Balcones peruanos



Perú es un país tan grande y tan lleno de atractivos turísticos - de ésos que suelen ponerse en la lista de cosas que habrá que visitar alguna vez en la vida-, que la atención del viajero suele centrarse en los lugares emblemáticos que aparecen en todas partes como símbolos iconográficos; a saber, Machu Picchu, Cuzco, el lago Titicaca, las Líneas de Nazca, las huacas del Sol y la Luna, el Valle Sagrado, el Cañón del Colca, la selva amazónica incluso... Podría estar así hasta mañana y seguramente nadie echaría de menos que citase otros elementos que quizá no son tan espectaculares o tan representativos como esas ruinas prehispánicas o esos espléndidos paisajes que acabo de citar. 

Pero tengo claro que uno de ellos adopta la tan, a priori, vulgar forma de balcón. Le sonará raro a más de uno pero los balcones peruanos  de tradición española constituyen una manifestación artístico-arquitectónica muy característica de la época virreinal y, si uno se fija cuando pasea por los cascos coloniales de las principales ciudades, descubrirá la belleza silenciosa y discreta, pero elegante y preciosista, de esos enormes ventanales dotados de superestructuras exteriores de madera bellamente tallada o barrotes de hierro forjado que parecen más una recreación decorativa que un sistema de protección.


El Arzobispado de Trujillo
Se pueden contemplar en sitios como Trujillo, Puno, Ayacucho y Huancavélica, pero sin duda el lugar más representativo es la capital, Lima. Los balcones más característicos, cerrados para afrontar la sempiterna garúa, aprovechaban lo económica que resultaba la madera en otros tiempos para cerrar ventanales y, de paso, adornar las fachadas haciendo notar la importancia de sus inquilinos en proporción a la riqueza decorativa que presentaran sus relieves y molduras. Ese tipo de balcón se llama "de cajón" y empezó a generalizarse a partir del último tercio del siglo XVI en sustitución de las clásicas celosías, llegando a convertirse en algo tan ligado a la idiosincrasia de la capital que en algunos inmuebles hasta se construían interiores, como si formaran insólita parte del mobiliario del hogar.

De origen árabe -muchas medinas históricas de países musulmanes conservan bellos ejemplos-, el concepto fue trasladado a los países europeos mediterráneos que recibieron el influjo islámico, como Grecia, Italia y, sobre todo, la Península ibérica, de donde saltaron a Canarias primero y a América después. Curiosamente, el reino de Castilla prohibió los balcones de cajón a partir del siglo XV y cien años más tarde se convertían en un elemento especial del arte decorativo colonial, haciéndose tan criollos como los habitantes.

El Palacio Municipal de Lima
 
En las viviendas y edificios públicos solían situarse en la fachada principal, al principio recorriéndola de lado a lado de forma corrida como una gran galería, de manera que parececían calles en el aire, y a partir del siglo XVII tendiendo a individualizarse como si fueran cajones colgados, de ahí su denominación. Unos se integraban en la línea vertical del edificio sin rebasarla (rasos, se los llama), pero la mayoría sobresalían de forma considerable, apoyados en antepechos balaustrados, y presentando dos variantes: los abiertos, que sólo tenían la barandilla (con una submodalidad en la que están cubiertos por un tejadillo, a veces sostenidos por estilizadas columnas), y los que eran un auténtico cajón, cerrados con cristalera y una cubierta, en ocasiones incluso con postigos o celosías.
La Casa de Bracamonte, Trujillo

Balcones rasos son los de la limeña Casa de las Trece Puertas, por ejemplo, un edificio el siglo XVI que perteneció a la Inquisición y que a mediados del XIX fue sometido a una reforma que le otorgó el estilo neoclásico que presenta actualmente. Abiertos especialmente interesantes, los de la Casa Agua Viva, que es dieciochesca y hoy acoge un restaurante regentado por monjas. Un balcón de cajón corrido a destacar es el de la Casa del Oidor (también del siglo XVIII), que además resulta doblemente interesante porque recorre toda la fachada y al llegar a la esquina la dobla, continuando por el muro lateral. Otro igual de curioso es el de la trujillana Casa de Vallejo, también corrido pero abierto.

Casa de Vallejo, Trujillo

Y si hay que distinguir especialmente un caso de cajón individualizado, sería difícil elegir entre el Palacio de Torre-Tagle o el Palacio Arzobispal, ambos en la capital, con unas piezas magníficas adornadas con preciosas tallas en maderas nobles; el primero es de época virreinal y presenta decoración mudéjar, mientras que el segundo es decimonónico y neobarroco, de inspiración andaluza. Son auténticas perlas de carpintería, una mínima reseña de todos los ejemplares que hay en las ciudades peruanas y que, no obstante, apenas constituyen un pequeño resto de lo que hubo una vez y poco a poco fue siendo derruido por la furia implacable de la actividad sísmica.

El Palacio Arzobispal de Lima

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