La huella de Pedro Menéndez de Avilés en su ciudad natal (y II)

Segunda parte del artículo dedicado a Pedro Menéndez de Avilés. En el anterior se esbozaba su nacimiento y su experiencia en la mar, premiada con el nombramiento de capitán general de la Flota de Indias. Y un desagradable episodio: su encarcelamiento por una cuestión burocrática, algo típico de la España del siglo XVII.

Menéndez tuvo un período tranquilo en la corte con el cargo de consejero real. Después se ofreció voluntario para viajar a la Florida para buscar a su hijo Juan (que había naufragado en las Bahamas), para lo cual organizó de su bolsillo la expedición mientras recibía el título de Adelantado. La Florida había sido descubierta por Ponce de León y explorada sucesivamente por Pánfilo de Narváez, Cabeza de Vaca, Vázquez de Aylión, Hernando de Soto y Tristán de Luna y Arellano, pero sin conseguir establecer un asentamiento fijo. El problema fue que los hugonotes franceses también habían puesto los ojos en esa tierra, creando una colonia llamada Fort Caroline que quedó al mando de René de Laudonnière y con el agravante de que el marino Jean Ribault, su fundador, había viajado a Francia a por refuerzos y más colonos y ahora navegaba hacia allí de vuelta. A Felipe II le vino de perlas la empresa de Menéndez, quien se apresuró a zarpar y, aunque su flota fue dispersada en el Caribe por una fuerte tormenta, consiguió llegar con un tercio de ella, poner en fuga los barcos enemigos y fundar una ciudad que llamó San Agustín, que sería la primera de Norteamérica; curiosamente, siglos después, este santo pasó a convertirse en uno de los patronos de Avilés, urbe hermanada con la otra. En el San Agustín actual se conmemora cada año ese lazo común con una recreación histórica.

La fundación de San Agustín

La escuadra gala contratacó pero un huracán interrumpió su operación durante varios días, tiempo que aprovechó el asturiano para atravesar la selva con medio millar de hombres (entre ellos aliados indios, con los que casi siempre mantuvo buena relación) y tomar al asalto, en medio de un diluvio, Fort Caroline, que apenas contaba con dos centenares de habitantes, siendo rebautizada como San Mateo. Era el 20 de septiembre de 1565 y sólo quedaron con vida una decena de franceses católicos y algunas mujeres. Los españoles volvieron entonces a San Agustín, que estaba parcialmente indefensa; por el camino encontraron a dos centenares de náufragos enemigos a los que Menéndez ordenó ejecutar. Después marchó contra Ribault, quien con una mermada fuerza de ciento cincuenta hombres no pudo sino rendirse; esa tropa también fue exterminada "no por ser franceses sino por herejes" y el lugar donde ocurrieron los hechos se llama actualmente Bahía de Matanzas. Hay quien dice que aquella fiereza del Adelantado se debió a la amargura de no haber encontrado a su hijo.





Tres momentos de la acción de Pedro Menéndez: la travesía de la selva, el asalto a Fort Caroline y la matanza de los hugonotes franceses de Ribault
 
De regreso a Cuba y dado que el gobernador se negó a darle ayuda para los colonos de los asentamientos creados, Menéndez apeló directamente al rey, que le concedió una flota para socorrer primariamente las nuevas colonias. Después regresó a España y aprovechó para pasar por Avilés a ver a su familia; por cierto, al arribar de noche desató la alarma en la ciudad, donde se pensó que era un ataque berberisco. La estancia en su país no fue como debiera porque en la corte se desentendían de la Florida, así que de nuevo acabó en América, esta vez a cargo del gobierno de Cuba, en sustitución del anterior titular. Desde ese puesto envió auxilio a San Agustín, San Mateo y las otras poblaciones, limpió el Caribe de piratas y exploró los actuales estados de Georgia y Carolina del Sur, donde fundó varios asentamientos más. También fue en ese período cuando diseñó un nuevo tipo de navío de guerra, pequeño y ágil, al que llamó galeoncete, germen de lo que más tarde se llamaría fragata.


