en recorridos guiados porque el conjunto se está rehabilitando poco a poco como espacio expositivo. Una alternativa es contemplar sus recios muros desde el mar, como hicieran los berberiscos, navegando en alguno de los barcos de fondo transparente que realizan excursiones por el puerto. Que nadie tema al mareo porque son aguas tranquilas; sin embargo, cabe advertir de que la mayor parte de las ruinas son subterráneas y deben recorrerse a pie. Salvo las gaviotas, claro.


Imagen de cabecera: murallas del castillo de San Felipe (JAF)

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