Las leyendas segovianas de la Virgen de Fuencisla


El santuario (foto: JAF)
Hace algunos años, acompañando a una amiga al santuario segoviano de Fuencisla para que solicitase la influencia del Espíritu Santo en su deseo de quedarse embarazada porque, al parecer, no había forma por el método tradicional -cualquier chiste que se les ocurra ahora ya surgió en el momento-; acompañándola digo, tuve ocasión de descubrir la capacidad generadora de leyendas de la Virgen en cuestión, y no me refiero a mi amiga (ya salió, era inevitable).

Nuestra Señora de la Fuencisla, cuyo nombre remite etimológica y obviamente a una fuente (fons stillans, o sea, fuente que mana), en referencia a la cantidad de ellas que brotan en el lugar donde se construyó su iglesia, no deja de ser otra versión más de la Virgen María, en este caso ejerciendo labores de patronazgo de Segovia. Ahora bien ¿por qué levantar un templo mariano allí, al pie de un farallón? La pregunta no es baladí, ya que muchos de esos santuarios se hacían basándose en algún hecho milagroso y resulta que en torno a la Fuencisla circulan unos cuantos.

El que se supone originario es medieval pero, en realidad, parte de una leyenda referente a la llegada a la ciudad de una talla de la madre de Cristo de manos del primer obispo local, San Jeroteo, quien es casi tan legendario como la historia que generó. Presuntamente, claro, porque todo en este relato es presunto, empezando por el propio personaje, de quien se dice que era discípulo de San Pablo pero que no se trataba más que de una adaptación de la figura de San Jeroteo de Atenas, obispo primigenio de la ciudad griega, maestro de Dionisio Areopagita y, a su vez, de historicidad tan incierta como la de su sosias hispano.

San Jeroteo, en el retablo mayor de la Catedral de Segovia (imagen: Zarateman en Wikimedia Commons)

Ambrosio de Morales, un humanista cordobés del siglo XVI, sacerdote jerónimo y profesor en la Universidad de Alcalá de Henares (que, por cierto, viajando por Galicia, León y Asturias recopiló una buena colección de libros para la biblioteca de El Escorial), fue quien, leyendo textos clásicos helenos, interpretó que Jeroteo era la misma persona que Philoteo, gobernante romano originario de la Península Ibérica al que San Pablo convirtió al cristianismo. El prestigio del que gozaba Morales fue suficiente para que nadie le llevase la contraria, aun cuando aquellos textos nunca se volvieron a ver. Después, a principios del siglo XVII, el jesuita Jerónimo Román de la Higuera se inventó unas crónicas que refrendaban esa historia, pasando el testigo de la impostura, progresivamente engrosado, de un religioso a otro a lo largo de los años.

Ambrosio de Morales en un grabado del siglo XVIII (imagen: Wikimedia Commons)

Así terminó por arraigar la devoción hacia San Jeroteo, quien en el año 71 habría traído la mencionada talla; que además no era obra de un escultor cualquiera sino del mismísimo San Lucas. Se entiende que ante la invasión musulmana la imagen desapareciera, debidamente ocultada para protegerla y para que luego se redescubriera tan providencialística como oportuamente, tal cual pasó con un sinfín de ellas a lo largo de la Historia de España, casi siempre en momentos agónicos. Ésta fue en tiempos de Alfonso VIII, pero la imagen quedó tan vinculada al lugar que tiempo después la Virgen de Fuencisla pasó a ser protagonista de una de las leyendas más famosas de Segovia.

Esa vez teniendo como partenaire a una judía llamada Esther, que iba a ser ejecutada por su comunidad. ¿La razón? Había aceptado recibir los santos sacramentos para poder casarse con un novio cristiano y los suyos, siempre tan malvados, la acusaron de adulterio arrojándola desde las llamadas peñas Grajeras, una pared rocosa de noventa metros de altura. Aterrada, en plena caída tuvo el cuajo de ver la talla de la Virgen en la fachada de la catedral e, invocando su auxilio, fue recogida por ella en el aire, salvando así la vida.