Alzado de un galeoncete (Biblioteca Nacional de España)

Como seguía siendo Adelantado de la Florida continuó enviando colonos, lo que hizo progresar las localidades asentadas en esa región. También tuvo que combatir al único indio hostil con el que no consiguió entenderse, el timucua Saturiba, aunque entre el resto hubo numerosas conversiones al cristianismo porque fue de los pocos conquistadores que trató de ganarse a las tribus en vez de combatirlas, cederles víveres en lugar de esperar que ellas aprovisionaran a los expedicionarios, como había sido costumbre hasta entonces y uno de los factores que habían llevado al fracaso a las anteriores expediciones por la Florida, las de Hernando de Soto, Ponce de León y Pánfilo de Narváez. Bien es cierto que, con el tiempo, Menendez se volvió más pesimista y desengañado en ese aspecto.

En 1573 fue llamado otra vez por Felipe II, que le nombró Consejero de Indias; curiosamente, al mando de la Flota de Indias le sustituyó otro asturiano, Diego Flórez de Valdés. Al año siguiente llegó un nuevo nombramiento: Menéndez sería capitán general de una gran escuadra que se iba a enviar en ayuda de Luis de Requesens, gobernador de los revueltos Países Bajos; en realidad era el germen de la Felicísima Armada destinada a invadir Inglaterra. Al igual que le pasó a Álvaro de Bazán, él no llegaría a verla zarpar: enfermó gravemente de tabardillo (tifus) y en septiembre de 1574 murió a los cincuenta y cinco años de edad. En la mar, navegando a la altura de Santander, y pobre, porque a lo largo de su vida había empeñado todos sus bienes en financiar barcos y tripulaciones, pagar soldados y ayudar a amigos. De hecho, su hija Catalina tuvo que solicitar una pensión a la Casa de Contratación pero, aún concediéndosele, le fueron embargados la casa y los bienes.

La fachada románica de la iglesia de los Padres Franciscanos
 
Pedro Menéndez también fue muy español en eso de no poder descansar en un sitio después de muerto. Su primer entierro fue en Llanes, villa marinera asturiana donde se tuvo que refugiar el barco que traía su cadáver y ya empezaba a descomponerse. En 1591, siguiendo su deseo póstumo, el ataúd fue trasladado al altar mayor de la parroquia avilesina de San Nicolás de Bari, donde permaneció seis décadas hasta que unas reformas en el templo obligaron a moverlo a un espacio lateral del edificio. La Iglesia de los Padres Franciscanos, como se la ha renombrado, es románica (fines del siglo XII-principios del XIII), aunque ese estilo artístico sólo se aprecia bien en la portada principal, ya que el resto tiene muchos añadidos góticos (capilla de los Ángeles) y barrocos (capilla del Cristo). En la pared del claustro (en su momento fue un convento), que es del siglo XVI, se conserva empotrado un relieve prerrománico; en la parte alta hay una pintura medieval. Para completar el arco cronológico, la Capilla de los Alas, adosada, es del XIV.

Interior de la iglesia. La tumba se puede ver a la izquierda, en la hornacina

Luego, el féretro de Menéndez fue recolocado en su sitio y tuvo casi tres siglos de tranquilidad, pero en 1924 se exhumaron sus restos para construir un mausoleo digno de su dimensión histórica (el autor fue el mismo de la estatua del parque, Manuel Garci-González) y mientras tanto quedaron en la vecina iglesia de Sabugo. Cuando llegó el momento de devolverlos a su sitio resultó que el sepulcro era demasiado pequeño y no quedó más remedio que guardar los huesos en una caja de zinc, desechando el sarcófago histórico (negro con letras doradas, que ahora se conserva en San Agustín, la ciudad que él fundó en EEUU). Pero el pobre Adelantado aún no pudo descansar en paz y se movió dos veces más: una al cementerio de La Carriona, a causa de la Guerra Civil; otra, en 1956, de vuelta al templo. Y ahí sigue, esperemos que definitivamente porque al fin y al cabo es donde él quería terminar.

Fotos: JAF

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