El Cid y el Monasterio de San Pedro de Cardeña


Héroe castellano, modelo de caballero medieval, mercenario de ocasión, señor de la guerra más poderoso que muchos reyes, personaje admirado dentro aquí y en el extranjero, protagonista de la mejor película rodada por Samuel Bronston en España, alma del mejor poema épico de nuestra literatura... Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador que en buena hora ciñó espada, es todo esto y más. Venció en todas sus batallas, ganó duelos, se enriqueció con la espada, sirvió a otros hasta que decidió hacerlo a sí mismo, fue siempre fiel a su palabra y pudo haberse autocoronado monarca de Valencia por sus propios méritos si así lo hubiera deseado. Como decía el Cantar, qué gran vasallo si tuviera buen señor.



Si hay un sitio donde se respiran aires cidianos es la provincia de Burgos. Allí, en pleno centro, se encuentra Vivar, el pueblo donde la tradición -que no las pruebas documentales, inexistentes- sitúa su nacimiento y donde el Campeador tenía propiedades, como queda reflejado en la carta de arras firmada con su esposa Jimena. Vivar, que hoy en día ha añadido a su nombre la coletilla del Cid para que no haya dudas, es una minúscula localidad de unos pocos cientos de habitantes, sobria y tranquila, incorporada al llamado Camino del Cid, un itinerario turístico-histórico interprovincial que recorre los lugares por donde transcurría la ruta que el personaje siguió en su destierro.

Mapa de la Ruta del Destierro (imagen: Camino del Cid)


La primera parada de ese trayecto sería el Monasterio de San Pedro de Cardeña, un cenobio benedictino (hoy trapense) situado a diez kilómetros de la capital burgalesa que fue fundado por donación nobiliaria y privilegio real (de Alfonso III el Magno) a caballo entre los siglos IX y X, aunque quizá sobre un precedente de época visigoda y teniendo en cuenta que sólo empezó a prosperar gracias al interés del conde Fernán González. Famoso por la discutida leyenda de los Mártires de Cardeña, dos centenares de monjes que durante una aceifa musulmana se dejaron matar antes que convertirse al Islam allá por el año 872, el monasterio tuvo cierta relación con Rodrigo Díaz, quien le hizo entrega de varias donaciones y, según cuenta el Cantar, dejó allí hospedadas a su mujer y sus dos hijas antes de partir al destierro en el año 1081; cosa dudosa si se tiene en cuenta que el rey Alfonso VI le desterró exclusivamente a él y le permitió conservar sus posesiones, con lo que la familia podría seguir viviendo en ellas tranquilamente. 

La fachada principal con su decoración barroca

El Monasterio de San Pedro de Cardeña tendría por sí mismo interés sobrado para una visita, ya que su célebre Scriptorium Caradignense alumbró una serie de obras extraordinarias, caso de la llamada Biblia de Burgos o el Beato de Cardeña, entre otros. Asimismo, el edificio destila una belleza especial, con un claustro románico de inspiración arabizante y la maciza Torre Cidiana, un campanario también románico que fue donde, cuentan, se alojaron Jimena, Elvira y Sol.

La iglesia abacial
Ahora bien, el verdadero atractivo para muchos está en los espacios relacionados con el Campeador, empezando por la iglesia, que se construyó en el siglo XVI sobre la original medieval, presentando una peculiar fachada barroca y, en el interior, tres naves con varias capillas, una de las cuales lleva el nombre del Cid porque acogió su tumba antes de que ésta fuera trasladada a su ubicación actual en la Catedral de Burgos. Lo paradójico del caso es que la inhumación original si había sido en la Catedral pero los restos se llevaron al cenobio cuando Jimena tuvo que dejar Valencia y regresar a Castilla. En Cardeña, el cuerpo del Rodrigo Díaz se embalsamó y colocó sentado en un escaño de marfil colocado en el presbiterio, como si permanecera vivo para siempre, un poco continuando la leyenda de aquella batalla que ganó a los almorávides después de muerto, atado sobre el caballo. El cuerpo de Jimena descansaba a sus pies. No obstante, el paso del tiempo deterioró la momia y obligó a darle sepultura.

Los sarcófagos de Rodrigo y Jimena en el Panteón del Cid (foto: Monasterio de San Pedro de Cardueña)

Otro rincón destacado es la capilla que se abre a la derecha del templo. Es dieciochesca y sirve de panteón real, definiéndose a menudo como una versión a pequeña escala del Escorial. Y es que allí yace una treintena de personajes de la realeza, la nobleza y la familia del Cid, entre ellos sus hijos; también estuvieron los restos del cid durante un tiempo, de ahí que se la conozca como Panteón del Cid. Sin embargo, la tumba más famosa no está en ese panteón ni acoge a una persona: una estela de piedra enclavada frente a la fachada principal, a la izquierda del aparcamiento y bajo la sombra de dos olmos, marca el punto donde la tradición dice que fue sepultado el cadáver de Babieca, el legendario caballo que acompañó a Rodrigo en tantas aventuras. Lamentablemente, la cosa no parece pasar de leyenda porque en 1948 se excavó para exhumar los restos y no se encontraron.

El Cid y Babieca, por el pintor Cándido Pérez

Leyenda... Lo cierto es que esa palabra envuelve al monasterio casi de continuo, sucediéndose un mito tras otro: desde el color rojo que adquiría la hierba del claustro en cada aniversario de la muerte de los mártires a la historia del judío que se convirtió al cristianismo tras el susto que se llevó al intentar mesarle la barba a la momia del Cid y despertarla, pasando por los milagros que la devoción popular atribuye a la intercesión del Campeador y que le convierten en un personaje semidivino, algo convenientemente fomentado en otros tiempos para atraer peregrinos. Éstos han sido sustituidos hoy por turistas y curiosos. En fin, dejo que sea Per Abbat el que termine: "¡Dios, que buen vassalo! ¿Si oviese buen señor! (...) a todos alcança ondra/por el que en buena hora naçio".

Fotos: JAF

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