La leyenda, en piedra (foto: JAF)

Esther pasó a ser rebautizada muy descriptivamente como María del Salto y ella misma costeó la construcción de una ermita en aquel lugar en honor de su salvadora, entregando luego su dinero a los pobres. Eso ocurrió en el año 1237, según recoge Alfonso X el Sabio en sus Cantigas de Santa María, pero el paso del tiempo fue implacable, siendo necesaria una refundación en 1613, reinando ya Felipe III: se la encargó a Francisco de Mora, un arquitecto que aparte de ser tío del humanista Baltasar Porreño era uno de los mejores representantes de esa sobria versión española del estilo renacentista que es el herreriano, y terminó lo que había empezado en 1598 Pedro de Brizuela. En su interior conserva un púlpito gótico, un retablo de Pedro de la Torre en el altar mayor y una rejería barroca realizada por Gregorio de Aguirre y donada por el gremio de pañeros. También un óleo de la asunción de la Virgen firmado por José Ribera el Españoleto.

Mojón conmemorativo (foto: JAF)

Una versión del mito más contenida -y sosa, todo hay que decirlo- cuenta que la talla fue encontrada por una mujer judía en los tiempos en que Segovia estaba ocupada por los musulmanes, dando inicio así a su veneración en un momento muy conveniente ¿Y la Fuencisla? Sobre la talla hay cierta polémica. Es pequeña, de setenta y siete centímetros, y hecha en madera policromada; muestra a una mujer pelirroja que viste una larga túnica azul ceñida con cinturón, mientras sostiene en su brazo derecho a un niño desnudo. Dado el aspecto inacabado de la parte trasera, seguramente estaba pensada para ser vista sólo de frente. Algunos estudiosos opinan que es probable que se tallara en Flandes. Ahora bien, ésa es una Fuencisla, pero hay otra más popular y visible por estar expuesta al público y que, por supuesto, también tiene su leyenda.

La talla policromada (imagen: InfoVaticana

Leyenda que está relacionada con el agua por partida doble. Cuenta que una joven criada acudía cada día a la zona baja de Segovia para llenar un cántaro de agua y llevarlo a casa de sus señores; hablamos de tiempos en los que las casas no sólo no tenían agua corriente sino que incluso la zona alta de la ciudad carecía de suministro y era necesario desplazarse a por él a las fuentes que mencionaba antes. En cualquier caso, un duro trabajo para quien tuviera que hacerlo; por eso la criada se desfogó manifestando en voz alta su disposición a dar cualquier cosa con tal de no tener que deslomarse nunca más en ello. Por supuesto, el Diablo estaba al acecho y le ofreció un trato clásico: él haría que el agua llegase a todas partes a cambio de su alma.

El Acueducto de con la Virgen en la hornacina dejada por Satanás (imagen: Jebulon en Wikimedia Commons)

Sellaron el acuerdo, pero ella puso una condición: debía hacerlo antes del amanecer del día siguiente. Esa noche, Satanás puso a trabajar a toda su legión de demonios en la construcción de un acueducto y las obras iban a tan buen ritmo que la criada, al verlo, se arrepintió de su frivolidad y empezó a rezar fervorosamente. Y así, cuando la empresa estaba prácticamente terminada y el Diablo se disponía a colocar la última piedra, despuntó el primer rayo de sol haciéndole perder. La criada salvó su alma y Segovia ganó un acueducto; sobre todo, en éste quedó el hueco no cubierto por esa piedra postrera, que sirvió de improvisada hornacina para la talla de la Virgen de Fuencisla, donde todavía se puede ver junto a unas huellas de pezuña.

Detalle (imagen: Zarateman en Wikimedia Commons)

La guinda del pastel de este abigarrado conjunto de leyendas la puso el franquismo en 1942 cuando, siendo ministro de Guerra el general José Enrique Varela y atribuyéndose a la Virgen la victoria ante la ofensiva republicana que le permitió conservar Segovia unos años antes, durante la Guerra Civil, se decidió agradecer el gesto nombrándola mariscal de campo. Al parecer, a Hitler la cosa le resultó tan ridícula que aseguró que nunca volvería a España. Sus muelas se lo agradecerían.

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