Inti Raymi, el solsticio de verano andino



Hoy es el Inti Raymi. Así se llamaba y aún se llama en runa simi, o sea en quechua, a la Fiesta del Sol, el evento sudamericano que equivale a la Noche de San Juan para celebrar la llegada del solsticio de verano, aunque en este caso, al estar en hemisferio sur del planeta, es el invierno austral. El calendario incaico dividía el año en trescientos sesenta días repartidos en doce lunas de treinta jornadas cada una y la que corresponde al mes de junio era Haucay Cuzqui, en el que se procedía a la cosecha de patatas y a roturar los campos; actividades, en suma, que requerían estar a bien con Inti, el dios Sol, por la obvia importancia del astro rey para la agricultura.

Imagen de Inti en la bandera argentina

Representado como un disco solar festoneado de rayos y con rostro humano, aunque su imagen aparece en las banderas de Argentina y Uruguay fue en el mundo andino donde recibía más adoración y muy especialmente entre los hatun runa, es decir, las clases populares -mayoritariamente campesinas, al fin y al cabo-, pues los estratos sociales superiores eran más devotos de Viracocha y además había otra importante tercera divinidad, Illapa, señor del viento y los truenos. Todo quedaba en familia, de todas formas, ya que Inti era hijo de Viracocha y de su esposa Mama Cocha, creadores del universo y las aguas respectivamente.

Una familia bastante endogámica, pues Inti estaba casado con su propia hermana, Mama Quilla, la Luna, quien formaba una trinidad representante de las tres fases lunares junto a su madre y otra hermana, Pachamama. Todos vivían en el Hanan Pacha o mundo de arriba, uno de los tres que componían el mundo junto y que equivalía, si se puede decir así, al Cielo cristiano o al Olimpo griego; los otros dos eran el Cay Pacha (el del Hombre, enlazado con el anterior a través del Inca), y el Uco Pacha (el inferior, de los muertos y los que aún no han nacido).

Máscara de oro representando a Inti (imagen: Fernandochavezcr)

Inti era fundamental para el buen desarrollo de las cosechas, de ahí que fuera frecuente destinatario de los rezos de las gentes para que brillase y no se enfadase, cosa que hacía ocasionalmente en forma de eclipse. Con semejante poder no extraña que los emperadores incas proclamaran ser descendientes suyos y adoptasen hábitos similares; por eso el Sapa Inca solía tomar a su propia hermana como esposa, tal cual había hecho también Manco Cápac. Éste era el ancestro primigenio, un hijo del dios enviado a la Tierra por su progenitor, junto a su mujer -y hermana- Mama Ocllo, para traer la civilización al Hombre; no me extiendo porque ya lo conté en otro artículo.

Pachacútec adorando a Inti en el Coricancha
El caso es que había que tener contento a Inti y una forma fue dedicarle un templo espléndido que se construyó precisamente en la ciudad que fundaron sus hijos, Cuzco. Ese lugar, levantado en tiempos de los Ayamarcas pero reformado por Pachacútec en 1438, se llamaba Coricancha, recinto deslumbrante, inaudito, cuyas murallas tenían las cornisas forradas de láminas de oro y, en el interior, brillaba con luz propia -nunca mejor dicho- un fabuloso jardín en el que las plantas y animales eran figuras hechas también de ese metal precioso; no por casualidad, pues éste se consideraba sudor solar. Los españoles se quedaron estupefactos al verlo -cualquiera no- y aunque, lógicamente, fundieron aquel tesoro en lingotes para pagar a la tropa, conservaron parte de la estructura arquitectónica reformada como convento dominico.

Ahora bien, sin duda la mayor manifestación realizada en honor de esa divinidad era la que se desarrollaba en la capital a lo largo de quince días pero eclosionando el 24 de junio, constituyendo el festival más importante de los cuatro que se hacían al llegar el solsticio de invierno desde tiempos muy antiguos. El Inti Raymi o Fiesta del Sol fue instituído hacia 1430 también por Pachacútec, el hombre que convirtió el primitivo estado inca en el Tahuantisuyu, es decir, el imperio incaico de las cuatro regiones. De hecho, se celebraba otro Inti Raymi el 21 de diciembre con motivo del solsticio de verano austral (invierno, para nosotros), aunque ambos probablemente se basaban en ritos más antiguos y extendidos por todo el mundo andinos.

El Coricancha hoy en día, con la iglesia de Santo Domingo dentro (Foto: JAF)

Todo el pueblo participaba sin excepción reuniéndose en Huacaypata, la Terraza de las Lamentaciones, el punto de Cuzco donde se cruzaban los cuatro caminos que dividían la urbe en otros tantos sectores, cada uno representativo de un suyo (región) y subdividido en tres barrios que, a su vez, se estructuran respectivamente a partir de tres calles principales, cada una equivalente a diez días; en total eran treinta y seis calles, pues ese número de semanas tenía el año, de forma que la capital del imperio era un enorme calendario. Ese foro, Huacaypata, todavía existe, sólo que con otro nombre: es la actual Plaza de Armas, hoy presidida por la Catedral, la iglesia de los jesuitas y la estatua dorada de Pachacútec pero antaño rodeada por palacios imperiales, ya que cada Sapa Inca conservaba los de sus antepasados con la momia dentro.

La Plaza Mayor de Cuzco (foto: JAF)
Plano de la antigua Huacaypata comparada con la plaza actual. Las líneas azules corresponden al río que la dividía en dos (Wikimedia Commons)

En Cuzco vivían entonces unos cien mil habitantes rígidamente distribuidos en clases sociales pero para la fiesta acudían también de otros puntos del Tahuantisuyu, lo que probablemente indica que el evento no pretendía ser únicamente un homenaje al sol sino también subrayar el dominio incaico sobre los territorios sometidos. El desarrollo del Inti Raymi lo conocemos por la descripción que dejó el cronista mestizo Inca Garcilaso en su obra Comentarios Reales de los Incas, antes de que el virrey Francisco Álvarez de Toledo lo prohibiera por pagano en 1572.

El Inca Garcilaso (por González Gamarra)
Garcilaso explica que las tres jornadas anteriores eran de expiación, con ayuno y abstinencia sexual; la última noche incluso se apagaban las hogueras y Cuzco quedaba sumido en la oscuridad y el frío en espera de la llegada de Inti por a mañana. Y, en efecto, al despuntar el alba la gente se reunía descalza en la Huacaypata para asistir a la salida del sol, que coincidía con la llegada del Sapa Inca; a ambos se les recibía en cuclillas (su equivalente a la proskynesis) y con los brazos abiertos, gritando al unísono.

El Sapa Inca realizaba un brindis con un vaso de chicha (una bebida de maíz fermentado) en cada mano: del de la izquierda bebían sus familiares mientras que el contenido del de la derecha se vertía en el suelo. Luego los altos dignatarios de los ayllus (provincias), exclusivamente los varones salvo las mujeres de la familia imperial, celebraban una ceremonia en el Coricancha con ofrendas a Inti, para después regresar a la plaza y llevar a cabo el sacrificio de llamas y alpacas (con preferencia por las de color negro), cuyas vísceras analizaban los adivinos para predecir el futuro, repartiéndose la carne entre el pueblo. Resulta curioso que la hoguera ante la que se hacía la matanza, se encendía haciendo reflejar los rayos solares sobre algodón mediante una plancha de oro; ese fuego, considerado sagrado, era llevado al Coricancha para su custodia por las acllas, una especie de vestales que los españoles denominaron Vírgenes del Sol.

Una llama a punto de ser sacrificada

Bailes y regocijo general, porque quedaba asegurado el retorno de Inti, ponían el final a aquellos nueve días de fiesta que, a despecho de la prohibición virreinal, continuaron practicándose de forma encubierta mucho tiempo. El paso de los siglos terminó haciendo caer en el olvido al Inti Raymi hasta que en 1944 el historiador Humberto Vidal Unda y el escritor Faustino Espinoza Navarro (que más tarde fundaría la Academia de la Lengua Quechua) tuvieron la idea de recuperarlo como espectáculo folklórico. Para ello recurrieron a la descripción del citado Inca Garcilaso. La representación tuvo éxito y echó raíces, de manera que sigue realizándose hoy en día con un seguimiento masivo, tanto de ciudadanos de Perú como de turistas.

Al igual que las recreaciones históricas de otros temas, poco a poco fueron refinando la ambientación y atrayendo a un público más numeroso, pues son cerca de cuarenta mil los espectadores que se congregan para asistir al evento. Éste resulta realmente espectacular, pues a los actores que asumen los principales papeles se suman cientos de extras ataviados a la antigua usanza mientras suena la música de quenas (flautas) y pututus (caracolas). Aún se utiliza el Coricancha como punto de partida de la comitiva real y la Huacaypata como punto de reunión. Ahora bien, a continuación, dado que la Plaza de Armas actual es la mitad de grande que entonces (véase el plano de arriba), el festival se traslada a las ruinas de Sacsayhuamán, una impresionante fortaleza situada en las afueras cuya construcción inició -cómo no- Pachacútec (aunque algunos autores apuntan a Túpac Inca Yupanqui) y que cuenta con una gran explanada perfecta para acoger los actos centrales del Inti Raymi, ya pasado el mediodía.

La ceremonia ante las murallas de la fortaleza de Sacsayhuamán (Imagen: Cyntia Motta en Wikimedia Commons)

Hasta se instalan graderíos y todo, siendo el decorado de fondo las ciclópeas murallas escalonadas en terrazas. Un sitio perfecto que en su época también acogía otra celebración cada primavera, la de la fundación de Cuzco, en la que los fastos consistían en una especie de carrera de relevos entre el Sapa Inca y cuatro príncipes -uno por cada suyo- a los que entregaba un testigo muy especial, una lanza de oro; esos cuatro, a su vez,  pasaban el relevo a otros tantos y así sucesivamente.

En el Inti Raymi el Inca no corre porque es llevado por ocho vasallos en un palanquín, vestido de gala con su mascapaicha (una borla roja que remataba sobre la frente el llauto, tocado parecido a un turbante, de lana de vicuña con incrustaciones de oro y plumas de caracara que era el símbolo exclusivo de su cargo) y acompañado de sus generales, nobles y guerreros. Asiste al sacrificio de la llama y escucha los vaticinios que hace el willac umo o sumo sacerdote antes de dar por terminado el ritual e invitar a que empiece la fiesta para todos.

Menos para la llama, claro.

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